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La historia de “Larry” Chaffetelli, de Pepitito al mundo de “Todo x 2 $”

El que “estaba en cualquiera” en la bizarrra versión de “De música ligera”, el tema de Soda Stereo lleva 40 años trabajando como extra.

 Por Julián Gorodischer

En el mundo de Larry sólo hay cabida para dos categorías: estrellas y extras, mirones y exhibidos o, variante más cruel y personal, ganadores y parias. El fue paria desde fines de los ‘50, haciendo la cola para meterse a trabajar con el capocómico del barrio, Pepe Biondi, suplicando por un bolo. “Era la Argentina grande, había trabajo”, recuerda Alberto Chaffetelli. “Yo estuve con los mejores: con Pepitito, con Biondi, con los de ‘Telecataplum’. Asomaba desde el fondo...” El paria los esperaba a la salida porque tenía parla, y desplegaba esa insistencia que ahora no escatima: “Mirá la TV Guía, cómo salimos con el Dr. Dyango; qué amigos que fuimos con el viejo, todos los días al Sindicato, a pedir un bolo, y nunca pasamos hambre. Yo, gracias a la tele, mantuve a tres hijos...”.
“‘Los Tres Chiflados’ arrasaron”, dice en la revista, que despliega con orgullo junto al diploma que le dieron en “Todo x 2 $” el último día del 2001: “Por su labor y apoyo, un hermoso beso...”, se lee en el documento con firma de Marcelo Tinelly (sic). Como si no registrara la reducción del presupuesto, el hombre aún merodea el Canal 7, pide explicaciones, pero la que llega es esa instancia conocida por todo extra en mala racha, reunión perpetua que pospone la comunicación, la excusa “él te llama”.
Ahora, en la puerta del canal, alguien lo reconoce, le canta “Llamen a Moe...”. Alguien le pide un beso, una firmita, y él saca el autógrafo ya fotocopiado. Reparte el tesoro para que nadie se quede sin regalo; alguna vez él fue quien los pedía. “Don Marrone, una firmita para mi hija, para el nene; Don Biondi, yo era su vecino allá en Lanús...” Y Chaffetelli entró a la claque, para aplaudir cada humorada de su ídolo. Siempre tuvo adhesión genuina a Olmedo, Porcel, Biondi o Marrone, pero “nadie como los chicos”, dice sobre Capusotto y Alberti, que lo vieron igual al Chiflado, le tocaron el pelo grasoso, despeinado, escaso, le acomodaron la raya al medio y después sólo fue cuestión de buscar un Moe y un Curly, y el elenco de chiflados cantó la canción de la victoria. De paria a consagrado.
Larry miró el backstage desde los ‘70 y conoce el cartón pintado. Se instalaba con toda su familia en las tribunas de “El circo de Marrone” y “Viendo a Biondi” y, como extra vip, contaba unos chistes que abultaban el viático standard. En los ‘80, el status ya era otro: extra de lujo, capaz de decir un par de frases o representar un papel. Fue cantante en “Si lo sabe cante”, se ganó la confianza de Roberto Galán y se convirtió en un falso soltero en “Yo me quiero casar”. A su esposa no le importó. Durante años se guardó los secretos de la falsificación, fue un mirón fiel y reservado que se iría con el secreto a la tumba, pero ahora que la TV lo dejó sin el bolo ni la fama, ¿por qué no tomarse una revancha?, piensa: “En los ‘90 fui un vecino indignado en lo de Mauro Viale. Pedía por la pena de muerte, y les encantó”.
Aquel que mira durante años desde el rincón nunca molesta, más aún si es callado y respetuoso de la luz roja en el estudio. Pero después, ese hombre apunta a la corporación que lo dejó afuera. Ahora son los circos y los “reventones paraguayos” –dice– los que pagan su interpretación de Larry. “Yo estuve con todas las estrellas, y sé muchas cosas: las cámaras de Tinelli están arregladas; Mirtha... ¡no sabe lo que es, re-exigente!; Susana es pura joda.” En la espera por un bolo, Larry revela las maneras de ser fiel al barrio: mostrar a cámara un cartelito, hacer entrar a vecinos, recomendar las virtudes de quien lo necesita y firmar autógrafos. Tiene un fajo de papelitos con una leyenda estampada en el ángulo inferior: “Con todo cariño, Larry... está en cualquiera” .
Firma fresca y dedicatoria al paso: eso no vale nada para Larry que lo quiere así, pensado de antemano, con preproducción, como para que sus fans vean que trabajó para dejarlos conformes. La pila distancia al verdaderoídolo de las imitaciones: figuras de segunda línea que sólo se preocupan por el peinado. La gratitud es otra cosa, y el viejo Larry lo aprendió en La sonrisa de mamá, donde asomó la cabeza detrás de Palito Ortega: hay que deberse al público, la fama cuesta y el ídolo paga. No basta con aparecer, hay que esmerarse. Por eso hay que mantener la sonrisa pese al desempleo y la espera: fotocopiar el autógrafo y aleccionar al primerizo. Caminar con la TV Guía lista: “Mirá qué bonito, mirá cómo salimos con Dr. Dyango...”.

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“Larry” reparte fotos autografiadas en las inmediaciones del 7.
 
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