PSICOLOGíA

Los trabajadores desvalidos bajo las paradojas del estrés laboral

Una puesta al día sobre el estrés laboral, donde, en un contexto de amenaza, “el conflicto entre capital y trabajo deja de desplegarse en el escenario de la empresa y pasa a producirse en el interior del sujeto” y la jornada cotidiana se torna traumática.

Por Sebastián T. Plut *

Desde los trabajos pioneros de Hans Selye (The stress of the life, 1956), se ha conceptualizado el estrés como una experiencia (o un conjunto de ellas) cuya exigencia es excesiva en relación con los recursos del individuo. Así, se han considerado el ambiente físico de trabajo, los contenidos del puesto, el desempeño de roles, las relaciones interpersonales, el desarrollo de carrera, las nuevas tecnologías, los nexos entre trabajo y familia, rutinas reiterativas y monótonas, el ritmo de trabajo determinado por las máquinas, la carga de trabajo o responsabilidad excesivas, las exigencias insuficientes en relación con la capacidad del trabajador, la insatisfacción profesional, el horario de trabajo, las condiciones, el contenido de la tarea, la falta de participación en las decisiones sobre las formas de realizar las tareas, la inseguridad en el empleo, aislamiento social. Los signos e indicadores de estrés comprenden: irritación, preocupación, tensión, depresión, afecciones psicosomáticas, sensación general de insatisfacción ante la vida, baja autoestima, depresión, perturbaciones de la atención, la percepción, de las funciones cognoscitivas y motoras, aburrimiento, baja en el rendimiento, ausentismo.
El modelo explicativo usado habitualmente remite al esquema causa (agente, trabajo)-efecto (daño), aun cuando la literatura existente no deja de anunciar que “la relación entre los factores psicosociales presentes en el trabajo y la salud se complica por gran número de variables de carácter individual y subjetivo” (Kalimo y otros, Los factores psicosociales en el trabajo, editado por la OMS), variables que, como ya he señalado, sólo son enunciadas. En la misma línea, Cooper y Davidson (Kalimo y otros, ob. cit.) señalan que las manifestaciones dependen de la situación individual, en tanto de dos sujetos expuestos a los mismos factores de estrés uno podrá volcarse a la bebida para evadirse mientras el otro podría sufrir una bronquitis.
Cabe agregar que Kalimo, luego de una intensa revisión de las investigaciones realizadas señala que se “han publicado pruebas de la relación que existe entre los factores de estrés profesionales y los síntomas psíquicos, pero no se ha confirmado una relación causal precisa”.
Aubert y Gaulejac (El coste de la excelencia, Paidós) plantean los diferentes modelos de organización del trabajo y el tipo de adhesión que cada uno promueve. En particular, ponen el énfasis en las organizaciones cuyo principio rector es la excelencia y la figura tipo el manager. Los autores examinan la organización managerial, tal como la denominan, en la que se propone un ideal común, sostenido en un conjunto de creencias y principios, tales como la preocupación por la persona, dar el mejor servicio al cliente, la búsqueda de la calidad y la sintonía entre progreso social y económico. En este universo, sostienen, la empresa se afirma como un polo generador de identidad a la par que se debilitan otras referencias sociales. En esta identidad se le ofrece al trabajador la posibilidad de ser su propio patrón lo cual concluiría en la paradoja de un individuo liberado de toda atadura, pero desprovisto de su individualidad. El conflicto entre capital y trabajo (o control y resistencia) deja de desplegarse en el escenario de la empresa y pasa a producirse en el interior del sujeto. La adhesión, en este tipo de empresas, consiste en suprimir la distancia taylorista entre el trabajador y la empresa. “El trabajador –dicen– tiene que volverse empresa.”
Por esta vía quedaría estructurado un sistema de creencias que obstaculiza la expresión externa de los conflictos, por lo que la contradicción resultante permanece en el nivel individual. Los autores recogen frases de directivos: “Estás condenado a triunfar”, “En esta empresa estás obligado a expresar tu opinión libremente”, “¡Cuanto más tiempo ganamos, menos tiempo tenemos!”. Resulta elocuente una publicidad gráfica recientemente aparecida cuyo texto dice: “En la nueva economía de Internet, el temor al fracaso es reemplazado por el pánico al éxito”. La ligazón entre éxito –meta a alcanzar– y pánico pone en evidencia un tipo de desarrollo afectivo que impregna la organización del trabajo al tiempo que expresa un bienestar imposible.
En el caso del estrés se da un tipo de situación traumática que no deriva de un episodio único y de gran intensidad, sino de la acumulación de sucesivas incitaciones de menor carácter, cuyos efectos podrían recaer sobre lo nuclear del aparato psíquico. Pero para comprender la eficacia de los fenómenos de estrés laboral, no sólo debemos considerar la sumación de incitaciones exógenas sino las leyes internas del aparato psíquico que imponen transformaciones a tales incitaciones (y las dotan de una significatividad específica).
Para Freud el trabajo permite procesar un conjunto de exigencias pulsionales (como las de tipo homosexual y la hostilidad fraterna) y puede constituirse en un escenario en el cual se plasman sentimientos de injusticia, celos y envidia. Ciertas condiciones laborales (amenaza de desempleo, ser marginado de ciertos círculos, exigencias contradictorias) potencian ciertas disposiciones a la adicción al trabajo como forma de procesar y desplegar los componentes antes mencionados. La actividad laboral se convierte entonces en una fuente de incitaciones traumáticas duraderas que poseen un valor semejante a un impacto único y catastrófico. Como resultado de ello se produce un drenaje pulsional, un estado de desvalimiento que imposibilita la tramitación de las exigencias tanto pulsionales, como las del superyó y la realidad. En tales pacientes, por lo tanto, prevalecen los estados de apatía, estados de los cuales “salen” temporariamente si encuentran alguien que les dé “pila”.
Cuando el yo se encuentra ante situaciones paradojales, le caben dos alternativas defensivas: su cuestionamiento superador o, si ello no es posible, la huida. En el caso de las contradicciones enunciadas, ninguna de tales opciones es factible, ambas están impedidas. A las dos afirmaciones contradictorias se les agregan otras dos órdenes que someten al yo y lo tornan indefenso, una prohibición al cuestionamiento y otra que recae sobre la posibilidad del alejamiento.

* Psicoanalista. Docente en UBA y UCES.

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