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Domingo, 25 de abril de 2004

CONTADO

Prosperidad y miseria

Por Marcelo Zlotogwiazda

Una característica esencial de la actual situación económica argentina es que hay realidades divergentes que podrían no ser tan abismales. Se observan notables prosperidades y dramáticas miserias; groseras abundancias y abrumadoras exclusiones. Por un lado, los números de la macro indican que el aumento del Producto Interno Bruto del primer bimestre rozó el 10 por ciento, lo que estaría anticipando un crecimiento para el 2004 no muy diferente del 8,7 por ciento del año pasado. Otro dato aún más sorprendente, que circuló esta semana en versión preliminar por despachos técnicos de Economía y le llegó en un informe reservado al ministro Roberto Lavagna, señala que en el primer trimestre del año la inversión en equipo durable (maquinaria) subió un espectacular 90 por ciento con respecto a igual período del año anterior, triplicando el alza en la construcción. Esto contradice, al menos transitoriamente, a los que sostenían que la falta de inversión iba a aparecer rápidamente como un infranqueable cuello de botella para la continuidad de la expansión productiva.
En el sector público la holgura no tiene precedentes. El superávit fiscal primario del primer trimestre cuadruplicó la meta acordada con el FMI, y se estima para todo el año un sobrecumplimiento bastante superior a los 5 mil millones de pesos. Un consultor de la city, que fue candidato a ministro, graficó el fabuloso ajuste fiscal de la siguiente manera: “Este año se van a recaudar alrededor de 40 mil millones de pesos más que en el 2002. Equivale a veinte ajustes como el que le costó la cabeza a (Ricardo) López Murphy en el 2001”.
Es también cierto que semejante recuperación económica ha contribuido a mejorar un poquito los indicadores sociales. Desde el pico del 2002 han caído la pobreza, la indigencia, la desocupación y la subocupación, y en términos de creación de empleo las cifras del Indec revelan un aumento de casi 700 mil puestos de trabajo en el 2003. Y lo mismo se registra en algún rebote en el salario real desde el piso que había tocado un año y medio atrás.
Claro está que esas mejoras apenas alcanzan a suavizar muy levemente una realidad social que tras la crisis quedó en estado catastrófico. Y que aún lo sigue estando. Mitad de la población está por debajo de la línea de pobreza, uno de cada cinco es indigente, los desocupados y subocupados suman 5 millones y el poder adquisitivo del salario promedio es algo más de 10 por ciento inferior al de hace dos años.
Es por esto que la pregunta crucial e inquietante es por qué el Gobierno no es más eficaz en traducir el fortísimo crecimiento económico y la extraordinaria holgura fiscal en un mucho mayor y más rápido salto de bienestar para los menos favorecidos. En otras palabras, la pregunta es por qué el crecimiento record no ha tenido más efectos positivos en materia de equidad y de redistribución del ingreso de las que tanto insiste el presidente Kirchner. O usando palabras de Lavagna, que pide que al Gobierno se lo evalúe por los resultados, ¿no son acaso los resultados bastante menos satisfactorios de lo que las circunstancias permitirían?
No lo piensa así el lavagnismo. En el equipo económico hay conformidad por el efecto derrame del crecimiento sobre el empleo y el salario, a lo que suman los aumentos otorgados por decreto y en cuentagotas a trabajadores privados y jubilados que cobran mínimos. Según el núcleo duro del lavagnismo, ahí se agota la batería en política de ingresos apropiada para esta etapa. A propósito, los rumores intensos de estos últimos días hablan de inminentes anuncios en ese sentido, que empalmarían con lo que será la superrecaudación tributaria de mayo en lo que respecta a erogaciones públicas, y que en relación con los salarios privados forzaría la resistencia de los empresarios a compartir rentabilidades más elevadas. Las declaraciones del ministro en Nueva York confirman plenamente esa visión. Cuando le preguntaron por el destino del superávit excedente, respondió que se usará para bajar impuestos distorsivos a la producción y para elevar jubilaciones.
En Economía reconocen que la sensación de alivio podría ampliarse si en otras áreas del Gobierno no hubiese serias falencias, a las que ellos se sienten ajenos. Entre otras, enfatizan las prolongadas demoras en la ejecución de obras públicas de vivienda o infraestructura que, recuerdan, fueron promesa de campaña de primer orden del candidato santacruceño que hizo bandera con las políticas neokeynesianas. No casualmente, a Néstor Kirchner le exhibieron no hace mucho una planilla donde consta que desde hace más de medio año hay disponible un monto superior a los mil millones de pesos acumulados en fideicomisos y fondos fiduciarios que podrían haberse gastado hace rato, pero que duermen depositados a plazo fijo (para colmo, a las tasas de interés irrisorias de plaza). Explican que hay serios problemas de gestión.
En definitiva, es el semivacío listado de medidas redistributivas, donde, para señalar sólo lo más obvio, ni figura la reforma tributaria, lo que explica por qué los records de crecimiento y superávit fiscal contrastan con indicadores sociales que algo se han suavizado, pero continúan siendo alarmantes.

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