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Domingo, 17 de junio de 2007

EL BAúL DE MANUEL

 Por Manuel Fernández López

Don Enrique

Así le llamaban, respetuosamente –como nosotros decíamos “don Raúl” para referirnos a Prebisch– quienes se referían a Enrique Fuentes Quintana (1924-2007), economista y político español. Para los argentinos de hoy, tal vez, su episodio más ejemplar ocurrió cuando, a raíz de la crisis económica y fiscal que siguió a la muerte del caudillo (1975), fue llamado a desempeñarse (1977) como vicepresidente segundo del gobierno que presidía su amigo Adolfo Suárez, y como ministro de Economía, posiciones desde las que gestó el Programa de Saneamiento y Reforma Económica que se llevó acabo con los Pactos de la Moncloa, entre el Gobierno y los partidos parlamentarios españoles, para afrontar la crisis económica y establecer normas de diálogo entre oficialismo y oposición. Don Enrique diseñó el primer borrador, donde hizo suyas las palabras de un político de la República (1932): “O los demócratas acaban con la crisis política española, o la crisis acaba con la democracia”. Ambos cargos coronaban una brillante carrera académica: doctor en Derecho (Un. Complutense, 1948) y en Ciencias Políticas y Económicas (1956). Profesor de Economía Política y Hacienda Pública (Universidad de Valladolid, 1956-58), de Hacienda Pública y Derecho Fiscal (Universidad Complutense de Madrid, 1958-78). Luego de los Pactos, profesor de Economía Aplicada (1978-1990) de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). En la administración pública, técnico comercial del Estado desde 1951. Tamaña carrera produjo varias generaciones de discípulos y valiosas contribuciones, sobre todo en Finanzas Públicas. Pero la más conocida es la monumental enciclopedia del pensamiento económico español, en nueve tomos, publicada desde 1999, en la que reunió a lo mejor de la docencia española en la materia, con la colaboración de Lluch, Almenar, Comín Comín, Perdices de Blas, Llombart, Martín Rodríguez, Sánchez Hormigo, Serrano Sanz y Tedde de Lorca. Después de sus 60 años recibió múltiples honores: Premio Príncipe de Asturias (1989), profesor emérito de la UNED desde 1990, Premio de Ciencias Sociales y Humanidades de Castilla y León (1994), Premio Rey Juan Carlos I de Economía (1998), etc. La Academia Nacional de Ciencias Económicas de la Argentina lo eligió académico correspondiente el 21 de abril de 1993, cargo que tuvo hasta su fallecimiento, el pasado 6 de junio.

Día del padre

Cada cual tiene, necesariamente, su propio padre natural. Pero la Patria, esa mezcla de suelo y sociedad, en la que uno nace, crece, trabaja, ama y engendra sus hijos, ¿qué padre tiene? En un país que se lanzó a la historia casi inhabitado, y que se hizo grande por la incorporación de extranjeros de todas las latitudes, el rango de padres de la Patria corresponde a los individuos que logran cohesionar a una sociedad heterogénea dentro de una comunidad de destino, más que una comunidad de origen. El mérito grande de Belgrano, fue proponer, antes aun que Sarmiento naciera, la educación como principal camino del crecimiento, el desarrollo y el progreso. “Sin saber, nada se adelanta”, decía en 1795. Y añadía: “Jamás me cansaré de recomendar la Escuela y el premio, nada se puede conseguir sin esto”. La enseñanza debía comenzar en la primera infancia, proporcionando “una regular educación, que es el principio de donde resultan ya los bienes, ya los males de la sociedad. Uno de los principales medios que se deben adoptar a este fin son las escuelas gratuitas adonde pudiesen los infelices mandar a sus hijos sin tener que pagar cosa alguna por su instrucción; allí se les podía dictar buenas máximas, e inspirarles amor al trabajo, pues en un pueblo donde no reine éste, decae el comercio y toma su lugar la miseria; las artes que producen la abundancia, que las multiplica después en recompensa, perecen, y todo desaparece”. La educación primaria debía alcanzar a todo punto en que residiese algún grupo humano: “Estas escuelas debían alcanzar, primero, a todo niño sin distinción de sexo, con escuelas gratuitas para las niñas; y segundo, ‘promoverse en todas las ciudades, villas, y lugares’ del país”. Después de aprender los rudimentos de las primeras letras, la educación debía continuarse, orientada a la producción, y en ella cada sector productivo hallaba un saber específico. Para el adelanto agrícola, sugería “una escuela práctica de agricultura”. Para la industria, “una escuela de dibujo, que sin duda es el alma de las Artes” y “escuelas de hilazas de lana”, extensibles al “hilado de algodón”. Y para el comercio, “una Escuela titulada de Comercio” y “una Escuela de Náutica”. Cada escuela técnica se correspondería con sus respectivas unidades de producción: la de Dibujo, con las “Artes y Fábricas”; la de hilazas de lana, con el aumento de las fábricas respectivas, etc.

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