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Domingo, 6 de marzo de 2016

OPINIóN › MEGADEVALUACIóN Y TARIFAZO

“No había alternativa”

La doctrina neoliberal intenta dotar de naturaleza sus medidas regresivas, lo que es esencialmente historia. El supuesto “atraso” de variables clave para justificar el ajuste.

 Por Carlos Andujar *

El paquete de medidas económicas implementadas por el proyecto macrista (quita de retenciones a la exportación, devaluación, suba de tarifas –vía eliminación de subsidios–, liberalización del mercado financiero y suba de la tasa de interés) conlleva una brutal transferencia de ingresos de los sectores populares hacia el complejo agroexportador, la burguesía industrial exportadora y el sector rentístico financiero.

Unos aumentan rentabilidades, obtienen ingresos extraordinarios y reducen sus costos salariales (medidos en dólares) gracias a que otros ven caer pavorosamente sus ingresos reales a causa de la creciente inflación y a los esfuerzos denodados de un gobierno que busca abiertamente que se fijen acuerdos paritarios por debajo de la misma.

Para ello no duda en sembrar el miedo al desempleo entre los trabajadores despidiendo a más de veinte mil empleados públicos habilitando el juego, de este modo, para que el sector privado haga lo mismo. Si a esto le sumamos una potencial caída del PIB debido a la reducción del consumo interno que algunos pronostican entre uno y dos por ciento, el panorama dista mucho de la alegría y la esperanza que irradiaban los miles de globos amarillos que inundaban las calles de los tiempos de campaña.

A pesar de ello, es decir del perjuicio para la mayoría de la población, se ha instalado en el imaginario colectivo y en el sentido común la idea de que lo que está sucediendo era inevitable. Quien estuviese en el gobierno, sin importar de qué lado de la grieta esté, iba a tener que lidiar con la “pesada herencia kirchnerista” y encarar el inevitable ajuste.

A modo del “There is no alternative” (no hay alternativa) popularizado en los ochenta por Margaret Thatcher en sus discursos, para dejar bien en claro que no había ninguna opción al proyecto neoliberal que ella representaba, pareciese ser que el “atraso cambiario”, el “insostenible déficit fiscal”, “el desbocado aumento del empleo público” y las “irrisorias tarifas de los servicios públicos”, eran el síntoma de la enfermedad populista que era necesario e inevitable curar.

El discurso económico neoliberal, basado en una ciencia económica que gracias a complejos modelos matemáticos intenta dotar de naturaleza lo que es esencialmente historia, y de consecuencias lógicas del desempeño racional de los agentes económicos lo que es lucha por la producción y apropiación del excedente, hace mucho tiempo satura conciencias, muestra su realidad como la única posible e impide pensar los otros mundos posibles.

Suelen escucharse por estos tiempos, y no excluyentemente en las huestes oficialistas ni de sus votantes, que el precio del dólar y las tarifas tenían que subir, que estaban a “atrasadas”.

Todo atraso implica reconocer de antemano un parámetro normal contra lo que se compara. Si un tren está atrasado, lo está en referencia a su horario estipulado de llegada. Lo que nadie discute ni problematiza, sencillamente porque sería ridículo, es dicho horario fijado para su arribo. Las preguntas que podrán surgir serían: ¿Cuán tarde llegó?, ¿por qué se retrasó?, ¿qué podría hacerse para que llegue a horario?

Como puede imaginarse el lector, nadie se preguntará: ¿Por qué tiene que llegar a ese horario?, ¿a quién beneficia y a quién perjudica que lo haga? Pareciese ser que la puntualidad del tren beneficia a todos por igual y a nadie perjudica, y es muy probable que así sea en nuestra analogía ferroviaria, pero no es lo mismo en economía.

Por un lado, los precios, en una economía que se organice a través de ellos, son siempre relativos, es decir que siempre hay que pensarlos en comparación a otros precios. La evolución del precio interno de los combustibles, por ejemplo, puede pensarse en relación a los cambios producidos en su precio internacional, en relación al precio del resto de los commodities, al precio de los alimentos. De este modo podemos afirmar al mismo tiempo que el tipo de cambio estaba atrasado en relación a la inflación como que salarios medidos en dólares de los trabajadores estaban por encima de los de la región. En ambos casos el sostenimiento o adecuación de una u otra situación es en gran parte decisión política y no profecía autocumplida de las variables macroeconómicas.

Por el otro, los precios son siempre la síntesis, la foto de un momento determinado, de dos pujas básicas por el ingreso que el naturalismo y la neutralidad neoliberal se encargan de ocultar. Detrás de los 15 pesos del precio de la leche, como de cualquier bien, se ha resuelto una puja entre los trabajadores y los capitalistas determinando qué porción de ese precio se quedarán cada uno de ellos. En el mercado, con la compra efectiva del bien, los capitalistas hacen efectivo su ingreso en el medio de otra puja con los consumidores. Demás está decir que las relaciones de poder en sendas arenas no son igualitarias como tampoco lo son, por lo tanto, los frutos que dichos actores obtienen. Lo que si queda claro que lo que unos ganan tiene estricta relación con lo que otros pierden o dejan de ganar.

Es precisamente en estas pujas por el ingreso, entre tantas otras posibles, en las que un Estado entendido como relación social de dominación, a través de un proyecto político determinado y sus consecuentes políticas públicas, decide cómo intervenir. Intervención que de ningún modo asegura el logro efectivo de los propósitos dado que en la arena de lucha es un actor social más y muchas de las veces, sobre todo en las economías periféricas aunque no de modo excluyente, con mucho menos poder real que los otros actores que tienen intereses antagónicos.

En el mismo escenario actual, otras políticas públicas cuya efectiva implementación depende siempre de la relación de fuerzas existentes, en las que el apoyo y legitimidad popular de un proyecto político no es un punto menor, conforman el camino basto de la llamada heterodoxia. La administración central del comercio exterior, un sistema de retenciones móviles, la nacionalización de los puertos, la reforma de la ley de entidades financieras, la intervención en las cadenas de valor de los bienes esenciales, la participación de los trabajadores en las ganancias, el impuesto a la vivienda ociosa, el empoderamiento y la multiplicación de otras formas de producción, distribución y consumo encaradas en el universo de la economía social y popular, entre tantas otras políticas demuestran que, lejos de asegurar el éxito, otros mundos son posibles.

La redistribución regresiva del ingreso que las actuales políticas públicas neoliberales están provocando, son el fruto de decisiones políticas y no del sinceramiento de variables macroeconómicas con fuerza de destino manifiesto porque, a decir verdad, la economía política es esencialmente historia y la historia es lucha.

* Docente UNLZ FCS. Colectivo Educativo Manuel Ugarte [email protected]

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