ESPECTáCULOS

“Henri Michaux fue para mi vida la calma después de la tormenta”

La cantante Liliana Vitale consiguió, después de doce años, editar “La vida en los pliegues”, un CD donde musicaliza al poeta belga-francés.

 Por Fernando D´addario

La inexplicable Argentina versión 2002 también genera cosas de este tipo: un disco ya dado por perdido, un extraño y bello disco escondido en una casa familiar del barrio de San Telmo, supera escollos burocráticos y se acomoda, con timidez, en la devaluada fila de las producciones discográficas del año. La protagonista del conjuro que hizo revivir el material se llama Liliana Vitale, pero no debe descartarse la ayuda logística de Esther Soto y Donvi, padres de la cantante, productores independientes y dueños de casa. Allí, después de haber ejercido su oficio de profesora de canto, y mientras desempeña su no menos digno rol de cebadora de mate, Vitale habla de La vida en los pliegues, el trabajo que concibió en 1990 y recién vio la luz hace un par de semanas. “Es un alivio. Como haber tenido un embarazo de años”, le dice a Página/12.
La vida en los pliegues, más allá de las dificultades que acompañaron su proceso de gestación, no es un álbum convencional. Le pone música a la obra homónima de Henri Michaux, el poeta belga-francés que expuso literariamente (y también a través de sus dibujos) su oposición a toda idea ligada a la uniformidad. Esa libertad formal atraviesa también el disco de Liliana, una artista que no parece estar atada a ningún target: formó parte del proyecto rockero independiente M.I.A., cantó canciones románticas, música latinoamericana, tango, y ahora esto. “Esto” es un poco de todo aquello, pero le agrega el sabor de cierta intimidad lúdica que se deja filtrar, un toque dosificado de cuelgue (a tono, quizá, con el espíritu mezcalínico de Michaux), el aporte fundamental del percusionista Bam Bam Miranda y el milagro de la sobriedad que se apoderó, por una vez, del teclado de Lito Vitale. Liliana presentará el disco el 20 y 27 de julio próximos en Gandhi. La acompañará el grupo La Sed, integrado por Juan Belvis (su hijo, en guitarra), Juan Pablo Rufino (hijo del legendario Machi, ex músico de Pappo y Spinetta, entre otros), en bajo, y Leonardo Alvarez en batería. Martín González (hijo de Lucho González) en percusión, participará como invitado. “Me estoy sacando las ganas de tener la banda de rock propia”, señala Vitale.
–La vida en los pliegues fue grabado en 1990 y recién sale editado ahora. ¿Qué pasó en el medio?
–En doce años pasó de todo un poco. Yo venía de hacer Canta Liliana Vitale y estaba mal, por distintos motivos, artísticos y personales. Hasta que exploté y dije: “Se va todo a la mierda, paro acá, no canto más”. En realidad era una pausa lo que necesitaba. Reacomodarme. Fue en ese contexto que nació la idea de musicalizar a Michaux, un autor que me fascinaba desde varios años atrás. Fue como un eslabón en mi historia artística. Estaba en crisis con todo, y Michaux fue la calma después de la tormenta. O la resaca, mejor dicho.
–¿Pero por qué no salía?
–En Gallimard, el sello editorial que tiene los derechos, me negaron en su momento el permiso. Pensé en cambiar las letras y hasta hubo un tiempo en que me había olvidado cómo era la música. Me fui a Córdoba, enojada con todo. Cuando volví, lo primero que hice fue musicalizar fragmentos de Rayuela, de Cortázar. Pedimos autorización, primero me dijeron que sí, después que no. El año pasado, con la visita de Gismonti, que tuvo palabras muy elogiosas para mí, me dieron ganas de mostrarle el material de Michaux y también me convencí de que si seguía insistiendo con esto, era porque el disco tenía que salir sí o sí. Al final, Gallimard nos dio el permiso. Como verás, soy hija de las dificultades.
–Michaux no parece, a priori, un autor fácilmente musicalizable. ¿Qué aspectos de su estilo la instaron a componer?
–Lo que seleccioné de Michaux tiene que ver con desestructuración, autocrítica, el contacto con las tinieblas y la condición femenina. Siempre me interesaron las visiones masculinas de la condición femenina. Y él habló por mí desde afuera de mí.
–Encontrándose con el material doce años después, ¿sigue representándola?
–Sí, porque Michaux es como Miles Davis. Miles atravesó con su música el existencialismo, los beatniks, las drogas. Se comió todo el siglo XX y sobrevivió. Debió pagar costos por ello, pero siempre es mayor el costo de quedarse quieto. A mí me pasa algo parecido con Michaux. En el momento en que hice la música no tenía la distancia necesaria para apreciarlo. Hoy el disco tiene vigencia a pesar de mí misma.
–Su trayectoria parece ser consecuencia de estados sucesivos de catarsis. ¿Por eso no hay una línea conductora en su carrera?
–Es verdad, nunca tuve constancia. Será porque siempre sentí, ante cada espectáculo, ante cada disco, que necesitaba imponerme un desafío nuevo. En una época lo nuevo era la interpretación. Yo venía del rock, que tenía una fuerte tradición autoral, donde casi no había intérpretes, salvo Baglietto. Después me fueron pasando distintas cosas en la vida y en la música, y traté de no atarme a ningún prejuicio.
–El grupo que la acompaña está integrado por hijos de músicos de su generación. Todo un síntoma...
–Es que hoy los chicos escuchan Beck y escuchan Zeppelin y escuchan Goyeneche, con una gran naturalidad y con total desprejuicio. Tienen mayor apertura hacia lo que viene y a la vez mayor respeto por el pasado musical, algo que nosotros no teníamos, porque por una cuestión de quiebre generacional, necesitábamos romper, teníamos que fundar algo.

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