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Martes, 11 de agosto de 2009

TEATRO › AMERICAN MOUSE, UN ESPECTáCULO DE LA COMPAñíA RARA AVIS

Los objetos y sus metáforas

El unipersonal creado por Lautaro Vilo y Pablo Gershanik propone un viaje pesadillesco a un Disney poblado de humor y toques de crueldad. La obra desconcierta, al mismo tiempo que estimula la imaginación del espectador, invitado a completar el relato.

 Por Carolina Prieto

¿El relato de un viaje juvenil a Orlando? ¿Un encuentro traumático con el ratón Mickey? ¿Una metáfora sobre la pérdida de la inocencia? ¿Una muerte, un suicidio? ¿Una persecución en Disney? ¿Una conferencia teñida de mordacidad? ¿Un parque de diversiones en miniatura con luces, proyecciones y una serie de objetos manipulados por un único actor que dan vida a todos los personajes de la historia? American Mouse (los sábados a las 22 en ElKafka, Lambaré 866) es todo esto. ¿Sus creadores? Lautaro Vilo y Pablo Gershanik. El primero ya tiene su lugar en la escena porteña: actor, director y autor, escribió 23.344 (publicada por Libros del Rojas y estrenada con dirección de Ciro Zorzoli), Un acto de comunión y Cáucaso (las dos primeras entregas de la Trilogía Internacional) y La Gracia (para el ciclo Decálogo del Rojas, inspirada en el mandamiento “Amarás a Dios sobre todas las cosas”), entre muchas otras. Gershanik, por su parte, regresó hace tres años al país tras formarse como actor en México, y especializarse en teatro físico en The Desmond Jones School of Myme and Physichal Theatre, de Londres, y en la Ecole Lecoq, de París. Juntos dieron forma a este unipersonal extraño, cuidado al mínimo detalle, en el que Vilo –de tapado de cuero turquesa, acaso un anticipo de las rarezas que vendrán después– narra un viaje a Estados Unidos de niño, como forma de intercambio cultural. Desde su partida en Neuquén, donde vivía, pasando por las peripecias que le depararía la aventura. Lo hace casi en plan de confesión, movido por una necesidad interna y manteniendo el contacto y la interpelación con el público.

Tarea nada fácil para él sostener la relación con la platea y zambullirse en su infancia, encarnar a todos los personajes y manipular increíbles objetos dispuestos sobre una mesada donde hay de todo. O casi: luces, agua, una réplica a escala del parque de Disney, cubiertos, coladores, cabezas de sifones, golosinas. La voz y el cuerpo del intérprete están en constante mutación, son como plastilina; mientras pone en escena ese pasado frente a una gran mesa de laboratorio en la que adquieren vida los objetos, algunos reconocibles y otro no tanto. Un tenedor es su madre, una afeitadora su padre; él mismo, la cabeza de un sifón, por dar algunos ejemplos. La acción toma ritmo, y de una narración puntillosa el relato se abre hacia una zona de límites más difusos, casi fantasmagórica, por momentos monstruosa. Es que de la partida de Neuquén, cargada de ternura y humor, la acción se traslada a Orlando, donde el muchacho es recibido por una típica familia norteamericana (representada por chupetines de distintas formas), preludio para un encuentro con Mickey en las antípodas de la fascinación que suele provocar en los chicos. Desde entonces, el relato se enrarece, asoman la violencia, las inseguridades, los miedos, las confusiones. La necesidad del protagonista de compartir ese hecho traumático se hace evidente.

“Hace dos años se me ocurrió hacer algo para mis amigos: leía un texto mientras pasaba un PowerPoint sobre ese viaje. Hice algunas funciones en un bar, como divertimento”, cuenta Vilo, y agrega que para esa época la actuación no llegaba a entusiasmarlo del todo. “Era como una chica que no me terminaba de dar bola”, desliza. En ese momento, en la escuela de dramaturgia de Mauricio Kartún donde enseña, se topa con Gershanik. “Lautaro me plantea la idea de un espectáculo casi como una conferencia. Me pareció de una potencia de imágenes muy contundente, aunque muy encarnada en lo literario. Yo sentía que podía aportar una reescritura desde el cuerpo, abriendo el campo de la emoción. Trabajando desde un cuerpo emocionado, expandiendo sus capacidades expresivas y, en ese marco, el texto ya no aparece primero sino que es una urgencia del cuerpo”, explica con tonada mexicana el argentino que desde el 2005 es el clown del espectáculo Nomade, del Cirque Eloize de Montreal. El trabajo duró casi un año. Vilo confiesa: “¡Fue como descongelar un mamut!”. Pero valió la pena. Su cuerpo está presente, blando para dar vida a muchos; su voz cambia asombrosamente y transita distintos estados emocionales. A la vez, tuvo que aprender a manipular objetos. Aquí se cruzaron con Jorge Crowe, el responsable del diseño escénico y de los objetos. “Jorge trabaja con todo lo que es reciclaje de chatarra electrónica. Nos interesaba plasmar en el espacio una conjunción entre un ambiente familiar y siniestro.” Para ello pergeñaron un parque de diversiones preciosista, hasta con un increíble castillo transparente, intervenido por utensilios de cocina, golosinas, circuitos de luces, fibra óptica y trampas para ratones. Un mundo inanimado de objetos que, en manos de Vilo, dialogan con fluidez y naturalidad. Divierten, conmueven. La capacidad poética y metafórica de los objetos, verdaderos protagonistas de la obra, potencia las tensiones que dominan el relato: ternura-crueldad, familiar-siniestro, cercano-desconocido, real-imaginario.

American Mouse desconcierta, estimula la imaginación del espectador, invitado a completar el relato. La puesta en escena y la actuación (la precisión en la manipulación de los objetos, los pasajes constantes de un personaje al otro con sus sucesivas transformaciones, el contacto con el público) dan cuenta de un rigor poco habitual. Sus artífices están contentos. Rara Avis –nombre de la compañía que integran– acaba de nacer y apuesta a generar más. Mientras tanto, Vilo viene de estrenar una impecable traducción y versión de Rey Lear, que elaboró junto al director Rubén Szuchmacher, protagonizada por Alfredo Alcón; está terminando un guión para cine, y en octubre estrenará una banda de jazz junto al músico Adolfo Oddone, su co-equiper en Un Acto de Comunión, donde demostró que canta y muy bien.

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American Mouse va los sábados a las 22, en ElKafka.
 
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