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Domingo, 6 de mayo de 2007

COEFICIENTE DE GINI, BRECHA DE INGRESOS Y CRECIMIENTO ECONOMICO

Límites del efecto derrame

El reparto de la riqueza en los últimos años ha registrado una mejora para los estratos medios. En cambio, el 20 por ciento más pobre no recuperó nada en ese período.

 Por Andres Tavosnanska

El análisis de la distribución del ingreso suele centrarse en sus dos indicadores más utilizados, el Coeficiente de Gini y la brecha de ingresos. En los últimos años el Gini presenta avances, pero la brecha de ingresos entre el 10 por ciento más rico y el 10 por ciento más pobre no muestra mejoras sustanciales. Esta divergencia entre ambos indicadores es fruto de la compleja evolución de la distribución del ingreso, donde los resultados difieren según en qué estratos de la población se enfoque.

El camino recorrido desde la última dictadura militar tuvo consecuencias visibles: junto al estancamiento del Producto, la distribución mostró un constante deterioro y una violenta concentración en el 10 por ciento de mayores ingresos. La misma tendencia recorre la segunda mitad de los ’70, la convertibilidad y llega a su punto máximo en 2002 con la implosión del 1 a 1. El período de crecimiento inaugurado en el 2003 marcó un quiebre en el proceso de concentración. A partir de ese momento, la tajada que se lleva el 10 por ciento más rico cae año a año y retoma los valores que rondaba veinte años atrás, mientras un amplio sector de la población comienza a recuperar posiciones. Los estratos medios logran revertir los efectos regresivos de la convertibilidad y se hacen nuevamente con similar porción del ingreso a la que recibían a principios de los ’80. Estas mejoras en la distribución, en conjunto con el acelerado crecimiento del Producto, le permitió a parte de los sectores medios-bajos salir de la pobreza, que se redujo en estos cuatro años del 54 al 31 por ciento de la población.

Pero ese “derrame” no llegó a todos. Para el 20 por ciento de menores ingresos nada ha cambiado: su participación en el ingreso sigue disminuyendo. El cuatrienio de crecimiento al 9 por ciento se les escurre de las manos con la continua reducción de la porción de la torta que reciben. El estancamiento de su ingreso los mantiene en su condición de pobreza o indigencia. Este resultado es el que refleja la brecha de ingresos, la cual, a pesar del retroceso de la concentración en el 10 por ciento más rico, no mejora debido al continuo deterioro del 10 por ciento más pobre. El crecimiento de los últimos años, a diferencia del vivido durante la vigencia de la convertibilidad, tiene una dinámica de creación de empleo que permite bajar la tasa de desocupación y les otorga a los trabajadores un mayor margen para negociar mejoras del salario real. Así, una parte importante de la población logra captar parte de los beneficios del crecimiento y recuperar, aunque sea parcialmente, el nivel de vida perdido en las últimas crisis. No obstante, el “efecto derrame” que, contrastando con los ’90, hoy sí existe, no alcanza con igual intensidad a los sectores marginados.

Para corregir esa dinámica, los economistas del Plan Fénix, en el marco de su proyecto para el período 2006-2010, proponen la asignación de una suma de dinero mensual para la población de 0 a 17 años, vinculado a la asistencia escolar y el cumplimiento de controles periódicos de salud. Los economistas de la Universidad de Buenos Aires estiman que la asignación a la niñez requeriría de un esfuerzo fiscal de un 1 por ciento del PIB y beneficiaría a dos millones y medio de niños. Esta política, combinada con una asignación a la tercera edad (que en la práctica no estaría lejos de realizarse en la actualidad con las moratorias y los cambios al sistema previsional), calculan alcanzaría para eliminar la indigencia.

Proyectos similares fueron estudiados por el Ciepp y por la CTA. La central sindical propone utilizar los excedentes presupuestarios (derivados del superávit fiscal y la subestimación habitual del crecimiento en el presupuesto) para financiar una asignación universal de 130 pesos mensuales para todos los menores.

Según Artemio López, sociólogo de la Consultora Equis, “el patrón distributivo heredado de los ’90 dificulta el acceso de los estratos de bajos ingresos a los beneficios del crecimiento. En estos años se vio una recuperación fuerte en los sectores medio y medio alto, muy vinculada a la recuperación salarial del universo formal, a la vez que disminuye la participación relativa del 10 por ciento más alto. En el 20 por ciento de menores ingresos, en cambio, el salario es de 470 pesos y la informalidad abarca a 7 de cada 10 trabajadores. A ese universo es donde deberían apuntar las políticas públicas. De lo contrario, puede que en unos años nos encontremos con todavía menores tasas de desocupación pero con niveles de pobreza aún superiores al 20 por ciento”.

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El período de crecimiento desde 2003 marcó un quiebre en el proceso de concentración.
Imagen: Rafael Yohai

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En los últimos años el Gini presenta avances, pero la brecha de ingresos entre el 10 por ciento más rico y el 10 por ciento más pobre no muestra mejoras sustanciales.

Esta divergencia entre ambos indicadores es fruto de la compleja evolución de la distribución del ingreso, donde los resultados difieren según en qué estratos de la población se enfoque.

Los estratos medios logran revertir los efectos regresivos de la convertibilidad y se hacen nuevamente con similar porción del ingreso a la que recibían a principios de los ’80.

El “derrame” del crecimiento no llegó a todos. Para el 20 por ciento de menores ingresos nada ha cambiado: su participación en el ingreso sigue disminuyendo.

 
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