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Domingo, 16 de noviembre de 2014

DEBATE › APOSTAR AL CAMPO DEL LIBERALISMO ARGENTINO

Canto de sirena

 Por Germán Herrera * y Julián Veiras **

Cash publicó una réplica de Esteban Actis al economista Levy Yeyati, quien sugería abandonar la utopía industrialista y apostar por “ser canguro”, en alusión a las experiencias de Australia y Nueva Zelanda, países especializados en la exportación de bienes primarios. Recientemente, el economista Lucas Llach publicó un artículo similar en su blog de La Nación, donde invita a imaginar “qué país te gustaría ser”. Llach se reconoce admirador de Canadá, Australia y Noruega, porque “aunque exportan en gran parte recursos naturales, son ricos, igualitarios y pacíficos”. Destacando los altos registros de estas naciones en el Indice de Desarrollo Humano de la ONU, el razonamiento de Llach concluye: “¿Se puede vivir bien sin ser un gran exportador de manufacturas? Claro que sí”.

Este canto de sirena es recurrente en el liberalismo argentino: si con lo que ya tenemos –digamos, “el campo”– alcanza para ser un país rico, ¿para qué embarcarse en la hazaña de intentar reindustrializarnos? El problema es que, aplicado a la Argentina, el argumento de que la industria no es necesaria para el desarrollo inclusivo resulta falso. Para entender por qué analicemos las economías de los países que seducen a Llach y comparémoslas con la nuestra.

En principio, se trata de países más chicos en términos poblacionales. Australia tiene poco más de la mitad de los habitantes de la Argentina y Noruega menos de la octava parte. Sólo Canadá resulta medianamente asemejable en su escala poblacional. Si la apuesta es por un modelo exportador de recursos naturales, la cantidad de habitantes se torna una variable crítica.

Además, Noruega, Canadá y Australia no exportan principalmente bienes agropecuarios. Noruega es uno de los diez mayores exportadores de petróleo del mundo y el tercero de gas. En términos per cápita, es una de las principales potencias hidrocarburíferas del planeta. Canadá también cuenta con hidrocarburos, los cuales representan un veinte por ciento de sus exportaciones totales. Además, es un actor central de la minería mundial, exportando aluminio, hierro y carbón. En Australia, más del 50 por ciento de las exportaciones proviene de la minería, siendo líder en mineral de hierro y el segundo exportador de carbón, además de contar con oro, cobre y aluminio. Asimismo, el año pasado fue el tercer exportador mundial de gas natural licuado.

A diferencia de los hidrocarburos y los minerales, las exportaciones agrícolas enfrentan un límite marcado por la superficie cultivable. Ese límite se expande gradualmente con la incorporación de tecnología y la mejora de los rindes, pero es imposible librarse por completo de sus efectos. Así, mientras las exportaciones de hidrocarburos en Noruega superaron en 2013 los veinte mil dólares per cápita y las de minerales en Australia los seis mil dólares, el record exportador del complejo sojero en la Argentina no alcanzó en términos per cápita los quinientos dólares. ¿Cuántos cientos de millones de toneladas de granos deberíamos producir para alcanzar los valores exportables de las potencias hidrocarburíferas y mineras que admira Llach?

Puede esgrimirse la necesidad de agregar valor a las exportaciones de commodities agrícolas. Se trata de un objetivo loable, pero no debe olvidarse que el comercio de los alimentos elaborados enfrenta un descomunal proteccionismo en los países desarrollados y, también, en algunos emergentes.

Finalmente, el argumento omite que Canadá, Noruega y Australia exhiben un desarrollo industrial altamente competitivo. Canadá es un referente global en industrias como la aeroespacial y la automotriz, siendo en esta última el cuarto exportador mundial. Australia y Noruega también cuentan con desarrollos de punta, y así lo reflejan sus exportaciones industriales de medio y alto contenido tecnológico; las de Australia son, en términos per cápita, el doble de las argentinas y las de Noruega son ocho veces superiores a las de nuestro país.

Como lo muestran los elevados coeficientes de importaciones de bienes manufacturados cuando la economía argentina crece, resulta imprescindible avanzar en la industrialización de nuestra estructura productiva para superar la restricción externa. Se trata de un desafío complejo y sujeto a enormes resistencias, pero no se conocen hasta ahora alternativas valederas para impulsar un desarrollo inclusivo de la Argentina.

* Docente de la UNQ.

** Economista UBA.

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