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Sábado, 6 de febrero de 2010

TEATRO › MANUEL IEDVABNI FRENTE AL ESTRENO DE HAMLET

“Esta es la lucha entre el humanismo y la depredación”

El director explica el sentido de su adaptación del clásico de William Shakespeare. “La omnipotencia del poder, que se expresa de muchas maneras, termina pasando a nuestro cuerpo”, señala Iedvabni, quien apela en todo momento a la “contemporaneidad” de la obra.

 Por Facundo Gari

Por Facundo Gari

“Antes de los ’40, yo era un rusito de La Paternal.” Con ribetes de nostalgia recuerda el Manuel Iedvabni de 78 años al de la adolescencia. Su padre lo obligó a elegir entre dos pasiones: el fútbol o el teatro. Por el primero, ya había roto demasiados lentes, le había dado demasiados dolores de cabeza al viejo; por el segundo, las visitas a los departamentos “de laburantes” –en su mayoría familias de inmigrantes– en los que germinó lo que sería el Teatro IFT ya le habían calado hondo. “Mirando obras en esos sitios se me prendió definitivamente que iba a hacer teatro. Y mi familia lo tomó con la preocupación de cualquier obrero: ‘¿Podrá vivir de eso?’. Pero, claro, me apoyó. Aunque yo haría de todos modos lo que me diera la gana”, mete con picardía y los ojos pequeños amplificados por los cristales. Arrancó en la escuela del IFT a los 18 y, cuatro años después, debutó como director en ese mismo espacio independiente con la adaptación de Una gota para el mar, primera pieza de Osvaldo Dragún, uno de los promotores de Teatro Abierto. Con 60 años de carrera profesional, más de 70 puestas en escena de obras de autores vernáculos y extranjeros y la fundación de tres salas (Teatro del Centro, Contemporáneo y Galpón del Sur) a cuestas, el reconocido teatrista estrenará hoy a las 21.15 en el Centro Cultural de la Cooperación (CCC) su adaptación de Hamlet, de William Shakespeare. Versionada junto con Malena Solda y traducida por Ingrid Pelicori, cuenta además con actuaciones de Federico Olivera, Patricia Palmer, Héctor Bidonde, Ana Yovino, Luciano Suardi, Marcelo Savignone, Pablo Razuk, Alfredo Zenobi, Emiliano Dionisi, Marcos Ferrante, Rafael Lavín y Eduardo Narvay.

Tras la puesta de Grande y pequeño, de Botho Strauss, el año pasado también en el CCC, y a la espera del regreso de Un informe sobre la banalidad del amor, de Mario Diament, al Teatro Nacional Cervantes el próximo viernes, Iedvabni ofrece un Hamlet signado por “la lucha entre el humanismo y la depredación”. También, por la “decodificación del lenguaje, las formas de decir y comunicar desde la contemporaneidad argentina”, realizado para acortar las distancias temporales (se trata de un texto de alrededor de 400 años) y espaciales. Aun así, el argumento de la tragedia más famosa de Occidente es el conocido: el príncipe Hamlet es visitado por el fantasma de su padre, que le pide que cobre venganza de muerte sobre Claudio, tío de uno y hermano del otro, ahora coronado rey de Dinamarca y esposo de Gertrudis, madre del personaje central. Hamlet luce subyugado por la exploración de la locura (real y fingida), el dolor, la ira, la traición, el incesto y la corrupción moral. “Hamlet es esencialmente un tipo a quien la circunstancia lo obliga a cargar con la humanidad entera. Y va a morir aplastado en el intento”, define el director en una charla con Página/12.

–En el teatro hay escuelas y formas, pero no reglas en tanto clausura, lo cual iría en contra de la esencia misma del arte. En ese sentido, ¿qué concepto tiene sobre el trabajo de adaptación?

–Parto de la idea de que el actor es argentino y el público también, por lo tanto no tengo la pretensión de hacer teatro inglés. Sí, el escritor es Shakespeare, pero a partir de un momento dado sólo sé que el teatro es contemporaneidad pura, que nace y muere en ese momento. Por lo tanto, le doy a ello la primacía fundamental. A partir de ahí, se decodifica todo lo demás: lenguaje, forma de decir, de comunicar. No es que ignore las reglas antiguas, me doy por enterado de ellas. Si me vienen bien, por algún canal van a aparecer. Pero lo que debe surgir indefectiblemente es el concepto de contemporaneidad.

–¿Y de qué manera aparece en esta versión de Hamlet?

–Junto con Ingrid, trabajamos con la preocupación por lograr que el texto pueda ser dicho con la cotidianidad de cualquiera. Si había alguna poética, debía surgir de no-sotros mismos, de nuestros impulsos, puesto que la condición humana es esencialmente la misma, cambia la coyuntura.

–Pero el shakespeareano no deja de ser un lenguaje complejo...

–Si hubiera quedado atrapado en ese tema, no habría podido avanzar. Entonces, hice lo que me pareció que era el equivalente, lo que nos pareció a mí y a los actores.

–Una de las propuestas de esta adaptación es vislumbrar las “redes con los escenarios sociopolíticos actuales...”.

–Si se me permite el término, preferí trasladar la obra a una especie de “subconsciente social”, sin hacer explicitaciones políticas puntuales. Yo soy, puesto que estoy vivo y existo. Y hay que ver cómo brota de mí el texto shakespeareano. Tuve que resolver ese enigma. Lo hice en la actuación, en improvisaciones y, finalmente, lo haré en lo que el espectador verá. Necesito una actuación viva y eso es lo que me interesa del teatro.

–¿Pero cuáles son las “pulsiones argentinas” que ve en Hamlet? ¿La melancolía? ¿La locura?

–Claro, lo que nos brota. Pero categorizar, cuadricular, cerrar y definir es un trabajo que les dejo a los que estudian semiótica. No es un tema mío, no lo declaro importante. No lo quiero saber, sólo quiero que la obra viva. Si le pregunto (al espectador) qué es lo que está palpitando y me lo dice, yo lo felicito.

–Y si usted fuera el espectador, ¿qué palpitaría?

–Lo esencial es la lucha entre el humanismo y la depredación. La conciencia de la lucha entre estos dos elementos nos signa; explota e implosiona en cada uno de nosotros. La omnipotencia del poder, que se expresa de muchas maneras, termina pasando a nuestro cuerpo. Y si hablo de la violencia del poder, lo hago a nivel universal, de un congreso de sabios reunidos para determinar si se está jodiendo o no la ecología y que llega a la conclusión de que no es para tanto. Con lo cual se crea algo así como un “después de mí, el diluvio”. Esta es la moral de la época, esto es lo que se va constituyendo.

–Ya Shakespeare en el siglo XVI lo veía como una construcción de sentido. En una escena que comparte con Rosencrantz, Hamlet dice que “nada hay bueno ni malo, sino en fuerza de nuestra fantasía”.

–Totalmente. Nosotros usamos que Rosencrantz pregunta qué novedades hay. “El hombre se está volviendo bueno”, le contestan. Y Hamlet responde: “Entonces estamos ante el fin del mundo”. Es el sarcasmo de jóvenes que se revuelcan como buenos amigos en ese momento, diciéndose esas cosas como lo harían tres muchachos cualesquiera.

–Hamlet fue históricamente señalado por la crítica como un héroe o como un loco. ¿Usted cómo lo describe?

–Como un humanista que de pronto se encuentra con que la madre se casó con el tío y que le pasa lo que le pasa.

–¿Qué le pasa? ¿Le cuesta expresar sus sentimientos?

–No, lo que le cuesta es no expresar sentimientos, porque lo hace en demasía. No puede matar fácilmente...

–Pero eso no es explícito en la obra...

–No, pero uno tiene que tomar partido. Si uno quiere hacer de la duda un hipertema, macanudo. Pero no es lo que me interesa. Por más que el tío sea muy malo, no es fácil matar. A él le cuesta mucho, pobrecito. Hace disquisiciones para no matarlo: que lo agarra rezando y entonces lo manda al cielo.

–La crítica señaló siempre el conflicto edípico del personaje. ¿Por trasladar la percepción que tiene de su madre tras casarse con Claudio hacia Ofelia, deviene además en una persona machista?

–Yo no creo que seamos de una sola manera, sino simultáneamente de muchas. Hamlet vive apasionada e intensamente su romance con Ofelia, pero se da cuenta de que no puede acceder por diversas razones a una “vida normal”, que no hay espacio para ello en un mundo tan agitado y tramposo. Por lo tanto, termina enrollado en sus propias trampas, en sus dolores y angustias existenciales.

–En sus obras suele abordar el tema de la “existencia humana”.

–Por supuesto, porque no hay nada más importante. Después de haber atravesado diversas etapas, se me fue sumando el marxismo original, con lo sartreano y finalmente con lo heideggeriano, que estuvo antes. Eso se trasluce en mi Un informe sobre la banalidad del amor. El tema del hombre, la llamada angustia existencial, sumada a las formas de producción puntuales, según las maneras de analizar el desarrollo económico. Esta mezcla entre las estructuras socioeconómicas y las diversas formas en las que el ser humano tiene que resolver su conflicto.

–Se sabe de su admiración por el teatro alemán, en particular por Bertolt Brecht. ¿Nota en Shakespeare elementos de ese teatro?

–Para mi espectáculo, sí. Pero ya me cuesta mucho definir. Si tuviera la capacidad metodológica de decir qué es lo que me quedó de Brecht sería fantástico, pero no es así. Entonces, me remito a decir que lo que quedó es ese gusto por un espectador inteligente, apelar al conocimiento, al intercambio de experiencia, al deseo de un actor activo y provocador en el espectador de un diálogo permanente.

–¿Y completa la fórmula con una estética surrealista?

–Pienso que sí. En cierta forma, el surrealismo está vinculado con la locura, porque uno se permite lo que no se puede permitir socialmente. Para la gente que hace cualquier arte, éste es el pan diario, forma parte del caos y del salto al vacío. Por otra parte, al trabajar en espacios abiertos, que no atrapan como en una escenografía cerrada, se induce a que el inconsciente o el subconsciente del actor se despliegue. Y llevo esta cosa aparentemente caótica a la máxima expresión. Trabajo con el delirio del actor: se dice todos los días el mismo texto, pero todos los días tiene una respiración distinta. Y estimulo ese momento que Konstantin Sergéyevich Stanislavski marcaba en la función como punto justo entre la intuición y el sentimiento.

* Las funciones de Hamlet se realizarán viernes y sábados a las 21.15 y los domingos a las 20 en la sala Solidaridad del CCC, Av. Corrientes 1543, con localidades a 50 pesos.

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“La condición humana es esencialmente la misma, cambia la coyuntura”, señala Iedvabni.
 
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