SOCIEDAD › DOMINIQUE VILLEPIN, CANCILLER DE FRANCIA

“La política está para servir a la comunidad”

Es un curioso personaje y un político de un tipo cada vez más raro: francés, criado en Venezuela, habla perfectamente el castellano y es un fino escritor y antologista de poesía contemporánea. Europeísta, crítico de la política de EE.UU. en Irak, se le plantó a Bush pero defiende la alianza con Washington. En este diálogo recorre desde la necesidad de tener poesía antes de entrar en acción hasta la seguridad en Medio Oriente, un indicio de para qué sirve la política.

Por Sol Alameda *

–Alguien me dijo que el español es seguramente el idioma de sus primeros amores adolescentes, esa lengua que se guarda en el corazón y nunca se olvida.
–Es verdad. Y es el idioma de mis primeras películas, que eran mexicanas. Y del primer libro de poesía, Platero y yo, que leí al mismo tiempo que El principito. Me gusta muchísimo su idioma, y su cultura.
–Usted es uno de esos intelectuales franceses que aman la política y se dedican a ella. Un fenómeno muy propio de su país. Si le parece, empecemos por esa afición suya a la poesía que, me parece, le contagia su madre siendo un niño, y que más tarde se iba a convertir en un refugio intelectual.
–Yo no hablaría de refugio. La poesía era algo muy cercano a mi familia, y le voy a contar una historia muy íntima, que no he escrito en mi libro... Mi madre tenía un profundo amor por la poesía, y cuando era pequeño me escribía poemas que yo leía en clase o donde fuera. A los siete años, mi hermano se enfermó, una enfermedad terrible que, entre otras cosas, en pocos meses le hizo pasar de ser un alumno brillante a encontrarse en los últimos puestos de la clase. Las medicinas que le daban lo paralizaban y no le permitían expresar el talento que tenía. Empezó a mostrarse un poco violento. Seguramente porque no encontraba satisfacción en ninguna parte; ni en el deporte, en el cual había sido muy bueno hasta entonces, ni en los estudios, ni con los amigos. Entonces empezó a encerrarse en sí mismo, a quedarse solito, a tener muchas dificultades. Nosotros vivíamos en Venezuela, y mi familia lo mandó a Francia, a un internado. Después también me enviaron a mí, así que durante todo un largo período nos veíamos sólo en las vacaciones. Yo acabé el bachillerato, y a él, como las cosas no le iban bien allí, lo enviaron a Estados Unidos, a una academia militar. Tenía unos 17 años, pero tampoco allí mejoró su situación, y mi madre lo cambió al Liceo de Nueva York, y me pidió que fuera a vivir con él, para que lo ayudara; mientras tanto podía seguir mis estudios por correspondencia, y hacer en Nueva York un bachillerato científico. Los médicos habían dicho que mi hermano no podría realizar estudios superiores, ir a la universidad. Entonces yo llegué a Nueva York y lo encontré encerrado en sí mismo, agresivo. Y yo no sabía cómo ayudarle.
–¿Y entonces surge la poesía como herramienta, como terapia?
–Caminábamos por Nueva York; me acuerdo de esos primeros momentos, de cómo empecé a hablarle de poesía, de cómo él, en un momento dado, empezó a escucharme. Luego comenzó a amar la poesía y a leerla, y después, a identificarse con la vida de los poetas. Durante todo ese año vivimos con poesía. Pero la poesía no fue un refugio sino lo contrario; fue vivir la vida como se vive cuando uno está desesperado, vivir la vida y amarla. Vivir sin temor en aquella ciudad, Nueva York, que es magnífica, pero también muy violenta; sin tener miedo del otro ni de la misma vida. Y así, poco a poco, él fue cambiando. Pasó brillantemente el bachillerato y los dos nos fuimos en un gran viaje por el norte de Europa. Fuimos a Suecia, a Noruega; el objetivo era ir lo más lejos posible, siempre hacia el norte.
–¿Por qué al norte?
–En esos años había un gran poeta, Dotremont, que tuvo una tuberculosis, y a medida que la enfermedad avanzaba en sus pulmones, él avanzaba hacia el norte, hasta que terminó su vida en Laponia. Había en él un deseo de dirigirse a lo blanco mientras crecía la marca negra en sus pulmones. Nosotros hicimos lo mismo, y cuando regresamos, en agosto de 1971, mi hermano había cambiado completamente; yo diría que vivió toda una vida en doce meses, logrando una nueva serenidad, una distancia de sí mismo, y también un gusto por esa vida que ya afrontaba sin violencia. Regresamos a Bretaña, de vacaciones, y ahí, un día, mientras tomaba un baño, lo encontré muerto. Supe que se estaba muriendo mientras yo leía poesía en el cuarto de al lado. Forcé la puerta para entrar y lo encontré ahogado. Así que la poesía es parte de la historia de mi vida, de la historia de los dos, de la vida y de la muerte.
–Luego, usted mismo escribió poesía. Ha publicado dos libros y una especie de antología poética, de ensayo, de 800 páginas, que también es un diario personal.
–Es que toda mi vida me ha acompañado la poesía. Para mí es un modo de nombrar a las cosas, a los seres; es un modo de darles más vida y más intensidad.
–Pero usted es político, un diplomático muy exitoso. ¿También le sirve la poesía para hacer esa tarea con más intensidad?
–Le diré que ése es uno de los grandes parecidos que la poesía tiene con la política. En política hay que nombrar las cosas: hay que nombrar los principios, las esperanzas y las actitudes. La vida política implica tanto un trabajo de esperanza como de exorcismo. La poesía palpita en lo más profundo de nuestro ser, precisamente para encontrar esas palabras que nos ayudarán a arrojar algo de luz en el camino, también cuando hacemos política.
–Pensaba que me iba a decir que eran actividades o pasiones contradictorias, que es lo que parecen a primera vista.
–No lo son, pero sobre todo no lo son en las grandes crisis; cuando las situaciones llegan a un momento de gran conmoción, cuando se impone hallar una solución con urgencia. Entonces, la verdad se abre camino con toda su crudeza y es preciso prescindir de todo lo que no sea fundamental, de lo superfluo, e ir a la esencia del problema. René Clair tiene una frase muy hermosa para hablar de la poesía, tomada de una reflexión sobre Rimbaud: “La poesía viene antes que la acción”, es decir, precede a la acción, la hace posible, alumbra los caminos por los que el hombre aún no ha pasado. Así que la poesía tiene algo de aventura extraordinaria, al permitirnos, como decía Rimbaud, “ir hacia lo desconocido, hacia lo nuevo”. En un mundo como éste, plagado de crisis, tensiones y miedos, la poesía permite comprender la vida y a los demás, y hacer que las barreras que tratamos de construir para protegernos (entre las culturas, entre las civilizaciones, las barreras de la incomprensión) se disuelvan. La poesía nos permite entender las cosas, no deja que las palabras queden en la sombra y se pudran, sino que cobren nueva vida para poder dialogar.
–Pero la poesía tiene que ver con la sinceridad, con las verdades más profundas, mientras que la política parece ser lo contrario...
–Hace unas décadas, es verdad, se pensaba que la política agonizaba, que los hombres no eran capaces de controlar ellos solos su destino. Pero ahora estamos viendo que la política recupera el lugar que le corresponde porque las dificultades, las inquietudes y la incertidumbre devuelven a los políticos su responsabilidad.
–Usted es poco usual. Al menos, eso opinan los críticos de su libro Le cri de la gargouille (El grito de la gárgola). Usted escribe que la sociedad necesita de la llegada al poder de hombres que se olviden de sus intereses personales y guíen al país hacia una revolución humanista, nutrida de democracia y de Europa.
–Hay una gran necesidad de un gran cambio en la política. En un mundo cambiante, en el que cambia la visión que la gente tiene de las cosas, creo que la política y todos nosotros también tenemos que cambiar. Ahora, en la conciencia colectiva se reconoce un desasosiego, del que hablaba Fernando Pessoa, también presente en muchos artistas españoles, y que los políticos tenemos el deber de advertir. Ese desasosiego es lo que está dando un nuevo sentido a la política y obligándonos a luchar sin descanso contra los miedos que se nos hacen presentes. Porque la política está para servir a la comunidad, y para permitir que la inquietud se manifieste y le hagamos frente, y para evitar que caigamos en la tentación del miedo, de la fuerza y de la indiferencia. Hay que agrupar a la comunidad en torno a un objetivo.
–¿Darle ideales?
–Evidentemente, en política, el resultado es la clave; el juicio se hace teniendo en cuenta el resultado, pero es preciso que logremos que la gente vuelva a creer en la política. Y todos tenemos, y más que nadie los políticos, el deber de honrarla. Por eso son tan importantes los principios y los sentimientos, y por eso debemos responder a los interrogantes que se hacen los ciudadanos.
–Parece lleno de buenas intenciones. Pero siendo diplomático, no un teórico, conoce mejor que nadie las dificultades. Por ejemplo, empecemos por las dificultades para la construcción europea.
–Vivimos un momento muy importante de nuestra historia; nos enfrentamos a un reto nuevo, debemos hacer frente a la vez a la ampliación y a la reforma de las instituciones. La Conferencia Intergubernamental, que arranca basándose en los trabajos de la Convención, debe fijar un nuevo horizonte para Europa, sus nuevas fronteras, y la actitud que debe adoptar hacia los que serán sus nuevos vecinos. Al mismo tiempo, tiene que devolver el sentido a políticas ya antiguas y definir nuevas políticas en materia de investigación, de educación y de universidad. De manera que se trata de reinventar un acervo que es colectivo, a la vez que se responde a preocupaciones muy concretas de la vida de los ciudadanos, como empleo, sanidad y educación.
–Antes decía que la crisis de Irak acelerará la unión de los europeos. ¿También hará que la voz de Europa sea relativamente más independiente de EE.UU.?
–El mundo necesita una Europa fuerte, y cuantos más Estados u organizaciones regionales sean capaces de asumir sus responsabilidades y de tomar iniciativas en las crisis, mayor será la estabilidad. Los países europeos actuamos de forma autónoma, aunque en contacto con otros Estados, para organizar una operación de paz en el Congo, y lo mismo hicimos en Macedonia. Pueden darse situaciones en las que Europa desee asumir sus responsabilidades al margen de la OTAN y la Alianza Atlántica. Pienso que debemos asumirlas en la escena mundial sin que ello signifique que cuestionamos a la OTAN o la importancia que tienen para todos nosotros las relaciones con la OTAN, o la voluntad que tenemos de ser aliados y amigos de Estados Unidos. Se pensó que los europeos nos apartaríamos de Estados Unidos, pero somos amigos y aliados. Lo que queremos los europeos es aportar respuestas a los problemas del mundo, y la pregunta que nos hacemos es cuál es la mejor manera de hacerlo. Por ejemplo, lo más importante en la crisis de Irak es que no sólo estaba en juego el país en sí, sino también la definición de un nuevo orden internacional, saber cómo íbamos a gestionar las crisis del sistema internacional.
–¿Y cómo deben gestionarse?
–Nuestra unión quedó patente tras el 11 de septiembre. En aquella época, Francia presidía el Consejo de Seguridad y fue el primer país enreaccionar para brindar su apoyo y respaldo a Estados Unidos, dentro del marco de la legítima defensa, en Afganistán. Yo creo que no hay que cuestionar este logro de la comunidad internacional, sino tratar de hacer que cada uno pueda controlar y ser responsable de su propio destino y contribuir al orden internacional.
–Ahora asistimos al fracaso de Estados Unidos en la posguerra de Irak, tras actuar como un imperio. Ese fracaso se ha traducido en una necesidad de ayuda de otros países para gestionar la crisis. ¿Esa nueva circunstancia, que el imperio no lo sea tanto, también significará algo respecto a ese futuro de Europa como potencia responsable de su propio destino?
–Creo que somos muy conscientes de la multiplicación de las crisis en la escena internacional: crisis regionales, Irak, Medio Oriente, Corea del Norte, el terrorismo; los problemas de la globalización y de la justicia... Sabemos que si abordamos las crisis juntos, a escala europea, tenemos más capacidad, y al mismo tiempo, eso nos ayudará a contribuir a un nuevo orden internacional. Reconozco que no es fácil porque Europa ha privilegiado siempre la cooperación económica. Pero ahora trabajamos en el ámbito de la política exterior, tratamos de concertar sobre nuestra política y, desde hace unos años, de definir políticas comunes; por ejemplo, en el ámbito de la defensa. Debemos aprender a hacerlo, y pienso que las dificultades de hoy día aceleran ese aprendizaje. Nos sirven de experiencia, de pedagogía. Ha resultado evidente que cuando están surgiendo dificultades, somos capaces de aprender de ellas.
–Parece que Estados Unidos ha flexibilizado su postura en cuanto a los tiempos que llevarían a una soberanía de Irak, pero no se han acercado posturas en otras cuestiones. ¿Hasta qué punto, piensa usted, la crisis está estancada?
–Las cosas son muy difíciles. El compromiso de Estados Unidos en Irak es muy profundo; actualmente, ese país tiene una responsabilidad que ejercer con las fuerzas de la coalición, a la vez que, de acuerdo con el derecho internacional y las convenciones de Ginebra, tiene las responsabilidades propias de una fuerza de ocupación. Es evidente que Estados Unidos es consciente de la difícil situación en que se encuentra y que debe tratar de adaptarse permanentemente. Por eso Francia ha dicho que, frente a las dificultades, debemos tratar de acelerar el proceso de traspaso de soberanía a Irak, que el objetivo de la comunidad internacional debe ser apoyarse más en el pueblo iraquí. Si los iraquíes sienten que tienen las riendas de su destino, se movilizarán más. Porque todos sabemos que la situación en Irak no es nada fácil, y por eso debemos ser pragmáticos. El traspaso de la soberanía debe ir acompañado de un traspaso paulatino de las demás responsabilidades: administrativas, políticas y económicas. Pero lo primero es tratar de constituir un gobierno provisional. Puede que haya otras formas de hacerlo, pero pensamos que el traspaso de soberanía debe hacerse en los próximos meses. Luego, el traspaso de las demás responsabilidades puede hacerse en seis, nueve o doce meses; porque, en efecto, antes de hacerlo debemos estar seguros de que los iraquíes son capaces de asumirlas. Nada podría ser peor que un vacío en Irak.
–El secretario general de la ONU ha sido muy crítico con el texto avanzado por Estados Unidos de la nueva resolución, y ha criticado como nunca la doctrina de ataques preventivos. ¿Qué piensa que puede suceder ahora respecto a una nueva redacción de esa resolución?
–El proyecto de resolución estadounidense, a nuestro juicio, no va lo suficientemente lejos. Nos ha decepcionado. Por eso estamos trabajando con todos los miembros del Consejo de Seguridad, con Estados Unidos y todos nuestros socios, para ver cómo podemos tener más en cuenta nuestras exigencias. La cuestión no es hacer una resolución que sería votada y noplantearía ningún problema. Francia ha dicho que no se opondrá, que no vetará la resolución; no tendría ningún sentido hacerlo, lo que queremos es ayudar a reconstruir Irak. La cuestión no es tanto votar una resolución como saber si será eficaz, si con ella se podrá reactivar la reconstrucción de Irak. Y compartimos la preocupación del secretario general. La resolución que se vote deberá describir las condiciones para que haya estabilidad y seguridad en Irak y se pueda reconstruir el país. Y a nuestro juicio, la ONU puede ayudar a fabricar un proceso político.
–¿Cuántos años durará esa matanza sin que los grandes países sean capaces de tomar verdaderas medidas para atajarla?
–La gran dificultad es que nos enfrentamos a situaciones cuyas lógicas, en ocasiones, son peligrosas. Por un lado tenemos a Israel, cuya seguridad está amenazada por la violencia y el terrorismo. Hace unos días se produjo un dramático atentado en Jerusalén. El sábado, el día del Shabat, víspera del Yom Kipur, en Haifa se cometió otro atentado que acabó con la vida de 19 personas e hirió a muchas más. Para el pueblo israelí y sus autoridades, actos así suponen una fuerte conmoción, acompañada de una fuerte inquietud e indignación. Nosotros comprendemos y compartimos esa conmoción e indignación. Y en el otro lado tenemos a los palestinos, que todavía no tienen un Estado y que no ven que su vida vaya a cambiar en un futuro próximo. En consecuencia, se inquietan y se desesperan. Y luego están los grupos radicales que quieren utilizar la violencia para lograr su objetivo. Francia está convencida de que hay que romper la espiral de violencia. Afirmamos que con la política de seguridad no se lograrán más resultados ni más seguridad, a menos que ofrezca una perspectiva política, a menos que se enmarque dentro de un proceso de paz activo y voluntarioso. Por eso elaboramos la Hoja de Ruta, que refleja buena parte de las ideas europeas, de todos nosotros. Hemos luchado mucho para que pudiéramos acabarla. Lo que venimos a decir es que hay que poner punto final a la lógica de las condiciones previas, en la que los palestinos les dicen a los israelíes que son ellos los que tienen que hacer algo, y los israelíes les dicen a los palestinos que renuncien a la violencia porque hay que progresar más de prisa.
–¿Qué más podría hacer la comunidad internacional en ese conflicto? ¿Por qué no se deciden a enviar tropas, por ejemplo?
–La comunidad internacional debe ejercer más presión para que se aplique el plan de paz, y frente a la dificultad, debemos acelerar, ir más de prisa y pasar enseguida a la segunda fase del plan. Francia ha propuesto una conferencia internacional en la que todo el mundo pueda reencontrarse y asumir sus responsabilidades. Y Francia también ha propuesto una fuerza de interposición. Pero Israel no quiere saber nada del despliegue de esa fuerza. Por eso creemos que Europa debe tomar más iniciativas, y en la última reunión del Consejo de Ministros europeos pedimos que Europa pueda ocupar el lugar que le corresponde en el comité de supervisión, en el que, hoy por hoy, sólo trabajan los estadounidenses.
–Parece que el tiempo sobrara, mientras los muertos aumentan...
–Tal como están las cosas, no podemos quedarnos de brazos cruzados. Si lo hacemos, mientras dure el período de las elecciones en Estados Unidos,la situación no va a hacer más que empeorar. Lo que Francia teme es que las cosas vayan a peor. Así que hay que moverse de prisa. El problema es que a algunos europeos les preocupa dar un trato benévolo a unos o a otros y toman precauciones. Nosotros estamos convencidos de que la acción es imperativa, y espero que el mayor número de europeos comparta con nosotros esta convicción para que Europa pueda tener más responsabilidad en la región. Pero la tarea no es fácil.
–A un político como usted, esta incapacidad para detener el sufrimiento y la muerte, esta falta de respuesta a problemas tan viejos, ¿lo desespera?
–Yo comparto su sentimiento de frustración y de inquietud, es como si estuviéramos en una película cuyos próximos capítulos ya conocemos. Esto es como las series de televisión: sabemos de antemano lo que pasará si no hacemos algo. Es dramático, porque casi se podría escribir la historia con antelación, y sabemos que va a haber más muertos, más sangre y más lágrimas. Y dan ganas de parar la película y de decir que vamos a tratar de hacer las cosas de otra manera. Y eso es lo que hacemos los europeos con nuestros amigos estadounidenses y rusos. La dificultad reside en que sería necesario dejar atrás los cálculos de la diplomacia y las ideas en la recámara para poder privilegiar lo único que cuenta realmente hoy, y que es hacer progresar la paz y hacer retroceder la violencia. En estos momentos, tanto en Medio Oriente como en Irak, los que toman las iniciativas son los grupos más violentos, los terroristas. No debemos permitir que Medio Oriente e Irak caigan en manos de los terroristas. Y para luchar contra eso debemos llevar la iniciativa en el plano de la seguridad, pero sobre todo en materia política, sin ceder un ápice sobre los principios. Por eso pensamos que el ataque de Israel a Siria no es una solución. Hay que respetar los principios del derecho internacional; si no, la violencia engendrará más violencia y caeremos en un ciclo infernal.

* De El País Semanal. Exclusivo para Página/12.

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