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Domingo, 21 de noviembre de 2004

BUENA MONEDA

Divide y reinarás

 Por Alfredo Zaiat

Los acuerdos firmados con la República Popular China son muy importantes, más allá de los vaivenes de esa novela que todavía sigue teniendo escribas y apuntadores fantasiosos. La relevancia de esa “asociación estratégica”, como la definió el presidente de la potencia asiática, Hu Jintao, se manifiesta en varios aspectos, lo que implica que sería de un simplismo ingenuo pensar que todos son desfavorables o, en una visión opuesta, todos son beneficiosos. El vínculo económico que se establece con otro país no es por sí mismo bueno o malo. La cuestión pasa por cómo se construye esa relación. El lugar que un país se gana en el mundo económico tiene mucho que ver con el espacio que las potencias le asigna, pero también con la habilidad que se tiene ante esa restricción para aprovechar oportunidades en el objetivo de avanzar en una estructura productiva más compleja. Esto significa que se puede tener una adaptación pasiva a los intereses de un imperio, como lo fue con el británico, donde el esquema radial de la red ferroviaria estuvo en función de transportar materias primas al puerto de Buenos Aires para su viaje a Londres. O, en cambio, emprender una relación que ayude a un desarrollo más avanzado que el de simple proveedor de recursos naturales, en este caso con un imperio que se ha despertado, que todavía no ha alcanzado su madurez y, por lo tanto, brindando chances de construir un vínculo diferente. Si lo que finalmente queda de esa “asociación estratégica” es una red de transporte para facilitar la salida de alimentos, carbón, hierro y petróleo, ya no por Buenos Aires, sino por el Pacífico a través de pasos cordilleranos, poco se habrá aprendido de nuestra historia.
No colaboró en ese incierto desafío que constituye China la sorprendente desarticulación negociadora de los países que integran el Mercosur. A esta altura, con las experiencias pasadas y presentes de pujas con bloques económicos poderosos –Estados Unidos con la presión por el ALCA, y la Unión Europea con la pretensión de un acuerdo de liberalización–, resulta incomprensible la decisión brasileña de cortarse en soledad. También porque se reconoce a Itamaraty un nivel de profesionalismo que se carece en estas latitudes. El reconocimiento unilateral del gobierno de Lula de “economía de mercado” a China fue una graciosa concesión. Se perdió así la posibilidad de conseguir compromisos más sustanciales para la región que la promesa de millones de turistas chinos paseando por lejanas tierras del continente americano, y de una mayor apertura de la plaza china para carnes, pollos y frutas.
Hu Jintao tenía un único y principal objetivo: obtener por adelantado la categoría de “economía de mercado” –la OMC la considera por el momento en “transición” y se la brindará plenamente en el 2016–. Que Estados Unidos y la UE se la estén negando ahora es, precisamente, la razón para que la elogiada paciencia oriental haya sido ganada por la ansiedad. La aspiración de constituirse en potencia económica, y China tiene todas las condiciones para serlo, requiere de un área de influencia comercial por encima de sus fronteras y alrededores. A Brasil, la Argentina y Chile se les ha ofrecido lo mismo, con marginales acuerdos específicos dadas las particularidades de cada uno de esos países: turistas, más compras de alimentos y promesas de financiamiento para infraestructura a cambio del reconocimiento de “economía de mercado”.
Si bien la inmensidad del mercado chino hace ingresar en estado de éxtasis a cualquier empresario que se le abra las puertas para colocar allí sus productos, la peculiar administración comunista-capitalista era la más interesada en cerrar esos acuerdos para obtener el sello de calidad para navegar sin restricciones específicas en el comercio internacional. Pero Brasil, porque en el espejo se contempla tan potencia como China o porque piensa que un líder regional no tiene que dar explicaciones, debilitó aún más de lo que queda del Mercosur. Espacio económico de integración que, al margen de las reiteradas manifestaciones políticas de ser una prioridad estratégica, enfrenta una profunda crisis ante la disparidad de la especialización productiva de los países miembros. La Argentina, productos primarios, y Brasil, bienes industriales de escasa complejidad.
Pese a esas debilidades propias, o precisamente por ellas, hubiera sido una estrategia de negociación más inteligente abordar como bloque regional la pretensión china, incluso sin la garantía de que se hubiera podido conseguir algo más, simplemente porque, como enseñaron los ingleses cuando eran potencia dominante, los imperios, antes y ahora, saben que para conseguir sus objetivos no hay mejor política que el divide y reinarás.

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