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Domingo, 31 de enero de 2016

ENFOQUE

El sacrificio

 Por Claudio Scaletta

En los años 90, aquellos tiempos ultrapretéritos para los votantes de menos de 30 años, los economistas del establishment hablaban de la necesidad de “cirugía mayor sin anestesia”. La expresión reflejaba la jactancia de aplicar programas de ajuste violentos sin pensar en sus efectos sociales. Si se toma la afirmación en sentido literal la imagen es cruel: basta con imaginar el dolor de los cuerpos cercenados hasta sus entrañas; un dolor, además, completamente innecesario. Sin embargo, la idea del sufrimiento reparador forma parte del set de creencias de los economistas ortodoxos, un imaginario que no es autónomo; sino que abreva en más de 2000 años de tradición religiosa, desde el catolicismo a la ética protestante. Los valores del capitalismo occidental son, en esta línea argumentativa, herederos de la pedagogía del sacrificio redentor, del flagelo presente en pos del paraíso futuro.

El relato inmediato parte de la supuesta escasez de recursos y suma la idea del esfuerzo para mejorar, la hormiga frente a la cigarra, la imagen de la acumulación originaria personal. Parece lógico, lo que no se entiende es por qué el esfuerzo es cíclico, una suerte de mito de Sísifo, algo que el pueblo debe repetir ritualmente cada cierto tiempo. Tampoco por qué el esfuerzo recae siempre en el mismo segmento de la población, los asalariados, y no en el conjunto. Por qué mientras a unos les toca la austeridad, “ajustarse el cinturón”, “terminar con la fiesta del consumo”, a las empresas, a los más ricos, se los debe cortejar para que, magnánimos, se decidan a invertir.

En las últimas semanas estas viejas argumentaciones volvieron a repetirse. Los economistas ortodoxos invadieron los medios de comunicación dominantes para explicar que debía terminarse con un supuesto derroche; que todo lo malo del presente, desde la transferencia de riqueza vía devaluación al tarifazo, eran consecuencia “inevitable” del despilfarro del pasado. En un programa televisivo un ex presidente del Banco Central en los 90, Javier González Fraga, llegó al absurdo de decir que los tarifazos no tendrán efecto inflacionario, sino todo lo contrario; deflacionario. El argumento fue que recortarán el consumo y con ello caerá la demanda y los precios. Algo así como decir que la inflación misma sería deflacionaria, pues también recorta la demanda. En el desatado arrebato argumentativo, al ex banquero menemista se le escapó que la caída se producirá porque “lo que la gente antes gastaba en el shopping ahora deberá destinarlo a tarifas”. Con tono indignado frente al derroche reciente agregó que el auge del consumo, al que el nuevo gobierno vino a poner fin, fue consecuencia de que “se vivió de prestado”, cuando en realidad el país se desendeudó. Finalmente, a pesar de reconocer la caída del poder adquisitivo provocada por tarifas más caras, el economista consideró “absurdo” que los trabajadores intenten recuperarse de la poda de ingresos en paritarias, con lo que las subas tampoco serían inflacionarias por esta vía.

Detenerse en los dichos de González Fraga vale la pena porque su discurso es representativo del pensamiento económico de la nueva administración, aunque él mismo no haya conseguido todavía conchabo. En su afán de legitimar el ajuste PRO llegó a decir que el tarifazo tampoco impactaría vía costos, pues sólo alcanzaría a las familias, otra inexactitud. Si bien las 500 empresas más grandes ya pagan la energía sin subsidios, no ocurría lo mismo con todas las demás, desde pymes a pequeños talleres y comercios.

Llegado este punto resulta evidente que quienes aparecen en los medios hegemónicos bajo el nombre de economistas y el escudo de un discurso supuestamente técnico representan en realidad una ideología muy potente en defensa de intereses particulares. Un dato complementario fue que, si bien los ajustes eléctricos llegarán en esta primera ronda a un impresionante 350 por ciento, la gran prensa evitó prolijamente la palabra “tarifazo” y optó por la más neutral “adecuación”. Un blindaje mediático absoluto.

Vale recordar que las propuestas del Frente para la Victoria en las últimas elecciones incluían algunos diagnósticos comunes con la Alianza PRO. Entre ellos se contaban la eliminación de las retenciones y la reducción de subsidios a las tarifas de los servicios. Lo que no integró el diagnóstico común fue, precisamente, la aplicación de la “cirugía mayor sin anestesia”. Que se elimine el 5 por ciento de retenciones en algunas economías regionales se vuelve marginal en el contexto de una devaluación del 40 por ciento. Multiplicar las tarifas de los servicios en paralelo con una esta devaluación potencia el riesgo de salto inflacionario, lo que en el actual contexto puede llevar no sólo a profundizar el cuadro recesivo, sino a nuevos ajustes, es decir, a prolongar el sacrificio sobre los sectores de menores recursos.

La consultora ultraliberal FIEL calculó en su documento de trabajo 122, publicado en abril de 2015, que la eliminación del 100 por ciento de los subsidios, algo que aun no se completó, provocaría 11 puntos de inflación. Estudio Bein llegó a fines del año pasado a un número similar: 9 puntos. En estos cálculos, no se consideraba la devaluación del 40 por ciento ya ocurrida. Sucede que buena parte de los costos de generación eléctrica están dolarizados, lo que quiere decir que equilibrar tarifas podría provocar una inflación todavía mayor, aunque los precios del petróleo juegan por ahora a favor. Luego, la decisión de aumentar a los consumidores finales tiene origen presupuestario: reducir los subsidios. El problema es que un potencial shock inflacionario, por el combo devaluación más incrementos de tarifas, provocará caída del consumo y de la actividad, es decir; mayor desequilibrio presupuestario por contracción del PIB, la verdadera causa del déficit.

En un escenario semejante cualquier macroeconomista imparcial, si tal cosa existiese, aconsejaría tratar el movimiento de estas variables de alto impacto con muchísimo cuidado, observando muy despacio los efectos desde el tablero de comando. En otras palabras; hacer lo contrario a tomar decisiones axiomáticas y draconianas pensando en las ecuaciones de corto plazo de las empresas y no en los efectos macroeconómicos y sociales de cada decisión. Suponiendo incluso la necesidad de cirugía, operar con anestesia es una opción superadora.

Finalmente, la idea misma del sacrificio, del ajuste sobre los ingresos de los trabajadores o aumento instantáneo de la tasa de ganancia, para supuestamente aumentar la inversión es una teoría errónea y recesiva. El camino para mayores inversiones es exactamente el contrario: poner plata en el bolsillo de los trabajadores para expandir la demanda y el producto.

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