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Domingo, 26 de diciembre de 2010

DEBATE › EL ESTABLISHMENT TERGIVERSA LA EXPERIENCIA ECONóMICA DE CANADá

Cuando el crecimiento del PBI es sinónimo de progreso

 Por Federico Bernal

El tipo de modelo de acumulación consolidado y el éxito o fracaso del proceso de unificación territorial cimentado en fuerzas socioeconómicas centrífugas (este último aspecto siempre omitido como causa estructural del atraso argentino y sudamericano en general) explican por qué países de raíz colonial y de inserción casi simultánea en la economía mundial tuvieran derroteros tan divergentes. Tal es el caso de lo acontecido entre la Argentina, Canadá y Australia, estas últimas, naciones arquetípicas de la ideología neoliberal criolla. En efecto y exacerbados por el conflicto en torno de la Resolución 125, son innumerables los ejemplos de artículos, discursos y expresiones por parte del inmovilismo agropecuario nacional que insiste en comparar el pasado, presente y futuro del país con el de las naciones aludidas. Y no es que la comparación resulte inoportuna, sino que se parte de supuestos absolutamente equivocados y tergiversados. Nos detendremos específicamente en esta práctica recurrente y equivocada de medir la prosperidad nacional en función exclusiva del crecimiento del PBI.

La Argentina de fines del siglo XIX y principios del siglo pasado exhibía importantes registros de su Producto Bruto. Inclusive y en determinados períodos, su PBI resultó ser ostensiblemente mayor que los de Canadá y Australia, entre otras potencias actuales. Ahora bien y aquí la gran censura del neoliberalismo doméstico: a diferencia de lo ocurrido en nuestro país, el crecimiento económico de esas naciones se traducía en fuertes políticas de industrialización, de redistribución de la riqueza, en reformas agrarias de variada profundidad y en un rol del Estado progresivamente protagónico. En fin, el análisis ausente reside justamente en callar que el crecimiento sostenido del Producto Bruto Interno carece de sentido sin industrialización (con transferencia de renta del sector primario al industrial), sin expansión del mercado interno, sin desarrollo regional equitativo y sin políticas socialmente inclusivas. Y es lógico que carezca de sentido si se piensa en términos de un país atrofiado y semicolonial.

Con sus contradicciones y errores a cuestas, el modelo de acumulación vigente aleja de forma progresiva las posibilidades objetivas y subjetivas de retornar al “granero del mundo”. Más se expande el mercado interno, más se consume, más y mejor se produce, más se diversifica la economía y más disminuye el desempleo, menos excedente tienen para exportar, menos poder económico (léase de lobby) y horizonte de vida tienen los intereses de unos pocos miles por sobre el resto. A propósito y volviendo a la cuestión del PBI como parámetro de progreso, analicemos el punto de quiebre entre el “Canadá colonia” y el “Canadá nación”. Tres décadas antes de concluir el siglo XIX, Canadá experimentaría un cambio de época que la marcaría para siempre: de ahí en adelante viviría a su modo y en función de sus propias decisiones y particularidades. Entre 1870 y 1896 la tasa de crecimiento anual de su PBI per cápita rondó el 1,06 por ciento, valor que luego ascendió a 3,95 por ciento anual entre 1896 y 1913. Pero esas tasas sostenidas de crecimiento fueron acompañadas por una declinación en la importancia relativa de la agricultura en la economía. El crecimiento del PBI fue aprovechado para la modernización institucional, democrática y económica de Canadá, sólo posible con el triunfo de las clases emergentes por sobre las tradicionales clases minoritarias y elitistas que hasta entonces venían apropiándose del excedente social

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