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Lunes, 18 de enero de 2010

TEATRO › GABRIEL ROLóN Y SUS CHARLAS DE DIVáN EN MAR DEL PLATA

“Tenemos ciudades llenas de duelos”

El psicólogo que trabajó durante quince años como partenaire de Dolina habla sobre su “show solista”. Entre planteos sobre la pareja, los jóvenes y la sexualidad, Rolón dice: “Lo que nos define a los argentinos es una sociedad hecha de migrantes que dejaron afectos”.

 Por Facundo García

Desde Mar del Plata

Gabriel Rolón llega al bar agradeciendo “la amabilidad de que lo escuchen a estas horas”. Acaba de saludar a los admiradores que lo esperaban en la puerta del teatro, y a pesar de que son cerca de las dos de la mañana está dispuesto a seguir trabajando con palabras. Se ubica en una mesa oculta, como buscando en ese rincón la tranquilidad que le permita comprometerse con la conversación. Luego se lanza a hilvanar ideas sobre las vacaciones, la amistad con Alejandro Dolina (ver recuadro); y el ciclo de Charlas de diván que está presentando los lunes y martes a las 23 en el teatro Güemes (Güemes 2955). El famoso psicólogo tiene adeptos y detractores; lo irrefutable, en cualquier caso, es que estudia cada pregunta con actitud calma y reflexiva. La actitud de quien está acostumbrado a pensar.

Y es evidente que piensa, además, sin límite de horario. Cuando se levanta temprano para atender pacientes y cuando va al teatro por la noche; cuando conversa con amigos y cuando escribe: “Pero es la casualidad lo que me llevó a ser medio nocturno. Si fuera por mí, me levantaría bien temprano”, admite el hombre que pasó quince años como partenaire de Dolina. “Laburar con él me modificó bastante. ¡Entre otras cosas, porque me acostaba todos los días a las tres de la mañana!”, agrega. Gracias a su participación en La venganza será terrible, Rolón ya era conocido cuando decidió hacer su propio camino, en una apuesta que fue mucho más que un cambio laboral.

–Igual debe haber sido difícil salirse de “La venganza...”

–Es que me estaba costando seguir con esos horarios. De otro modo me hubiera quedado a vivir al lado de Alejandro. En ese sentido yo no terminé de salirme, porque hago permanente referencia a su obra, a su música, a él en general. Y creo que él tampoco terminó de separarse, porque me nombra mucho en su programa. O sea que estamos juntos afectivamente y también en el imaginario del público, que viene y me pregunta: “Che, ¿cuándo volvés?”. El tiene un camino bien demarcado y eso está buenísimo. Por mi parte, sentí que era hora de intentar una senda propia, porque había algunas zonas mías que entraban en su programa y otras que no.

–¿Y le salió bien el cambiazo?

–Eso intento. Lo valorable es seguir peleando por los sueños que uno tiene.

Los que lo van a ver le plantean interrogantes sobre la pareja, los jóvenes, la sexualidad y la vocación. El no se amilana, y el ida y vuelta redunda en una experiencia entretenida. No sólo por lo que el licenciado comenta sirviéndose de las habilidades narrativas que ha sabido ir cultivando, sino por el fenómeno que se registra debajo del escenario, donde los espectadores intercambian pareceres a través de un cuchicheo permanente que se mantiene a media voz.

–En las reuniones se escucha cómo las madres y los padres reaccionan ante aquello que usted describe. Las parejas sueltan expresiones como “!Sí! ¡Eso es lo que le pasa a nuestro pibe!”, y lo escuchan con gran atención. ¿Cree que la llegada de las vacaciones estimula estos diálogos familiares?

–Depende. El problema de las vacaciones es que se generan demasiadas expectativas que por lo general terminan no cumpliéndose. Entonces cuando uno se da cuenta de que no va a cumplir con todo lo que había planificado, empieza a sentir frustración. Por lo tanto, hay que moderar las expectativas. Por otro lado, las vacaciones implican una ruptura con la dinámica habitual que necesita un tiempo para reacomodarse. Generalmente no se permite que exista esa etapa de adaptación, y escuchamos la famosa frasecita: “Uy, justo ahora que nos íbamos relajando se nos acabaron los días”. Así que es importante no exigirse. Por último, hay miembros de la familia a los que a veces no se da lugar en las vacaciones. Veo demasiadas vacaciones que son sólo de los chicos, y no de las madres ni de las parejas, que terminan trabajando más que en casa.

–En las vacaciones, ¿la gente le propone temas diferentes de los de otras épocas del año?

–Sí. Uno de los detalles que llaman la atención es cómo aumentan las preguntas sobre infidelidad. Hay más libertad y más permisos; pero también más inquietud. Aparte, el hecho de estar en la costa te da grupos más variados, con representantes de todas las provincias. Y eso es importante, porque yo he andado bastante por el interior y te aseguro que la pertenencia a un lugar da la pauta de las preocupaciones dominantes. Los que viven en una localidad pequeña y sin universidades cercanas, por ejemplo, suelen hacer consultas acerca de qué hacer con los adolescentes, y se sienten preocupados por lo que pueda llegar a sucederles si se van a estudiar lejos.

–Es curioso, porque siempre se dice que éste es “el país del psicoanálisis”, pero basta alejarse media hora por la ruta para descubrir que el eslogan es un mito. Conseguir un psicoanalista a cien kilómetros de cualquier ciudad grande es una odisea. ¿Percibe usted en sus viajes la angustia que genera esa carencia?

–En realidad, el fenómeno del psicoanálisis se circunscribe a las grandes ciudades del país. El derecho a la salud psíquica no es algo que esté repartido con justicia. Habría que distribuir lo que se ganó en Buenos Aires, aquello de que cuando alguien siente que el dolor lo desborda va y averigua cómo puede hacer para contactarse con un profesional. El tema es que si no hay médicos que vayan a las provincias, menos va a haber psicólogos o psicoanalistas.

–Coincide con que “el país del psicoanálisis” es un mito, entonces.

–A medias. Los centros mundiales son Buenos Aires, París y Nueva York. No hay muchos otros polos donde esté difundida nuestra práctica. Lo que nos define es que estamos en una sociedad hecha de migrantes que dejaron afectos. Tanto los que vinieron de Europa como los que pasaron por la migración interna, debieron elaborar el desarraigo de una u otra forma. Entonces lo que tenemos son ciudades llenas de duelos. En un marco como ése, la mejor de las técnicas es el psicoanálisis.

–Hablando de duelos, ¿tiene enemigos?

–No. Hay dos personas por las que siento una fuerte emoción negativa porque lastimaron a mi padre. Lo estafaron emocional y económicamente y creo que de algún modo lo acercaron a la muerte, por eso me cuesta perdonarlas. Exceptuando esa sensación, yo no tengo enemigos. Sí hay sectores que me ven con hostilidad, me critican mucho y hasta me degradan. Pero yo prefiero no perder energía con ellos. Acepto y escucho las críticas cuando vienen de alguien que me merece autoridad. Cuando son “porque sí” ni me gasto.

–Freud era un contador de historias en el mejor sentido de la expresión, y la hora y pico que usted comparte frente al auditorio mantiene ese protagonismo del relato. Sin embargo, seguramente hay otros aspectos del psicoanálisis que no se adaptan al entorno teatral. ¿Cuáles son?

–Es cierto que las historias del psicoanálisis se amoldan muy bien, porque conmueven y sorprenden. Lo que sería inútil querer introducir es el aspecto clínico. Eso lo resalto: no soy un manosanta y de acá nadie va a salir curado de su neurosis. Lo único a lo que se puede aspirar es que los que aceptan el desafío se vayan con un buen momento y si es posible con alguna reflexión. Pero eso también te lo puede generar una obra de teatro.

–¿Puede definirse su propuesta como un “espectáculo”?

–No. Eso me remite a “espectacular”, y yo intento ir hacia otro lado. Fijate que el decorado del escenario que utilizamos siempre ha sido muy sencillo. Recién ahora le añadimos una especie de vitraux...

–Vitraux da un poco iglesia, Rolón. ¿Se viene el Farinello del psicoanálisis?

–(Risas) –¡No, che! A mí me remite a las antiguas casas de familia, donde al dar el sol se iban modificando los colores de adentro. Lo único que buscamos es crear un marco de intimidad, que es tan difícil de lograr en una sala de varias butacas. No tenemos más recurso que la palabra.

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“No soy un manosanta y de acá nadie va a salir curado de su neurosis”, advierte Rolón.
Imagen: Arnaldo Pampillon
 
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