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Domingo, 11 de julio de 2004

BUENA MONEDA

Graduación alcohólica

 Por Alfredo Zaiat

¿Qué se festeja cuando el Banco Mundial aprueba el desembolso de un préstamo? Después de castigar en forma más contundente a la Argentina –con más diplomacia que la ejercida por el subsecretario de Asuntos Hemisféricos de Estados Unidos, Roger Noriega–, ese organismo financiero liberó en forma condicionada un par de créditos por un total de 700 millones de dólares. En ese caso no hubo una reacción destemplada del canciller Rafael Bielsa, como la de estar harto de las presiones a favor de las privatizadas, los bancos y los acreedores defolteados. El Banco Mundial se presenta como el hermano bueno, sensible y comprometido por el bienestar de los pueblos en contraposición a su hermano mellizo, el Fondo Monetario, al que sólo le interesa repetir la receta económica del ajuste. Ya es tiempo de que esa confusión no siga contaminando el medio ambiente de aquellos que aspiran a la reconstrucción de un país devastado por las políticas alentadas por esos dos hermanos. De los fracasos del FMI y de su insistencia a repetirlos se sabe bastante. No es justo que no se le reconozca al BM su invalorable colaboración en construir una sociedad de pobres con una pésima distribución de ingresos.
Muchos piensan que el Banco Mundial es una institución de caridad, que va repartiendo créditos para el desarrollo y la lucha contra la pobreza. Otros lo definen como un banco cooperativo, como Axel Van Trotsenburg, director del BM para Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay. Varios aseguran que conseguir financiamiento de esa organización es más barato que el que se podría obtener en el mercado de capitales. Se requiere, entonces, conocer un poco más de esa historia de duendes y hadas.
El Banco Mundial gana plata y mucha con los créditos que otorga. Año a año, precisó el especialista Eric Toussaint, esa institución multilateral contabiliza más de 1500 millones de dólares de beneficios que añade a sus reservas. Además, y más importante aún, son crecientes las utilidades que obtienen empresas de los países que controlan el BM a través de la venta de equipos o servicios de consultoría atados a los créditos que los gobiernos reciben con algarabía. Caridad o filantropía no es una de las cualidades de esa organización.
Participan 184 países en esa entidad financiera internacional. Argentina fue el número 57 en integrarse, en septiembre de 1956. En esa “cooperativa” de naciones, el control en las decisiones como el manejo de los recursos tiene el siguiente sistema: la mayoría de los votos está en manos del Grupo de los Siete países más poderosos de la Tierra (Estados Unidos, el Reino Unido, Japón, Alemania, Francia, Canadá e Italia). Esta es una particular y “democrática” forma de ejercer el cooperativismo.
Sostener que el financiamiento que ofrece el BM es más accesible que el brindado por el mercado es una de las falacias más extendida y aceptada. La comparación lineal de niveles de tasas de interés les da la razón a aquellos que ponderan los créditos de esa institución. Las diferencias son sustanciales, según el período que se estudie, y van desde cuatro a ocho puntos porcentuales anuales. Pero analizar la conveniencia de un préstamo exclusivamente por la tasa de interés es una equivocación, la misma que cometen los que no leen la letra chica de los contratos. El costo de un crédito del Banco Mundial no es sólo la tasa de interés, sino la serie de condicionalidades que va imponiendo para entregar los dólares. Si se evalúan las devastadoras consecuencias económicas y sociales que tuvieron las políticas instrumentadas en los ‘90 impulsadas por el BM, la tasa de interés implícita de esos préstamos resulta elevadísima.
Un alcohólico financiero, como definió Roberto Lavagna la política de endeudamiento de la década pasada, no se cura con un tratamiento de vodka. La graduación alcohólica de los préstamos del BM por el que tanto esfuerzo invierte el ministro, con su delegado Alieto Guadagni en esa institución en Washington, es más elevada que la que se registra en créditos que se obtienen en el mercado de capitales. Tener cerrado el acceso a ese último grifo por el default no implica que esos préstamos del BM sean un atajo conveniente a esa sequía. Más bien esa política sigue la misma lógica del pasado que tanto se ha cuestionado. Y más aún cuando esos dólares no son imprescindibles para implementar programas sociales o ciertas inversiones públicas, como las viales. El abultado superávit fiscal revela que el Estado tiene recursos para redireccionarlos a esos planes sin necesidad de mendigarlos al Banco Mundial, con las consecuencias que se conocen.
La borrachera financiera no comienza a curarse prometiendo que no aumentará la deuda por colocación de bonos, sino que el verdadero tratamiento se iniciará cuando se esquiven las trampas que van tendiendo en el camino los créditos del Banco Mundial. Un primer paso en ese proceso de rehabilitación consistiría en aprender a no pedir un vaso de vodka.

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