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Domingo, 10 de enero de 2010

TEATRO › RICARDO DARíN Y EL REESTRENO DE ART, DE JASMINA REZA

“Va a convertirse en un clásico”

El actor dice que su año estuvo contaminado de manera inevitable por el éxito de El secreto de sus ojos, pero que disfruta de manera especial este reencuentro con Germán Palacios y José Luis Mazza: “Nunca nos aburrimos de hacerla”, señala.

 Por Cecilia Hopkins

Las amistades de años suelen ser el resultado de un delicado juego de equilibrio. Y si la relación es cuestión de tres, la búsqueda del contrapeso se complica aún más. Precisamente sobre este motivo, la autora francesa Jasmina Reza supo describir en Art el movimiento continuo de las alianzas celebradas por un trío de amigos. Es que en esta pieza, tal vez la más celebrada de la autora, un hecho aparentemente inofensivo repercute en la relación que desde hace quince años une a esos amigos íntimos, sacando a la superficie antiguos y recientes resquemores, hasta el momento disimulados en aras de la camaradería. Estrenada por Jean-Louis Trintignant, Jean Rochefort y Pierre Vaneck, la obra fue puesta el mismo año en Londres y Broadway, con gran repercusión de público y crítica. Interpretada por Ricardo Darín, Oscar Martínez y Germán Palacios, en Buenos Aires subió a escena en 1998 y se mantuvo años en cartel y en gira, hasta que se trasladó a España, donde realizó varias temporadas. La última vez fue en 2007, en Mar del Plata. Fue en esa oportunidad cuando se sumó a Darín y Palacios el hasta entonces productor ejecutivo de la obra, José Luis Mazza, para interpretar el rol que siempre cubrió Martínez, salvando un breve reemplazo a cargo de Luis Brandoni. Ahora, en el teatro Tabarís, el mismo elenco se presenta de jueves a domingo, en principio hasta marzo.

Dirigida por el inglés Mick Gordon sobre la puesta londinense de Matthew Warchus, la obra se inicia con un suceso que parecería no exceder lo privado: Sergio (dermatólogo que interpreta Palacios) decide comprarse un cuadro a un precio elevadísimo. El hecho más inesperado es la reacción de su amigo Marcos (el ingeniero a cargo de Mazza) que se siente traicionado porque creía que su amigo era inmune a todo esnobismo. Amante de las formas clásicas, el hombre no comprende los méritos artísticos de esa tela blanca en toda su superficie. Entre ambos, mediador, se ubica el inseguro Iván (Darín), que termina llevando la peor parte. Lo más turbador del incidente es la forma violenta en que se ven enfrentados a reconcentrados sentimientos de intolerancia e inseguridad que venía soportando cada uno con mayor o menos eficacia. El resultado es un minucioso catálogo de los modos en que se pueden dirimir cuestiones de peso entre amigos, centrado en la perspectiva masculina. El juego escénico alterna el diálogo con la expresión del pensamiento interno de los personajes y la exposición al público.

La autora expone en la pieza ideas referidas al arte moderno con un tonito socarrón que se hace oír como melodía de fondo, acompañando las idas y vueltas de la comedia. Esta cuota de sarcasmo es posible porque cada opinión no se expresa en igualdad de condiciones. Aunque esquemáticos y terminantes, los razonamientos del amante de lo clásico resultan más convincentes que los absurdos argumentos que esgrime Sergio, militante de los movimientos de ruptura. Situación que recuerda en alguna medida el debate que originó en 1918 la pintura del ruso Kasimir Malevich, hoy propiedad del Museo de Arte Moderno de Nueva York. El artista había expresado de modo radical la autonomía de la pintura respecto de la naturaleza y sus formas. Pero en Art Sergio asegura que sus amigos tienen problemas ópticos, que el cuadro no es blanco sino que tiene colores, pero ellos no lo advierten. “Sobre el arte moderno difícilmente hay acuerdo”, decía Darín a este diario en ocasión del reestreno en Mar del Plata: “Uno se para frente a la Gioconda, y más allá de la idea que tenga sobre esta pintura y el estado emocional que le provoque, sabe que en ese cuadro hay algo indiscutible. No es así con el arte moderno”.

Darín terminó, hace pocas semanas, de rodar a las órdenes de Pablo Trapero. Pero admite que el éxito de El secreto de sus ojos tiñó su año laboral. El film de Juan José Campanella lo tuvo de viaje en viaje: “Quería acompañar a esta película que logró una repercusión infrecuente y que, en el país, fue un aporte para los que dicen ‘yo, cine argentino, no’”, apunta. Entusiasmado por reunirse con sus compañeros de elenco, Darín afirma seguir “enamorado de esta obra que va camino a convertirse en un clásico”. Luego de más de 1700 funciones, con Art el actor vuelve al teatro, “la zona en la que más cómodo me siento porque es la que más me gusta”. En cuanto a la persistencia de este éxito, cuenta que “fue en España donde se revitalizó el ciclo de Art, dado que se mantuvo en cartel cinco años más”. José Luis Mazza asumió su personaje y “salió al toro”, como se dice en la jerga teatral para referirse al desafío de un reemplazo de emergencia, pero según evaluaron “el conflicto de la pieza se hizo más visceral y áspero”. Y los tres se acomodaron a las nuevas condiciones.

–¿Por qué vuelve Art?

–El público acompañó esta pieza a lo largo de los años por lo que le provoca, desde lo intelectual y desde lo emocional. Eso es lo que delata que sigue viva. Y nosotros nunca nos aburrimos de hacerla. Yo estoy enamorado de esta obra.

–¿A qué se debe su eficacia?

–Tuvo que haber sido escrita en estado de iluminación. Tiene una magia... Seguro que la autora estaba duchándose (risas). A mí me parece que la idea la debe haber parido así. Luego la habrá ido trabajando, claro. Otras obras suyas no tienen ese poder de atracción. Esta es incisiva. Habla de sociedades alternativas, de alianzas, de complicidades, combinaciones. Y de traiciones. Tiene un gran nivel de observación. Está escrita por una pluma femenina y sin embargo retrata las fobias y neurosis de tres tipos de un modo muy creíble.

–¿No hubo cambios en el texto?

–No hace falta cambiarle nada. Me llama la atención la utilización del lenguaje que tiene, porque recaptura términos que todos conocemos aunque no utilizamos en forma cotidiana. La obra es un muestrario de términos usados en discursos específicos. Y que no-sotros entendemos bien, aunque estemos intoxicados con Internet y los msm...

–Usted habló de un costado intelectual y otro emocional...

–Sí. Que la obra fuera elitista o muy intelectual era el miedo que teníamos allá, cuando la estrenamos. Porque no deja de ser una obra que transcurre sobre una discusión. No sabíamos definir si era elitista, intelectual o popular y resulta que es eso todo junto. Tiene la capacidad de ser profunda sin ser solemne.

–¿No cree que también habla del arte contemporáneo?

–Habla de arte moderno pero para mofarse del chamuyo que hay alrededor de este tema. Hace foco ahí pero más para referirse a la relación de estos tres amigos. Muchas veces hay varios temas dando vueltas. En XXY todos dijeron que había un cuestionamiento acerca de la sexualidad cuando, al menos para mí, se estaba hablando de la libertad de elección.

–¿Es una obra sobre la intolerancia?

–Toda generalización es injusta, pero la intolerancia se asocia con el machismo, porque es un rasgo que tiene que ver con la necesidad de autoimponerse a otros por la fuerza. La obra pone en escena una crisis entre tres amigos. Y muestra la lucha por ver quién ejerce la hegemonía. No hemos desarrollado la capacidad de escuchar y comprender al otro.

–Hoy se diría que Art habla sobre la otredad.

–Claro. Y en diez años más se podrá decir otra cosa. Art soporta los ramalazos de las modas conceptuales. Va en camino a ser un clásico. Incluso, desde el punto de vista económico, ya que es tan austera que para hacerla se requieren sólo tres sillas.

–¿Cuál es su visión sobre los tres amigos?

–El espectador alterna en prestarle oídos a uno y a otro personaje. Marcos es el más conservador, el más autoritario; Sergio es el que tiene la mirada más joven, quien defiende su libertad a opinar o hacer lo que quiere sin necesidad de permiso o de opinión. Mi personaje es el más femenino porque tiene las emociones a flor de piel. Logra ir a un terreno donde ninguno de los otros se anima a ir, el del afecto.

–¿Cuál es el resultado de la ruptura del clima amistoso?

–Hay violencia verbal y física. También hay humillación, como muchas veces sucede en los matrimonios, cuando pasan cosas de las que no se sabe cómo volver.

–¿Qué dice Reza sobre la amistad?

–En los personajes se encuentran sedimentadas otras cuestiones que datan de tiempo atrás. Que salen cuando se desata la pelea. Es que la parte intelectual de una persona propone un análisis sobre las relaciones de grupo, y la parte animal, en cambio, sólo lucha por someterlo al otro. La obra los empuja a un punto de crisis y los deja, a ver hasta dónde llegan. Pero se permite el descargo: alguien enrostra algo a alguien pero no se va sino que le da la oportunidad de ver qué es lo que contesta el otro. Y al espectador le ofrece ese juego de ida y vuelta donde no puede decidir quién tiene la razón.

–¿Nunca pensaron en intercambiar los personajes?

–Sí, lo pensamos, pero hay algunos detalles de alguno de nosotros que no se ajustan al perfil de todos. Igual, siempre hay algo nuevo para descubrir aunque uno venga haciendo un personaje durante mucho tiempo.

–¿Hizo algún descubrimiento sobre el suyo?

–Me acuerdo de que en la función número 211 (eso fue más o menos hacia fines del primer año) escuché, como si nunca lo hubiera hecho antes, la definición que hacía un personaje del temperamento del mío. Y ahí me di cuenta de que lo estaba haciendo mal. Me dio vergüenza. De él decían que era incapaz de defenderse y yo le estaba poniendo demasiada energía. A partir de ahí empecé a restarle solidez.

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“El público la acompañó a lo largo de los años por lo que le provoca, desde lo intelectual y emocional: eso delata que sigue viva.”
Imagen: Leandro Teysseire
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