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Viernes, 11 de julio de 2008

TEATRO › EDUARDO “TATO” PAVLOVSKY Y SOLO BRUMAS, LA OBRA QUE ESCRIBIO Y PROTAGONIZA

Lo monstruoso en la vida cotidiana

El dramaturgo estrena esta noche en el Centro Cultural de la Cooperación, con dirección de Norman Briski y coprotagónico de Susana Evans, un espectáculo sobre el aspecto macabro de la realidad, devenido en presencia naturalizada.

 Por Carolina Prieto

“La iba a dirigir Martín Pavlovsky, mi hijo, pero un día vino a casa y me dijo: ‘No puedo con esto’. Después, Leandra Rodríguez, pero tampoco se animó, le pareció un paquete muy gordo. Finalmente, Norman Briski aceptó sin dudas y con apasionamiento”, cuenta Eduardo “Tato” Pavlovsky sobre el derrotero de su nueva obra, Solo Brumas, que se estrena hoy a las 21 en el Centro Cultural de la Cooperación (Sala Solidaridad, Corrientes 1543) con un elenco que integran, además del autor, su mujer Susana Evans, Mirta Bogdasarian y Eduardo Misch. Las renuncias de los potenciales directores (él es sobre todo un reconocido músico y ella una experimentadísima iluminadora) son más que entendibles: el creador de piezas emblemáticas como El señor Galíndez y Potestad dispara una vez más sobre el carácter monstruoso de la cotidianidad y sobre la capacidad del hombre para lidiar con lo siniestro. Esta vez, la acción se desarrolla en un depósito donde viven tres empleados que realizan una tarea horrorosa a cambio de comida y hospedaje. Ellos aceptan con notable indiferencia, mientras dialogan sobre cuestiones tan mundanas como el amor, la amistad y la solidaridad.

“Comencé a escribirla hace dos años, a raíz del cimbronazo que me produjo ver, a pocas cuadras de casa, una familia compuesta por seis personas que parecían muy felices y salían de una casilla, un espacio mínimo de dos metros por dos cincuenta. Así como hoy podemos ver gente comiendo en un basural, en tiempos en que la indigencia ha perdido la voz”, señala el escritor nacido en 1933 que, a lo largo de décadas, sostiene una intensa doble vida profesional, como teatrista y como psicoterapeuta. A partir de esa imagen, Pavlovsky (médico de formación original y referente indiscutido del psicodrama en Latinoamérica) dio forma a un drama doloroso y angustiante con algunas gotas de humor que lo alivianan y hacen soportable. “Lamentablemente no se habla de la pobreza, de los chicos que mueren de hambre en nuestro país, de los que nacen con malformaciones congénitas por desnutrición, de los que mueren por causas evitables. Sé que la obra puede molestar, pero estoy cansado de cifras estadísticas y de que la plata no vaya donde tiene que ir. Quiero que la palabra pegue en el cuerpo”, agrega.

–¿Cómo se cuela el humor?

E. P.: –Eusebio, mi personaje, adora a Liz Solari, la rubia. Está perdidamente enamorado. Tiene un poster de ella colgado en una pared, le habla, le explica lo que es el amor, intenta convencerla, hasta habla con su hermano.

–¿Cómo es el vínculo con Norman Briski, con quien ya trabajaron en El señor Galíndez, Potestad, Poroto, La gran marcha? ¿Qué les atrae de su mirada?

E. P.: –Somos muy amigos, nos conocemos desde los ’60 y tenemos una afinidad ideológica muy profunda, además de una historia en común, del exilio. A nivel profesional, él me respeta mucho como actor, y eso que nunca digo dos veces la misma letra. Nos complementamos bien: a él le importa mucho lo que a mí no me importa nada, es decir los espacios escenográficos.

Susana Evans: –La literatura dramática de Tato no es fácil de llevar a escena. Es poética, carece de ciertas precisiones. Lo que hace Norman es justamente situar con exactitud la acción, terminar de delinear la identidad de los personajes, pero siempre desde un gran respeto por el texto. Es más, hay veces que Tato quiere sacar algunas partes y él las defiende totalmente. Siento que trabaja como un pintor y que nosotros somos los colores. Se permite muchos cambios, tiene mucha idea de lo espacial y del movimiento.

–¿El director coincide con la visión de Pavlovsky de un teatro regido por estados, por ritmos?

S. E.: –Totalmente. Hasta te pide que no digas nada hasta encontrar el estado del personaje, si no es letra vacía. En mi caso, lo encontré con facilidad porque suelo estar medio colgada, en el aire. Norman pescó eso y lo incorporó.

E. P.: –Es verdad, Susy tiene algo de gacela. Hay veces que estamos en casa, pasa cerca mío y no me doy cuenta. En la obra están esas apariciones y desapariciones repentinas.

–Es sabida la conmoción que produjo Esperando a Godot en Pavlovsky, cuando era un médico recién recibido allá por el ’57. Esa obra encendió su pasión por el escenario. En su caso, ¿cómo fue el acercamiento al teatro?

S. E.: –Yo tenía una formación como bailarina y quería dedicarme a la danza. Después me casé, tuve hijos. Fue en el ’76, estaba exiliada en Madrid y tenía una depresión tremenda. En ese momento, Elvira Onetto me propuso hacer algo junto a mi primer marido. Así surgió el primer trabajo: una obra con muy poco texto. Años más tarde, Tato me sugiere uno de los personajes de Potestad y desde entonces empecé a sentir que es una actividad que me da mucho placer. Pero no la concibo fuera del grupo que integramos con Norman, Elvira y Tato.

La pareja vive y trabaja en una cálida casa del Bajo Belgrano, muy luminosa y llena de plantas. Pavlovsky dispone de un espacio amplio para los grupos; Susy (psicóloga clínica y miembro fundador del Centro de Psicodrama Psicoanalítico Grupal) atiende en un ámbito más íntimo. Desde hace décadas, analizan los conflictos emocionales de las personas y están diariamente en contacto con las dificultades y el sufrimiento humano. Sin embargo, atravesar el proceso de ensayos de este proyecto significó una experiencia muy cruda. Por eso, no dudan del impacto que tendrá en el público. “Terminábamos de ensayar con un estado de angustia y de irrealidad muy fuertes. Yo necesitaba conectar con algo concreto, ver a mis hijas o hablar con una amiga”, dice Evans. Pero nunca eligieron un teatro pasatista y, una vez más, están listos para el desafío, secundados por un equipo que completan Bea Blackhall (escenografía), María Curetti (vestuario), Martín Pavlovsky (banda sonora) y Silvana Laguna (coreografías).

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Eduardo Pavlovsky se interroga, junto a Susana Evans, sobre cómo lidiar con lo siniestro.
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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