SOCIEDAD › UN PATOVICA DETENIDO POR EL
CRIMEN Y DESCUARTIZAMIENTO DE SU PAREJA

El extremo de la violencia conyugal

Ocurrió en un departamento del Abasto. La policía sorprendió al patovica con dos bolsos, donde llevaba a la víctima cortada en doce partes. Lo había delatado un amigo que también está sospechado. El detenido había sido denunciado por su mujer por golpeador.

 Por Horacio Cecchi

Ecuador al 700, entre Viamonte y Tucumán. Alrededor del edificio con número 765 se agolpa un nutrido grupo de curiosos. No pueden avanzar más allá de las cintas de seguridad colocadas por los federales vallando el ingreso al edificio. No pueden acercarse pero quisieran hacerlo. El boca a boca dice y repite con algo de espanto y con otro tanto de morbosa curiosidad. Dentro del círculo vedado, un grupo de federales analiza el interior de dos bolsas más negras que el asfalto donde están apoyadas, de las que se utilizan en los consorcios para sacar la basura. A unos pasos, ya dentro de un patrullero, un hombre –después se sabrá que era patovica– con el rostro cubierto por una campera ve pasar imágenes por su cabeza. O se supone que piensa en eso, en lo impensable. Eso que miran los federales con suficiencia forense es lo que queda del cuerpo de su novia, que no le alcanzó con asesinarla, destrozado en doce pedazos como haría el tiempo con un vulgar almanaque.
Ayer, muy temprano en la mañana, un patrullero se detuvo frente al edificio ubicado en Ecuador 765. Pleno Abasto, entre Tucumán y Viamonte y a escasas cuadras de la casa-museo del Zorzal criollo. Aguardaban en la puerta nadie sabía qué. Pero aguardaban. Recién a las 7.30 a quien aguardaban hizo su aparición en escena. Jorge Camejo, de 35 años, uruguayo y patovica de una disco bar de Ayacucho y Juncal, salía del edificio en ese momento. Pese a su anatomía corpulenta, se notaba que no le era sencillo cargar con los dos bolsos. Se supo que era a él a quien aguardaban los uniformados por el movimiento que se desató de inmediato. Y porque el uruguayo, al ver a los policías, dio marcha atrás y se internó en el edificio.
Los uniformados no corrieron detrás de él. Aguardaban la orden de allanamiento de la jueza Alicia Iermini. Varias horas antes, la noche del miércoles, alrededor de las 22.30, Lucas Coria recibió un llamado de su amigo Camejo. “Necesito que me hagas un favor –le dijo, según revelaron más tarde los investigadores–. Me peleé con Vanesa y se me fue un poquito la mano.” Coria salió de su casa, en Villa Crespo, y a las 23.30 estaba en la casa de Camejo, en el 7º piso, departamento 22.
Su amigo le dijo que había discutido muy fuerte con Vanesa Navia, su novia, de 24 años, profesora de gimnasia e instrumentista del Hospital de Clínicas. Con ella convivía desde hacía tres años, y aunque los vecinos aseguraron que “era una pareja muy normal”, esa normalidad se expresaba “con discusiones y golpes”, que obviamente recibía ella. Incluso, según revelaron fuentes policiales, el patovica y personal trainer ya tenía antecedentes de violento, ya había marcado a golpes a Vanesa en otras ocasiones, siempre cuando se le desataban los celos que, al parecer, ocurría con frecuencia.
A medida que se acercaba al baño, Coria descubría lo que significaba para Camejo aquello de “irse la mano”. Primero supo que su amigo la había estrangulado con sus propias manos, después la vio en la bañera, su cuerpo descuartizado en tres partes. Coria, aterrado, aguardó que Camejo saliera a comprar bolsas de consorcio para escapar. Volvió a su casa y acompañado por su madre se presentó en la seccional 27ª, de su barrio, donde presentó la denuncia. Todo este relato surgió de boca de Coria. Desde la 27ª informaron a la 7ª, con jurisdicción en Ecuador al 700, y desde temprano montaron una guardia. Con la orden de allanamiento en mano, los de la 7ª entraron alrededor del mediodía. Encontraron a Camejo en los pasillos, pero con las manos vacías. Cuando los uniformados le pidieron entrar al departamento cayó en un ataque de nervios. En la vivienda, los policías descubrieron aquellos dos bolsos. Guardaban bolsas de residuos. En su interior se toparon con el cuerpo de Vanesa seccionado en doce pedazos. Del departamento secuestraron tijeras y cuchillos. Señalaron que no habían hallado evidencias de violencia. Claro, todas habían quedado silenciadas en las bolsas. Sospechan que durante la noche, Camejo se dedicó febrilmente a completar su tarea. De Coria, pese a ser el denunciante, también sospechan. Un punto no parece cerrar y aunque las fuentes se negaron a precisar el motivo, es muy posible que el dato de los forenses haya sido clave: la joven fue asesinada doce horas antes de ser hallada. La hora coincide con el ingreso de Coria en el edificio. Ahora está prófugo.
Tras la requisa, a Camejo lo trasladaron a un patrullero mientras los vecinos se agolpaban alrededor del vallado. Más tarde, lo llevaron a una celda de la comisaría. “Estaba tan nervioso –señaló un uniformado–, que tuvimos que esposarlo dentro de la celda.” Esos mismos estallidos, sufridos por Vanesa deben haber sido su carnet de ingreso como patovica a la disco bar, herramientas necesarias para controlar a los chicos. Ayer, mientras Camejo se golpeaba contra las paredes de la celda, Página/12 consultó el registro obligatorio de patovicas, del gobierno porteño. Ni el bar disco, ni Camejo pasaron jamás a registrar su nombre ni indicios de su violencia.

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La puerta del edificio de Ecuador 765, en Abasto, donde la policía esperaba al acusado.
 
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