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Domingo, 12 de noviembre de 2006

AGRO › HORTICULTURA, MIGRACIONES Y ASCENSO SOCIAL

“La escalera boliviana”

El 40 por ciento de los productores quinteros de la provincia de Buenos Aires, que tiene el área hortícola más importante del país, son bolivianos.

 Por Claudio Scaletta

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Cuando se recorre la historia de la mayoría de las economías regionales de la Argentina se encuentran muchos fenómenos comunes. El primero es la importancia de las migraciones internacionales en la etapa de poblamiento; el segundo, el papel desempeñado por la horticultura en la “acumulación originaria” de los recién llegados. Aunque no se concentra regionalmente, la producción hortícola conserva estas dos características de las regiones: exhibe un fuerte componente migratorio –en concreto, boliviano–- y puede ser un camino de capitalización y, en consecuencia, de movilidad social ascendente. La conjunción de ambos fenómenos fue denominada por el investigador del Conicet y docente de la Fauba Roberto Benencia “la escalera boliviana”.

El 88 por ciento de los quinteros bolivianos es arrendatario y el 12 por ciento, propietario. Foto: Rafael Yohai

Las estadísticas confirman esa afirmación. De acuerdo con el último censo hortícola bonaerense, un 40 por ciento de los productores quinteros de la provincia con el área hortícola más importante del país son bolivianos. De ellos, el 88 por ciento son arrendatarios y el 12 por ciento propietarios. La mano de obra empleada también es boliviana, en muchos casos oriunda de las mismas regiones que los empleadores. Este dato, que se repite sin mayores variantes en los cinturones hortícolas de las principales ciudades cordobesas, de Mendoza, del Alto Valle del Río Negro y Neuquén, de Chubut y por supuesto, en las limítrofes Salta y Jujuy, da cuenta de complejas tramas de interrelación comunitaria en el origen de la decisión de emigrar.

Desde la perspectiva económica los cambios experimentados en la horticultura en las últimas décadas y, en particular, en los ’90, fueron la fuerte disminución de las fábricas de productos procesados –conservas–- y el significativo aumento de la producción en fresco. El doble proceso no respondió sólo a la reprimarización de fines del siglo pasado –muchas plantas procesadoras locales no pudieron competir contra los enlatados importados–, sino a un conjunto de cambios tanto tecnológicos como en la naturaleza del mercado. Entre los primeros se destacan el aumento de la construcción de invernáculos (a los que se suman los llamados “cultivos sin suelo” o hidroponía), el suministro de fertilizantes por riego en concomitancia con mayores superficies de regadío, los avances genéticos y sanitarios, y la mayor sofisticación del tratamiento post cosecha (clasificación, empaque y distribución). Entre los segundos inciden los nuevos hábitos de consumo (aumento de la demanda) y la creciente diferenciación de los productos.

La organización de la producción, en tanto, resulta inseparable de la cuestión migratoria. Si los horticultores bolivianos logran llevar adelante la “acumulación” pasando de medieros a arrendatarios (con la compra de instrumentos de labranza), primero, y de arrendatarios a propietarios, después, se debe en buena medida a la asistencia mutua, incluso financiera, entre connacionales, compaesanos y, finalmente, familiares. Esta asistencia permite romper otro de los mecanismos de mercado que traban la capitalización: los costos y las asimetrías de poder de la intermediación comercial.

En una investigación reciente, la “Bolivianización de la horticultura en la Argentina”, Benencia afirma que los migrantes construyen verdaderas “organizaciones de base” que asumen el acopio y la distribución mayorista o minorista, según el caso, cuya cara visible para el consumidor puede ser una vendedora callejera o un puesto en mercados como los de Escobar, Pilar y Moreno. El punto no es menor, ya que muchas veces el margen de comercialización puede superar el valor recibido por el productor primario. Y lo que es más importante, el control progresivo de la comercialización permite mantenerse en la actividad aun cuando la rentabilidad decae.

No obstante, no todos los migrantes logran su sueño. Desde principios de los ’90 la horticultura se extendió a nuevas áreas y recreó los cinturones verdes en torno de muchas ciudades (el Valle inferior del Chubut y Río Cuarto en Córdoba son ejemplos paradigmáticos). Los horticultores bolivianos fueron más exitosos allí donde menor era el desarrollo capitalista preexistente en la actividad. En el cinturón porteño sólo el 1 por ciento de la mano de obra migrante logra transformarse en propietaria. Pero quienes prosperan, resume Benencia, siguen una secuencia común: se desplazan usando redes familiares, practican la endogamia comunitaria, conforman familias numerosas, con mayoría de hijos argentinos, desarrollan estrategias económicas para acceder a la tierra (ahorro, préstamos comunitarios y autoexplotación) y asumen la comercialización de su producción.

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