ESPECTáCULOS › RAUL RIZZO HABLA DE “VAN GOGH”

“Van Gogh fue un artista que nunca hizo concesiones”

El actor protagoniza una nueva puesta de la pieza de Pacho O’Donnell que toma al pintor holandés, rechazado y aislado por la sociedad de su época, como un ejemplo de quienes a pesar de todo “intentan vivir según sus propias convicciones”.

 Por Cecilia Hopkins

Para la escritura de Van Gogh, obra que retrata la compleja personalidad del pintor holandés, el dramaturgo Pacho O’Donnell retomó Vincent y los cuervos, un texto suyo estrenado hace 22 años, sin realizar, no obstante, cambios notables en la estructura y atmósfera original. En efecto, la nueva obra –que acaba de estrenarse en el Teatro Regina bajo la dirección de Daniel Marcove y música de Luis Alberto Spinetta– conserva el carácter fragmentario y metafórico de la anterior, y hasta acrecienta su intención simbólica a partir de la singularización de un personaje –los cuervos–, rol colectivo inspirado en la pintura Trigal con cuervos, el cual antes mostraba un perfil más homogéneo.
Protagonizada por Raúl Rizzo, Van Gogh resume en breves escenas la biografía del pintor que se suicidó a los 37 años, virtualmente ignorado por el medio artístico de su época. Su resistencia a pintar según los criterios académicos de fines del siglo XIX y su rechazo a ingresar al mundo de los valores burgueses, son los ejes evidentes sobre los que giran las escenas. Sin embargo, la visión del personaje que sucumbe bajo el mandato de familiares y maestros –vapuleado, además, por personajes alegóricos– permite imaginar que las referencias al pintor encubren un objetivo más amplio: hablar sobre la lucha de aquellos que, sin medir las consecuencias, intentan vivir según sus propias convicciones. En esa dirección, el autor –que dedica su pieza a “los diferentes como Vincent”– acota en el programa de mano que su obra “trata sobre los valores que nuestra sociedad degrada, la que nos ha llevado a esta crisis que nos agobia y que destruye a quienes se atreven a apartarse del rebaño masificado, individualista y sin ideales”. En la entrevista con Página/12, Rizzo se muestra capturado por las alternativas de la biografía del autor de Los girasoles y El café nocturno.
–¿Cuál es su análisis de la pieza?
–Sin hacer un tratamiento realista, la obra presenta pinceladas de diferentes momentos de la vida de Van Gogh. Apela a sus vínculos más importantes y resuelve en una síntesis poética su necesidad de afecto y reconocimiento y la búsqueda de su propia identidad. La relación con el medio social de su época la marca esa especie de bastonero, que es el cuervo que representa el poder (Omar Lopardo). Hay que pensar que Van Gogh era un vanguardista, un artista que se adelantó a su época, aún sin planteárselo. Alguien que nunca hizo concesiones ni negoció nada. Alguien que no quería pintar como lo hacían otros, sino expresarse a su modo.
–¿Cuáles son los vínculos personales que aparecen como cruciales en la obra?
–El que establece con su hermano Theo (Juan Vitali), que fue su sostén y cable a tierra hasta el último momento, y con la prostituta Sien (Stella Matute), que fue su mujer y su modelo, por quien sintió tanto afecto como agradecimiento. Además de sus padres (Pablo Shinji y Carla Solari) y el profesor Mauve, su primer maestro de pintura (Roberto Fiore), aparece también su intenso vínculo con Gauguin (Carlo Argento), a pesar de no acordar para nada en términos artísticos, porque los dos buscaban objetivos muy diferentes.
–También se trata tangencialmente un aspecto muy poco conocido de Van Gogh...
–Cuando se hace pastor (realizó trabajos de evangelización en la cuenca minera del Borinage, Bélgica), que es cuando tiene una experiencia mística, trascendente. El escritor español Carlos García Osuna (en su libro Yo, Vincent Van Gogh) lo consideró un precursor de la Teología de la Liberación. Porque él predicaba al lado de los mineros, teniendo en cuenta su sufrimiento, sin prometerle otra vida en un paraíso. Entendía que a este mundo había que cambiarlo...
–¿Cómo analiza la presencia de los cuervos en la obra?
–Sus mismos psiquiatras (interpretados por Omar Kühn y Marcos Woinski) también son cuervos. Cada uno es un ente fragmentado que representa un tic social, un arquetipo. La sociedad en su conjunto es la que lo aísla y la que finalmente lo condena. En la obra, los cuervos exaltan posiciones que aún hoy existen sin modificación. Como la necesidad de vender lo que el público quiere comprar y, en consecuencia, la necesidad de producir aquello que sea vendible. Detrás de esto está el exitismo, la idea de que si algo se vende es porque tiene un valor que no se discute.
–¿Cómo está tratada la perturbación mental que sufrió Van Gogh?
–Nosotros creemos que la desesperación, la locura y su propia muerte fueron producto de la misma presión social. El rechazo profundo deriva en un estado de angustia y aislamiento que él –sensible y vulnerable como era– no pudo manejar.
–¿Qué premisas eligió para asumir su rol?
–Yo trabajé al personaje desde la inocencia y el juego de un niño. Solamente un ser adulto gobernado por su niño interior podría crear como Van Gogh. Los chicos tampoco hacen concesiones con sus juegos, con su material de expresión. Usualmente pongo al personaje en la mira, como si fuese la presa que hay que ir persiguiendo. A mí me gustan las propuestas que me permiten jugar a fondo, aun en la televisión, donde el trabajo es agotador y mucho más unilateral que en el teatro. Hacer personajes bien diferentes como Pelusa (en Primicias) o el del intendente Costa (en Padre Coraje). Muchas veces, la visión del propio personaje termina modificando el guión.
–Para sus personajes del ciclo Botines (Canal 13) tuvo que adentrarse en otra clase de marginalidad...
–Claro, la marginalidad delictiva en casos que fueron, en general, emblemáticos. Me interesa trabajar temas de la realidad pero en cuanto pueden asumir un sentido poético, no tanto cuando el producto roza con lo documental. Tomar el género policial, por ejemplo, pero como excusa para contar conflictos humanos. Me gusta cuando se revelan las zonas desconocidas de un hecho. Es como ver el lado oscuro de la Luna.

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Van Gogh va los jueves y sábados a las 21 y los domingos a las 20, en el Regina.
 
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