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Gabriela Arias Uriburu irá a Jordania para ver a sus tres hijos

Estará con ellos una semana. El último encuentro fue hace tres años. La visita la gestionó con su ex marido, que por primera vez reconoció la necesidad de los chicos de ver a su madre.

Ha cultivado una forma especial de medir el paso del tiempo. En el 2002, dice, fueron los faxes. En el 2003 hubo algunas llamadas. “No eran continuas, tal vez eran dos llamadas en dos meses y después cuatro meses sin nada.” En 24 horas Gabriela Arias Uriburu pisará después de tres años el aeropuerto de Jordania. Está previsto que se encuentre con sus hijos a partir del jueves. En el medio existieron negociaciones truncas entre los gobiernos argentino y jordano, el intento de un acuerdo de revinculación familiar, gestiones personales de los últimos presidentes, la intervención del rey Abdulah II de Jordania y avances y retrocesos en su relación personal con Imad Shaban, el padre de sus hijos y a quien aún ella define como autor del secuestro de los chicos. Un llamado suyo en la última Navidad abrió las puertas de este nuevo encuentro con ellos. El gobierno nacional le otorgó un subsidio para el viaje que se extenderá durante dos semanas: la primera estará con sus hijos, la segunda se dedicará a negociar un acuerdo para el futuro.
Su historia se transformó en un caso paradigmático hace seis años. En diciembre 1997 Imad Shaban desapareció con sus hijos arrogándose el derecho exclusivo de la patria potestad. En estos años, Gabriela pasó momentos desesperados, pero construyó un modelo particular en la batalla por recuperarlos: “No contraté a un comando como hacen todas las mujeres occidentales que contrasecuestran a sus hijos en el Medio Oriente -explica en diálogo con Página/12–. Yo no puedo sacarles a su padre más allá de mis divergencias con él”.
Esa es la razón de su paciencia. Paciencia en la construcción de una relación cuidadosa con el padre de sus hijos. Pero mujer insistidora en los ambientes diplomáticos. “Yo les pido a los gobiernos que no perjudiquen el vínculo con mis hijos”, dice después de detallar los pasos de quienes de un modo u otro llevaron adelante negociaciones del caso. El acuerdo bilateral de revinculación familiar, por ejemplo, es uno de los proyecto gestados a nivel de Estados. Comenzó durante el gobierno de Fernando de la Rúa, fue reflotado por Eduardo Duhalde y ahora lo tramita la gestión de Néstor Kirchner. Como aquel acuerdo, las negociaciones sobre su caso o los permisos para visitar a sus hijos siguieron los vaivenes políticos del país. Durante los últimos meses del gobierno de De la Rúa, Gabriela había conseguido una cita con sus hijos para febrero de 2002. La cita se pulverizó con la caída del gobierno. “Tuve que esperar hasta que el país se estabilice para reiniciar las gestiones”, dice ahora mientras prepara finalmente la partida.
El rey Abdulah II de Jordania fue otro de los promotores del reencuentro. En septiembre, octubre, noviembre y diciembre de 2002 mientras Gabriela leía los faxes de sus hijos, la Cancillería argentina le exigía a Jordania el “urgente restablecimiento de vínculos de la madre con los hijos”. Por ese entonces, Eduardo Duhalde telefoneó al rey y logró arrancarle la promesa de una visita de los chicos a la Argentina, pero la promesa nunca se cumplió.
Para las últimas fiestas de fin de año, Gabriela abandonó las gestiones protocolares y les mandó un correo diplomático a sus hijos con un poster de regalo de Navidad. Calculó el tiempo que tardaría en llegar el envío y cuando estaba arribando a destino, llamó por teléfono a Imad Shaban: “Lo llamé para que veamos cómo resolvemos la historia”, dice. La respuesta fue una sorpresa. Por primera vez, Imad avanzó sobre la necesidad que los chicos tenían de la relación con su madre. “Te vuelvo a decir –dice Gabriela– todavía no es algo constante, la relación va y viene. Después de esa charla tuvimos varias más, durante un mes entero con Imad y con los chicos hablamos hasta que me dijo en qué momento podía viajar.”
La fecha del viaje coincide con un feriado largo para los jordanos. Durante una semana los hijos de Gabriela no irán a la escuela. Aunque falta apenas un día, ella no sabe qué pasará ni cómo será la cita. Lo intuye, tal vez por las cuatro experiencias pasadas:
–Tremendas –dice a este diario–: fueron tremendas. En junio de 2001 fui invitada por el rey, a mí me subieron en un auto con el protocolo de Jordania: custodiada. Cuando llegué a la cita con mi padre, los chicos nunca llegaron.
Esa vez, una gestión del gobierno argentino consiguió reunirlos. Gabriela los vio dos horas esa tarde, y volvió a verlos dos horas en los dos días siguientes. Nunca estuvo sola. Y aclara: “O sea, hace seis años que yo no como, no duermo, no estoy a solas con mis hijos. Son minutos, segundos en nuestras vidas”.
En esos minutos suelen ser seis personas: Gabriela, los hijos, el padre de ellos y una terapeuta que actúa como auditora de esas reuniones de intimidad. Cuando la reunión termina, la pesadilla continúa: “Es un aprendizaje enorme –cuenta ella– no sabés cuándo entrás o cómo salís, porque cuando te vas no sabés cuándo los vas a volver a ver”.
Si es que los ve. En unos días se cumplirán tres años del último encuentro. Sus hijos crecieron. Ahora Karin, Zahira y Sharif tienen 12, 10 y 8 años. Ellos son preadolescentes. Ella es otra mamá: “No será ni disfrazarnos, ni bailar, ni contar cuentos como hacíamos antes –explica–, ahora ya estamos en otro nivel”. Tal vez más parecido al suyo. Ha pasado por los dolores más profundos del alma, dice “es un milagro realmente que esté de pie”. A punto de subirse a un avión que la dejará mañana a la noche en Jordania. La cita con sus hijos empieza el jueves a la mañana. Gabriela aguardará en el Hotel Marriott, serán sus horas más largas.

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Gabriela Arias Uriburu viaja a Jordania con la ayuda de un subsidio del gobierno nacional.
 
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