ESCENARIO › SUBSIDIOS ENERGéTICOS
› Por Diego Rubinzal
El desafío que dejó la economía kirchnerista era superar las tensiones que arrastraba sin afectar el bienestar popular. El macrismo optó por el sendero del ajuste. El ejemplo paradigmático fue la intención, frenada provisoriamente por la Corte, de implementar un “tarifazo”. El Gobierno lo justificó diciendo que “nos estábamos quedando sin energía e íbamos camino a ser como Venezuela”. Según el discurso oficial, los subsidios públicos promovieron una “cultura del derroche”. Los grandes medios de comunicación reforzaron esa campaña afirmando que “la Argentina es el único país del mundo que subsidia la energía”.
La especialista Belén Ennis explica en ¿Argentina único país del mundo que subsidia la energía? que la mayoría de los países industrializados subsidian la energía por considerarla parte vital del desarrollo económico y bienestar social. La investigadora del Observatorio de la Energía, Tecnología e Infraestructura para el Desarrollo (Oetec) recurre a los datos publicados por el FMI. Los técnicos fondomonetaristas sostienen en “contando el costo de los subsidios energéticos” que “los países del G-20 pagan más de 1000 dólares per cápita en subsidios a los combustibles fósiles”. En ese documento, el FMI detalla que en la Argentina los subsidios rozaron los 500 dólares por persona en 2015. Ese trabajo detalla que Estados Unidos destina el 3,8 por ciento del PIB a los subsidios energéticos, un porcentaje mayor al de Argentina (3,25).
El discurso oficial responsabiliza de todos los males a la política energética kirchnerista. Según esa visión, la pérdida del autoabastecimiento energético no dejaba otro camino que el tarifazo.
La acusación suena extraña en boca de quienes rechazaron la expropiación del 51 por ciento del paquete accionario de Repsol-YPF. La política desinversora de esa compañía explicó, en buena parte, la irrupción del déficit energético.
El investigador Mariano Barrera indica en Subexploración y sobreexplotación: la lógica de acumulación del sector hidrocarburífero en Argentina que “la empresa, de 2008 a 2010, distribuyó dividendos en una magnitud muy superior a las utilidades obtenidas. En efecto, mientras que en ese período la firma distribuyó el 144 por ciento de las ganancias, entre 1999 y 2007 la magnitud fue del 75 por ciento”. Las utilidades no fueron reinvertidas sino que financiaron la expansión internacional de Repsol en otros países de América latina, Africa, Golfo de México y Medio Oriente.
La participación de YPF, sobre la producción total, retrocedió del 35 (año 1997) al 23 por ciento (2011) y del 42 (1997) al 34 por ciento (2011), para el caso del gas y petróleo, respectivamente. Lo cierto es que la petrolera en manos del Estado revirtió el declive productivo. Las inversiones crecieron un 177 por ciento y alcanzaron los 6800 millones de dólares en 2014. El crecimiento de la producción alcanzó el 30 (petróleo) y 12 por ciento (gas), desde 2011 a junio del año pasado. Por otro lado, las reservas crecieron 23,8 por ciento entre 2012 y 2014.
La política macrista marcha en sentido inverso. Los datos del Ministerio de Energía confirman una reducción de las inversiones, en el primer semestre del 2016, cercana al 40 por ciento. El ingeniero industrial Juan Francisco Fernández sostiene en Cepo al autoabastecimiento (medido en pozos perforados totales) que “el promedio de pozos perforados para el período comprendido entre enero y mayo de 2013 a 2015 fue de 549 pozos…tomando dicho promedio, la gestión de Juan José Aranguren al frente del Ministerio de Energía logró una caída del 33,5 por ciento (de 549 a 365 pozos)”. La contracara de esa política desinversora es la generosa distribución de dividendos, decidida el 7 de julio pasado. Los esfuerzos oficiales están más centrados en reducir el consumo que en aumentar la producción.
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