SOCIEDAD › UN INDONESIO CUENTA COMO MURIO DE GRIPE SU MUJER

“Todos comimos la carne”

José Reinoso*
Desde Yakarta

Nursaban apenas quiere recordar. Habla despacio, con la barbilla inclinada hacia el pecho, como si no hubiera aceptado que una enfermedad en la que no cree le arrebató el pasado 27 de septiembre a su esposa, Karwati, de 30 años.
“Llevaba varios días enferma en casa, así que decidimos ingresarla en una clínica aquí cerca. Alguien dijo que era malaria, pero el doctor sospechó que podía ser gripe aviaria. La trasladaron al hospital Sulianti Saroso (el centro de referencia para tratar la infección en Yakarta) y cuatro días después murió”, recuerda.
Nursaban, de 33 años, es incapaz de mirar a los ojos. De vez en cuando, interrumpe el relato, se queda ausente y pasea la vista por el patio de tierra roja en el que deambulan patos y gallinas con sus polluelos.
“Yo había oído hablar hacía mucho de la gripe aviaria, pero nunca había ocurrido nada”, afirma. Así que, cuando una semana antes de que se enfermara su mujer, enfermaron algunos pollos, él y sus vecinos hicieron lo que habitualmente hacen los indonesios: los sacrificaron, los cocinaron y se los comieron. “Cuando las gallinas tienen lo que llamamos tetelo (la enfermedad de Newcastle, que presenta similaridades con la gripe aviaria), se les inclina la cabeza y muestran otros síntomas. Entonces, normalmente las matamos, porque de acuerdo con el Islam no podemos comérnoslas si mueren por sí solas”, asegura un vecino de la capital. El 85 por ciento de los 230 millones de habitantes de Indonesia son musulmanes.
Nursaban vive en Kampung Sempuh Gardu, una aglomeración semi rrural situada 40 kilómetros al este de Yakarta, en la que se mezclan sencillas viviendas, talleres, vegetación, animales y basura. Una al lado de otra, en varias casas, habitan seis familias, parientes de su mujer. En el patio común, hay varias casetas de madera para las aves. Sobre los tejados de teja y uralita, suena la llamada a la oración de la mezquita vecina.
“Todos comimos la carne”, dice este hombre de bigote ralo, mientras abraza a su hijo Mulyadi, de tres años, que tiene los ojos llorosos. Al lado, la mayor de sus dos hijos, Ika Mutia, de 12 años, guarda silencio. Nursaban asegura que no ha dejado de comer carne de pollo. “Pero ahora la compro fuera, ya no tengo gallinas.”
Nursaban cuenta que cuando se verificó que su esposa se había infectado con el virus H5N1, les hicieron pruebas a todas las familias, desinfectaron las viviendas y examinaron y vacunaron a las aves.
Gina Samaan, epidemióloga y delegada de la OMS en Yakarta afirma que en todo el país han muerto más de 16 millones de aves; de ellas, un millón sacrificadas, según fuentes sanitarias. La OMS ha señalado repetidas veces que eliminar a los animales es la mejor forma de combatir el virus.
A la pérdida de su mujer, Nursaban suma la pérdida económica. “El costo del tratamiento en el primer hospital (en el segundo lo cubrió el Estado) y del entierro han sido, en total, de siete millones de rupias. Tuve que pagar la preparación del cuerpo y el ataúd)”, dice.
Namih, de 70 años, la madre de Karwati, camina por el patio mientras empuja a media docena de patos. Dice que no ha dejado de llorar desde que falleció su hija y que, cada vez que lloran sus nietos, ella también lo hace. “No puedo dejar de ver su rostro. Era la más pequeña de mis seis hijos. Todos viven aquí y tuve miedo de que murieran otros.”Sentado en el frente de su vivienda, Nursaban dice que no cree que su mujer falleciera de gripe aviaria. “Yo creo que fue causada por los mosquitos, y eso le afectó a los pulmones.” Del gallinero se escapan los cacareos.

* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.

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