DEBATE › SOCIEDAD MONT-PéLERIN Y EL NEOLIBERALISMO
› Por Carlos Andujar *
Corría el año 1947, la revolución keynesiana que había nacido en 1936 conseguía un apoyo de la realidad inesperado años antes. El incremento del gasto militar provocado por la Segunda Guerra Mundial al mismo tiempo que le permitió a los Estados Unidos salir definitivamente de la crisis de los años treinta, representó una confirmación cercana y clara de la efectividad de los postulados keynesianos. Al aumentar el gasto público, aumentan los ingresos de la comunidad, estos hacen lo propio con la demanda que empuja al aumento de la producción. El aumento derivado del empleo y la reducción de la desocupación son igualmente inevitables.
Antes de que la historia le diese la razón, Keynes había tenido que batallar contra todo el universo discursivo neoclásico y sus postulados de auto regulación de los mercados y su consecuente eficiencia en la asignación de los “escasos recursos”, la innecesaria y perjudicial intervención estatal y la negación del desempleo involuntario. Mantuvo disputas con diversos economistas, entre ellos, el austríaco Friedrich von Hayek.
Precisamente Hayek había publicado en 1944 su reconocida obra Camino de servidumbre donde pregonaba que tanto los nacientes Estados de Bienestar como las economías de planificación centralizada socialistas, tenderían, en su ánimo de controlar la economía, inevitablemente a coartar las libertades individuales y esto conllevaría la consolidación, también inevitable, de gobiernos totalitarios.
A pesar de su muerte en 1946, Keynes y la teoría keynesiana, habían logrado acorralar a los postulados liberales neoclásicos y a sus defensores al reducido mundillo académico de la microeconomía. A pesar de ello, la resistencia neoliberal comenzó a gestarse segura de que la historia le daría una segunda oportunidad y que había que estar preparado para ello.
Como decíamos al principio, corría el año 1947 y en Suiza se produce la primera reunión de la sociedad Mont-Pélerin, una usina del pensamiento neoliberal, que Hayek había fundado junto a otro economista austríaco liberal, von Mises, y de la que fueron también miembros activos, otros futuros premios Nobel como Maurice Allais (1988) y Milton Friedman (1976). El propio Friedman desarrollaría toda su carrera de docencia e investigación en la Universidad de Chicago, en la que Hayek enseñó desde 1950 a 1961, transformándola en el bastión del neoliberalismo norteamericano, quedando en la historia como la “Escuela de Chicago” y sus estudiantes como los “Chicago boys” de Friedman.
La espera tuvo sus frutos y la oportunidad llegó de la mano de un fenómeno que la teoría keynesiana no había analizado: la inflación. (Ya habrá tiempo para pensar que los sucesivos ataques mediáticos y la exaltación de la inflación como el peor de los males del período kirchnerista no fue casual).
Para finales de la década del 60 ya se había empezado a acelerar la inflación llegando en los Estados Unidos al 8 por ciento anual. Claramente Marx tenía razón y un capitalista mata a muchos otros. La economía mundial se había transformado en una economía de oligopolios poderosos que, ante la creciente y sostenida demanda, aumentaban rentabilidades subiendo los precios. Asimismo, los Estados de Bienestar habían consolidado sindicatos por actividad, también poderosos que ante la caída del salario real o para obtener mejoras, conseguían subas nominales de salarios. Este mecanismo se conocería como espiral precio-salario.
Concomitantemente en 1973 se produjo la crisis del petróleo y la fundación de la OPEP. Los países petroleros, cansados de financiar el crecimiento de las naciones desarrolladas sin participar del convite, ahora reunidos en un cartel a través del manejo de la oferta, consiguieron un aumento del 400 por ciento en el precio del barril del petróleo. Este fue un nuevo impulso, vía costos (energía para el transporte y la producción) para la inflación a escala mundial que se convertiría en el nuevo problema económico a resolver.
Las teorías keynesianas al no tener una respuesta efectiva ante la inflación (como sí la tuvieron para con la depresión y la desocupación), dejarían un espacio de poder vacío y, como se sabe, si nadie lo ocupa, el poder mayor lo hará. Y lo hizo.
Las ideas liberales salieron de su reducto microeconómico, de los pasillos de la Universidad de Chicago y de sus reuniones de intelectuales y se lanzaron a liberar a la sociedad de la ineficiencia y opresión de los Estados de Bienestar levantando la bandera de la libertad individual. El fracaso de la política fiscal y de los acuerdos de precios y salarios para frenar la inflación dejaron el camino libre a la política monetaria.
No fue exactamente la cantidad de dinero como pensaba Fisher sino la manipulación de las tasas de interés las que cumplieron idéntica función. A una inflación de dos dígitos se le aplicó una tasa de interés también de dos dígitos. El aumento de la tasa, implicó menor consumo e inversión y con ello, vía caída de la demanda y aumento de los stocks, la caída de los precios. La inflación fue derrotada. Lo que nunca destacaron los economistas monetaristas, o neoliberales como se los denominaría más tarde, es que la política monetaria no es neutra. La caída de la actividad económica tiene dos consecuencias. Por un lado el aumento de la desocupación, especialmente en los sectores de trabajo menos calificado y, por el otro, la destrucción y quiebre de pequeñas empresas que no tienen la oportunidad de soportar varios meses con pérdidas como sí lo pueden hacer las más grandes, o bien por sus dimensiones o por su acceso a mercados extranjeros. En definitiva, lejos de ser neutral, el “éxito” de la política monetarista tiene como contracara mayor desocupación, pobreza y concentración de la riqueza. Por otro lado surge claramente un ganador, un sector cuyos precios no bajaron sino que subieron y que, reformas financieras y libre flujo de capitales mediante, se consolidará como el gran triunfador y defensor de la hegemonía neoliberal: la actividad especulativo financiera en general y los bancos en particular.
Con el prestigio académico de haber frenado a la inflación, sin la competencia del keynesianismo que se había mostrado estéril y con el apoyo del sector financiero y los grandes grupos económicos, el neoliberalismo impuso al individuo y a la competencia como valores universales y a la intervención estatal como su peor enemigo.
A partir del 11 de septiembre de 1973, la dictadura del General Augusto Pinochet, de quien Friedman fuese asesor económico, constituyó en Latinoamérica el laboratorio en el cual el neoliberalismo se implementó de modo violento y brutal. El mal se esparciría por el resto de América latina la mayoría de las veces unido a la violencia del Estado y llegaría a Gran Bretaña de la mano de Margaret Thatcher reivindicando la influencia de Hayek y a los Estados Unidos de la mano de Ronald Reagan y su consejero económico, Friedman.
La hegemonía del mercado se construyó mediante la reinstauración del viejo modelo de Estado gendarme liberal pero en nuevo contexto, la globalización, signada por las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información. Asimismo las recomendaciones (imposiciones) del Consenso de Washington para los países de América latina y el “fin” de la alternativa comunista con la caída del muro de Berlín, constituyeron un escenario inmejorable para la imposición de la ideología neoliberal y las necesarias reformas: apertura comercial, libertad de empresa y comercio, desregulación financiera y libre flujo de capitales, privatizaciones y flexibilización laboral.
Lo que sobrevino después es conocido.
* Docente UNLZ-FCS. Colectivo Educativo Manuel Ugarte (CEMU).
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