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Domingo, 1 de julio de 2007

EMPLEO RURAL Y DESARROLLO REGIONAL

Trabajadores golondrina

La migración interna del trabajador rural involucra a 350 mil personas. Se enfrentan a pésimas condiciones laborales y a ingresos inferiores a los de subsistencia.

 Por Claudio Scaletta

De acuerdo con cifras del Ministerio de Trabajo, existen alrededor de 900 mil trabajadores “mayores de 14 años” en el sector agropecuario. De este total, el 55 por ciento es asalariado; el 36 por ciento, cuentapropista; y el 9 por ciento, empleador. Las categorías son a veces difusas, pues los cuentapropistas son los llamados productores familiares. Cuanto más se acerca la producción familiar al minifundio, más necesidad tiene el “cuentapropista” de complementar sus ingresos con trabajo fuera de la propia explotación (el llamado trabajo “extrapredial”).

Luego comienza el embrollo estadístico y las estimaciones. Sucede que la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), el instrumento para medir desempleo y condiciones de trabajo, no mide lo que sucede en el campo sino en los centros urbanos. No obstante, puede decirse que el 91 por ciento de los trabajadores que no son empleadores, unas 820 mil personas, se distribuye entre permanentes y no permanentes. Entre los primeros, Trabajo estima una informalidad del 50 por ciento. Entre los segundos, una del 90. Es entre estos últimos donde resulta más probable encontrar a las 350 mil personas que, según estimaciones de la Unidad de Empleo Rural de la Secretaría de Agricultura, participan de las migraciones estacionales. Estos son los llamados “trabajadores golondrina”, quienes históricamente debieron hacer frente a las peores condiciones laborales, entre las que se destaca no sólo la informalidad sino también los problemas de ingresos inferiores a los considerados de subsistencia, trabajo infantil y, de acuerdo con informes de la Organización Internacional de Migraciones de la ONU, de trata de personas.

Una contratendencia inesperada en materia de mejora en las condiciones de trabajo rural vino de fuera. Los requerimientos de los mercados de destino de certificar normas de “buenas prácticas agrícolas”, como las EurepGap, entre otras, se tradujeron en avances sobre la higiene y seguridad del trabajo. No debe olvidarse, no obstante, que los golondrina continúan trabajando en los márgenes del sistema.

El auge de las economías regionales llevó a migraciones de trabajadores más intensas y complejas.

La complejidad del problema, dadas sus implicancias sociales, no es menor, y su desarrollo sigue los mismos avatares que las economías regionales. Existen regiones expulsoras temporarias de mano de obra y otras que temporariamente absorben. También están las que juegan los dos roles. Este funcionamiento, según describió a Cash el secretario de Empleo, Enrique Deibe, es inherente a la estacionalidad del trabajo agrario. Sin embargo, el fenómeno es naturalmente más fuerte en las economías más trabajo–intensivas.

Las principales actividades que absorben mano de obra estacional son la fruticultura del Alto Valle del Río Negro, la vitivinicultura de la zona de Cuyo y, en fecha más reciente, la economía del olivo en La Rioja y Catamarca. En todas estas regiones existen trabajadores permanentes que participan de todo el ciclo de tareas culturales a lo largo del año, pero el momento de cosecha continúa siendo un período crítico en materia de demanda de trabajo. Netamente expulsoras de trabajadores son en cambio las áreas declinantes de producción algodonera y todas aquellas en las que se expanden las oleaginosas, donde el desarrollo técnico permite el reemplazo creciente de mano de obra por maquinarias.

El fenómeno del nuevo siglo reside en que el auge de algunas economías regionales llevó a migraciones más intensas y complejas. A la cosecha frutícola de pomáceas del norte de la Patagonia ya no llegan sólo los cañeros tucumanos sino también los obreros citrícolas de la Mesopotamia. Las nuevas zonas demandantes, además de la olivícola, son también la citricultura tucumana y la de arándanos en el sur de Entre Ríos y norte de Buenos Aires, entre otras. El fenómeno golondrina, facilitado entre otras razones por la baja demanda de capacitación laboral implícita, constituye entonces una trama cada vez más compleja por la que circulan las citadas 350 mil personas, una cifra que impresiona si se recuerda que a fines de los ‘90 se hablaba de 100 mil trabajadores golondrina.

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