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Domingo, 27 de junio de 2004

AGRO › MEDIANTE UN PROCESO INDUSTRIAL SE OBTIENEN LOS ACEITES

¿Usted vio alguna vez una planta de soja?

Por Susana Diaz

La plaza estaba llena y el General hablaba a la masa enfervorizada. Los “especuladores y agiotistas”, como se decía entonces, habían estado apostando contra el peso. Por esos días el dólar se había convertido en el tema económico central. El General, entonces, preguntó a la multitud: “Alguno de ustedes alguna vez vio un dólar”. Cualquier relevamiento de opinión de los que hoy resultan cotidianos hubiese revelado la respuesta generalizada: “No”. Más importante que el rol de la cotización del dólar durante el primer gobierno peronista es hoy la evolución del subsistema asociado a la soja, el principal cultivo del campo argentino y fruto preciado de la nueva inserción internacional de la economía. Sin embargo, quizá por la propia naturaleza del subsistema, integrado por economías de escala con poco uso de mano de obra, escasa interacción con el resto de las economías regionales en las que se instaura y exportación como principal destino, es probable que la pregunta “¿Alguno de ustedes vio alguna vez una planta de soja?” consiga la misma respuesta, presunción que explica este artículo.
El fruto de la soja, considerada una oleaginosa, tiene la forma de un poroto. Mediante un proceso industrial de cuatro pasos, lavado, descascarado, laminado y prensado, se obtienen los aceites. Sin embargo, sólo se aprovecha como aceite alrededor del 17 por ciento de la composición del producto en bruto (a modo de comparación, del girasol se obtiene más del 40 por ciento). Del resto, 3 por ciento son pérdidas del proceso de transformación y 80 por ciento constituye lo que el nomenclador del comercio exterior denomina “residuos sólidos”, los que están lejos de ser desperdicios. Se trata de las harinas, que se exportan bajo dos formas principales, caracterizadas por el tamaño en que se aglutina la masa seca, los expeller (residuos más grandes) y los pellets (más chicos, del tamaño de un dedo índice). Esta última es la forma predominante.
Las harinas de soja se caracterizan por su altísimo valor proteico. Mientras el maíz posee entre un 9 y un 10 por ciento de proteínas y el trigo un 12 por ciento, la soja, de acuerdo a sus variedades y zonas de cultivo, alcanza entre un 43 y un 48 por ciento de proteínas. Esta composición es la que la convierte en un insumo por excelencia para la alimentación animal intensiva, tanto para las carnes rojas como para los pollos. Un simple dato cuantitativo explica esta capacidad. Las mejoras genéticas y la alimentación en base a harinas de soja permiten que un pollo se desarrolle en tres veces menos tiempo que en un proceso tradicional, con alimentación en base a maíz. Esta capacidad se encuentra en la base de la alta cotización de la “oleaginosa”.
Dado que se trata de un producto desarrollado para la exportación y cuyo consumo interno es, en el total, marginal, los datos de la balanza comercial reflejan las características naturales destacadas. En el año 2003 las ventas al exterior del complejo sojero fueron de 18,5 millones de toneladas de harinas, 4,2 de aceites y 8,8 millones del producto primario. En términos de ingresos de divisas el complejo representó el 24 por ciento de las exportaciones totales, 11 por ciento correspondió a harinas, 6,8 a aceites y 6,2 a porotos. El valor de estas exportaciones fue de casi 7200 millones de dólares. Los destinos fueron alrededor de 100 países. Entre ellos se destacan los de la Unión Europea, India, China y los del sudeste asiático.

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