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Domingo, 26 de septiembre de 2004

EL BAúL DE MANUEL

El baul de Manuel

 Por Manuel Fernández López

Equilibrio cambiario
El mercado cambiario está en equilibrio cuando son iguales la oferta y la demanda de divisas. Esta frase, que sabe de memoria cualquier estudiante de Economía, y puede aplicar a cualquier otro mercado, aunque no conozca el funcionamiento real de ninguno de ellos, contiene distintos elementos heterogéneos y aun antagónicos entre sí. La oferta incluye las ventas de divisas que efectúan los exportadores. La demanda es más compleja, e incluye todos los requerimientos de divisas de quienes deben hacer pagos por bienes o servicios importados, incluyendo la demanda de divisas por parte del Gobierno para hacer frente a servicios financieros y devoluciones de capital, pero también abarca la demanda de insumos y servicios de empresas extranjeras que operan en el país y la demanda de nacionales con el único fin de mantener sus activos líquidos en moneda extranjera. Estas transacciones, tanto de demanda como de oferta de divisas, se hacen contra moneda nacional. Cada dólar demandado implica un número de pesos ofrecido. Cada dólar ofrecido implica un número de pesos demandado. De tal modo, el número de pesos que se cambian por un dólar, o tipo de cambio, es decisivo en la voluntad de ofrecer o demandar divisas. Y en esto, dentro del mismo país, unos tiran para un lado y otros para el lado contrario. Todo exportador, del bien que sea, desea un dólar recontraalto. Todo importador o deudor al extranjero (como es el Estado) desea un dólar recontrabajo. Ninguno de ellos, claro, negocia sólo por un dólar, sino por muchos, y entre todos negocian por millones de dólares contra tres veces más de millones de pesos. Como la cantidad de pesos que se mueve es considerable y el Banco Central puede alterar la oferta monetaria, inyectando o retirando dinero de la economía, si la cantidad de divisas que se ofrece contra pesos es inferior a la cantidad de divisas que se demanda contra pesos, el BC puede “enfriar” la demanda de divisas retirando moneda de la circulación. Esto evita que el tipo de cambio suba, y por tanto la deuda externa sea más alta en términos de pesos, pero a un alto precio para la sociedad: la contracción económica y el crecimiento del desempleo, con un mayor desequilibrio socioeconómico. Cuando el BC fija como meta el equilibrio cambiario, pierde control del equilibrio interno. Y si busca un tipo de cambio fijo, debe curar el déficit de divisas con deflación interna.

Equilibrio interno
Si tiene un arma de fuego con una sola bala, no espere poder acertar a más de un blanco con el único disparo. Igual situación se plantea al Banco Central. Su gran instrumento es la cantidad de dinero que circula en la economía. Ciertos problemas de la economía pueden remediarse expandiendo el medio circulante, en tanto otros problemas sólo se solucionan contrayéndolo, y no se puede hacer ambas cosas a la vez. Una economía como la de Argentina está en el peor de los mundos: tiene alto desempleo, la mitad de la población empobrecida, se ha desindustrializado, la menor expansión tiende a generar un déficit de divisas y adeuda una enorme suma al exterior. Los dos primeros problemas generan conflictividad social, que se atenuaría poniendo en manos de los “perdedores” del modelo alguna suma de dinero que les permitiese al menos subsistir; pero el déficit de divisas debido al exceso de importaciones y a los pagos de la deuda externa exigen, en el primer caso, un tipo de cambio alto, y en el segundo uno bajo, y en ambos una deflación asociada con menor circulación monetaria. A todo ello se suma una distribución del ingreso extremadamente desigualitaria. En 1929-32 los EE.UU. fueron llevados a una situación similar y en 1933 el recién electo presidente Franklin D. Roosevelt lanzó un vasto programa de demanda de trabajo a través de la obra pública. Lo notable es que no apeló a la fácil emisión monetaria, sino a la colaboración y el sacrificio de todos, como en una “economía de guerra”.Como en toda sociedad los más ricos ahorran sus incrementos de ingresos, en tanto los más pobres deben consumir cualquier ingreso nuevo, sería desastroso un incremento de la oferta monetaria, que fuera a parar a manos de quienes más tienen, que no tardarían mucho en destinar su excedente de ingreso a demandar divisas y remitirlas al exterior. Más natural sería redistribuir el ingreso, para lo cual el Estado dispone de múltiples mecanismos. Por ejemplo, una tasa negativa de IVA para los bienes de consumo popular, compensada con un impuesto fuertemente progresivo a las utilidades. La mayor capacidad de consumo de los sumergidos jamás se reflejaría en mayor demanda de divisas, pero sí en demandar bienes que dejaron de producirse en el país. Esta mayor demanda, empero, sería un aliciente para una progresiva reindustrialización. No habrá equilibrio cambiario sin promover el equilibrio interno.

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