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Sábado, 26 de julio de 2008

TEATRO › ARTURO BONíN Y ROSARIO ZUBELDíA HABLAN DEL ESTRENO DE WHITELOCKE, UN GENERAL INGLéS

“Los ingleses no quisieron ganar”

Esta es la provocativa tesis que está en el centro de la obra de Jorge Castelli y Cristian Krämer que subió a escena en el Cervantes y en la que se revisa la actuación del general británico John Whitelocke, a cargo de las tropas invasoras de la segunda expedición inglesa.

 Por Cecilia Hopkins

Escrita por Jorge Castelli, El delicado umbral de la tempestad (Premio La Nación de novela, 2000) tomó forma teatral en la pieza Whitelocke, un general inglés, cuando el joven dramaturgo Cristian Krämer convenció al autor de que la versionaran juntos. Ambos ya habían pensado que al rol protagónico se lo confiarían a Arturo Bonín y la dirección a Rosario Zubeldía, en función de haber realizado en 2003 la puesta de Miel de almendras, también de Krämer. La obra acaba de subir a escena en el Teatro Cervantes, con la actuación de Bonín, Sergio Surraco y Roberto Bobe, Irene Bazzano, Miguel Dao, Gabriel Ferrari y Julio Viera. El núcleo dramático gira sobre los acontecimientos sucedidos durante las Invasiones Inglesas, pero pone foco en la figura del teniente coronel John Whitelocke, a cargo de las tropas invasoras de la segunda expedición inglesa.

La acción tiene lugar en 1809, dos años después de concluida la última tentativa de invasión a Buenos Aires, cuando un periodista (interpretado por Surraco) llega a la casa del ex militar –fue degradado por una corte marcial a causa de su derrota– para conocer mayores detalles sobre su actuación. Lo que desvela al periodista son las razones por las cuales la invasión fue un fracaso rotundo: el ejército que comandaba Whitelocke era seis veces mayor que el que había conducido Beresford el año anterior hacia las costas del Río de la Plata. Sospecha que solamente por motivos políticos que desconoce pudo rechazar Buenos Aires a un enemigo que determinó no poner en movimiento al contingente de cinco mil hombres que transportaron 110 naves. Así, los hechos de la defensa aparecen de algún modo, minimizados: “Es cierto que hubo una encendida defensa de la ciudad y que esto fue un acto heroico”, sostiene Bonín, junto a la directora, en una entrevista con PáginaI12, “pero el ejército invasor no quiso actuar. Los ingleses pudieron haber pulverizado a la ciudad y no lo hicieron. Así que la versión oficial –’les hicimos la guerra y los echamos’– es belicista: la realidad es que se fueron porque lo decidieron así”, concluye el actor.

–¿Qué es lo primero que le llamó la atención del proyecto de montar una obra histórica?

Arturo Bonín: –Me pareció muy oportuno que una obra que habla sobre la guerra, la violencia y el desamor esté dirigida por una mujer.

–¿Por qué?

A. B.: –La mirada de una mujer es más interesante, más abarcativa, tiende a ser más contenedora. La mirada del hombre es más agresiva. Es belicista por naturaleza.

–¿No cree que hay mujeres que cuando ocupan un lugar de poder no presentan esas características? Si no, piense en Margaret Thatcher...

A. B.: –Bueno, yo estaba hablando de mujeres... (risas). Sí, puede ser que llegando a determinados lugares de poder, el sexo ya no tenga peso... En todo caso, creo que el personaje de Whitelocke necesita ser mirado con piedad. Para mí es el abuelo de Kissinger. Renuncia a la guerra, pero no renuncia a matar sino que resuelve exterminar, pero utilizando otros métodos.

–¿Piensan que la obra humaniza a Whitelocke?

Rosario Zubeldía: –Yo creo que a este personaje le suceden cosas en su vida que lo corren de la postura autoritaria, imperialista, sanguinaria y ambiciosa que tiene. Se humaniza, pero sin perder su esencia. Porque empieza a dudar y se cuestiona las muertes que ocasionó. Esto pasa porque aparece una mujer en su vida que lo transforma y le hace descubrir el amor. Pero esto pertenece al imaginario de los autores de la obra.

A. B.: –Whitelocke descubre otra opción de vida. Sufre una modificación en su estructura. No va a presentar más batalla sino que va a elegir otros mecanismos –económicos, políticos, comerciales– para seguir adelante con esa mentalidad imperial.

–¿En qué términos se habla en la obra de la obediencia debida?

A. B.: –Se habla sobre el absurdo de cumplir una orden, aunque sea un despropósito. Whitelocke toma conciencia de esto y modifica su actitud.

R. Z.: –Que se cuestione este tema es muy interesante. Este personaje predice desde el siglo XIX lo que estamos viviendo hoy: habla sobre grandes imperios, sobre el egoísmo humano, sobre las luchas por el petróleo, el agua, los alimentos. Que no es importante matar o destruir a quien sea para conseguirlos. Sugiere que los que lo manejan todo y toman las decisiones fundamentales no son los que están a la vista.

–En obras como éstas, el espectador saca conclusiones y tiende a ponerse del lado de alguno de los personajes. ¿Qué creen que sucede en la obra con este fenómeno de la identificación?

A. B.: –El espectador puede identificarse positivamente con el personaje de Whitelocke y esto puede descolocarlo, porque es algo que seguramente va a rechazar. A mí, Whitelocke me recuerda al personaje de El corazón de las tinieblas, porque en el intento por humanizarse dentro de una situación de guerra entra en una contradicción muy grande, en una zona de locura, y entiende que su vida no tuvo sentido.

R. Z.: –El personaje de Whitelocke puede dar pena o admiración, y esto es complicado de aceptar. Me parece muy atractiva la posibilidad de que el espectador lo entienda y lo rechace alternadamente.

A. B.: –Hay una idea que estimula la obra y es la necesidad que tiene el poder de fomentar guerras entre hermanos para que se vayan cristalizando identidades diferentes. Dividir para que otros reinen, alguien que mueve los piolines en toda la región. No se entiende si no cómo es posible que de la Gran Colombia, del sueño bolivariano de unidad, se hayan formado cuatro países... Si tuviésemos hoy un rapto de lucidez nos agruparíamos alrededor de una idea latinoamericana, comenzando desde lo económico. Aunque la integración desde lo cultural es la más viable, pero es una posibilidad que siempre es examinada como algo sospechosa.

–¿Es más difícil interpretar un personaje histórico que uno enteramente ficcional?

A. B.: –Hay condicionamientos que tienen que ver con opiniones que uno tiene a priori. Y hay otros que tienen que ver con acostumbrarse. Desde acostumbrarme a andar en el escenario en calzas y pantalón corto y relacionarme desde un lugar dramático con personajes vestidos igual (risas).

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El protagonista Bonín y la directora Zubeldía encararon “una obra sobre la guerra y el desamor”.
Imagen: Pablo Piovano
 
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