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Lunes, 15 de marzo de 2010

TEATRO › EL TIEMPO TODO ENTERO, LA NUEVA OBRA DE ROMINA PAULA

Inquietante mirada sobre un clásico

El espectáculo montado en Espacio Callejón es una versión libre de El zoo de cristal, de Tennesee Williams. Con el foco puesto en un extraño ambiente familiar, la dramaturga y directora consolida su capacidad para elaborar tramas intrigantes con puestas cuidadas y minimalistas.

 Por Carolina Prieto

Desde que irrumpió en la escena como dramaturga y directora con Si te sigo, muero, inspirada en poemas de Héctor Viel Temperley, Romina Paula (1979, Buenos Aires, egresada de la carrera de Dramaturgia de la EMAD) despierta un interés creciente. Su ópera prima desplegó un puñado de personajes extraños y devastados, inmersos en el tedio y el calor de un verano en algún espacio rural. Más que en las acciones, el énfasis estaba puesto en los climas y los estados de ánimo que permeaban todo y perturbaban al espectador. A este trabajo de 2005 le siguió, dos años más tarde, Algo de ruido hace, con ecos del cuento La intrusa, de Borges. El espectáculo conmovió a público y crítica, se convirtió en un verdadero hit del teatro independiente con dos temporadas a sala llena, funciones en el interior, en España y en Brasil. Con un elenco joven y talentoso (la exquisita Pilar Gamboa y los enigmáticos Esteban Bigliardi y Esteban Lamothe), Paula pergeñó un trabajo casi de cámara, de tiempos lentos, donde parece que no pasa nada, pero en el que una tensión cada vez más fuerte domina el ambiente y convierte al espectador en un testigo que no se quiere perder ningún detalle. ¿La anécdota? Una chica desinhibida visita después de mucho tiempo a sus primos, dos hermanos tan extraños como silenciosos, que comparten códigos desconcertantes. Ella desata impulsos, reaviva rencores y potencia una atmósfera tirante donde todo puede estallar. La joven directora consolidó así su habilidad para elaborar tramas intrigantes con puestas minimalistas y cuidadas al extremo. Escenografías despojadas pero sugestivas, luces sutiles, actuaciones contundentes y de una gran economía de recursos; gotas de humor que distienden, dosis de violencia y perversión.

Ganadora del Premio “S” (otorgado anualmente por un anónimo a las nuevas figuras del teatro local), Paula pudo producir El tiempo todo entero, basada en El zoo de cristal, de Tennesee Williams, y acaba de estrenarla en el Espacio Callejón (Humahuaca 3759, miércoles a las 21). Una vez más, la directora –que también es actriz y publicó las novelas ¿Vos me querés a mí? y Agosto) volvió a centrarse en un ambiente familiar con pocas conexiones con el exterior. El mismo trío de actores más Susana Pampín (siempre sólida y de un humor que coquetea con el absurdo), inmersos en un espacio que remite a un ámbito doméstico con unos pocos muebles dispuestos a distancia, una estructura metálica que delimita ese living, apenas salpicado por detalles infantiles (un títere cual rana René, muchos objetos en miniatura) y otros más tenebrosos (dos calaveras), que acaso den algunas pistas de los caminos que tomará la obra. Madre (Pampín), hijo (Bigliardi, sumergido en la lectura y ensimismado como un zombi), la hija Antonia (Gamboa, que empuja los límites y prefiere la vida hogareña al estudio, el trabajo, los viajes cortos y la vida social) en un clima de tiempos lentos, alterado de a ratos por alguna canción o reacción intempestiva, pero en el que los ríos subterráneos de las relaciones anuncian tormentas.

La madre insiste en que la hija abandone la soltería al punto de volverse insoportable, el hijo no se anima a anunciar su partida a España por temor a dejar a la hermana sola, y ésta defiende a ultranza su mundo solitario y ultra reflexivo. Piensa mucho, cuestiona permanentemente el sentido común, y su inteligencia la aísla hasta que llega un compañero de trabajo del hermano. Con este chico torpe, vacilante, lineal (una muy lograda composición de Lamothe) dialoga sobre cuestiones tan poco llanas como qué es la normalidad, el tiempo libre, qué decidimos hacer con él. Los cruces son graciosos, punzantes. Y a pesar de las diferencias, los opuestos se atraen. La escena se convierte en una zona siempre viva: no hay apagones, todo es continuo y cuando los personajes salen, suelen sentarse en una silla ubicada fuera de la estructura. Casi como un ring en el que se cuecen luchas dolorosas y en donde, también, hay afecto. Personajes extraños, pero a la vez movidos por necesidades cotidianas. El temor de una madre de que su hija se quede sola, el deseo del hermano de hacer su vida y la culpa concomitante, la mezcla de emociones opuestas de Antonia.

Paula y equipo crearon un mundo propio, en el que el drama de Williams está latente como un telón de fondo. El texto es otro, los personajes no son idénticos, pero las tensiones persisten y se revisten de particularidades y de un humor que aliviana muchísimo. En este micro-universo suenan canciones románticas, sobrevuela el espíritu de Frida Kahlo, pululan reflexiones sobre asesinatos pasionales, y predomina un look entre demodé y ridículo. Cada actor tiñe a su criatura de un color y una energía propios, y compone un personaje tan extraño como conmovedor. El de Gamboa lleva el mayor peso, es el centro que se conecta con los demás y la actriz sale airosa. Maneja intensidad, recursos bien dosificados y una emoción que conmueve hasta al más duro. ¿El resultado? Una puesta en escena de gran artificialidad, detallista y orgánica que se vuelve poderosamente verosímil, y hace que ninguna de las extravagancias que en ella ocurren resulten un capricho.

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La pieza de Romina Paula transcurre en un ambiente doméstico, con pocas conexiones con el exterior.
 
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