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Martes, 20 de abril de 2010

TEATRO › BUENOS AIRES SE CONVIRTIó EN DESTINO TURíSTICO PARA LOS AMANTES DEL MUSICAL

Entre el glamour y la austeridad

La continua propuesta de la cartelera porteña, donde hay desde megaproducciones hasta ejemplos de la Nueva Escuela de Broadway, confirma a la ciudad como polo de atracción para el género.

 Por Alina Mazzaferro

La cartelera teatral porteña siempre fue abultada, pero en la última década llama la atención la multiplicación de piezas pertenecientes a un género en algún momento desprestigiado: el musical, nacional o extranjero, que viene conquistando no sólo la calle Corrientes, sino también algunos teatros del circuito off. ¿Es que Buenos Aires se está convirtiendo en el nuevo destino turístico para los amantes del musical, una versión latinoamericana de Nueva York o Londres? Quienes están inmiscuidos en el negocio dicen que sí, que la capital argentina ya compite con México en esa materia. Así, en los últimos años finalmente han aterrizado muy cerca del Obelisco algunos hitos del género, desde Chicago hasta Cabaret, pasando por El fantasma de la Opera, Sweet Charity, El joven Frankenstein, Los productores, Los miserables, Hairspray, Grease, Fiebre de sábado por la noche, Aplausos, Víctor Victoria, El violinista en el tejado y algunas otras megaproducciones. Pero no sólo llaman la atención las grandes inversiones millonarias; también lo hacen dos fenómenos paralelos: por un lado, el intento –tantas veces fallido– de algunos productores locales de crear musicales originales a imagen y semejanza de los foráneos. Y por el otro, algo aún más reciente: cada vez son más las pequeñas producciones porteñas que invierten su capital en traer musicales chicos, muchas veces del circuito off Broadway. Se trata de piezas de bajo presupuesto y pocos actores en escena, un estilo de musical cuyo valor no radica en el gran despliegue escenotécnico y que es cada vez más común en la meca de los musicales, donde se lo conoce como la Nueva Escuela de Broadway.

Así, quienes vayan a ver Los últimos cinco años, la pieza del off neoyorquino que acaba de estrenarse en Buenos Aires, descubrirán un tipo de musical intimista que poco tiene que ver con la compleja maquinaria, perfecta y mágica, de La bella y la bestia, que desembarcó por segunda vez en el país luego de doce años. Tampoco Despertar de primavera –la juvenil y recién estrenada versión nacional de Spring Awakening– se alinea con ninguna de estas dos vertientes del género. Y menos aún algunas propuestas originales que pretenden apostar por el musical nacional emulando el gran show americano pero desestimando la complejidad de los guiones, como el intento de Nicolás Pérez Costa, discípulo de Cibrián, en Desilusiones, de putas y payasos, que puso a una veintena de jóvenes ilusionados a hacer malabares sobre una trama a la que aún le faltaba mucho hilado.

Quienes apuestan e invierten en el género no provienen de un universo homogéneo. Más bien, el musical no tiene tintes grises y las aguas están bien divididas desde el principio: o se trata de obras de bajo presupuesto que generalmente financian grupos de productores-artistas jóvenes o se trata de megaproducciones que necesitan de inversiones millonarias. Para estos últimos casos, existen ciertas empresas, a veces con presencia en varios países, que se ocupan de este trabajo: en la Argentina, la mexicana CIE, responsable de muchos de los grandes musicales que por aquí pasaron, decidió vender en 2007 su división de eventos (que incluía el Teatro Opera, las empresas Ticketeck y Ticketmaster y la organización de festivales como Creamfields, Southfest, el Quilmes Rock y otros shows musicales). Todo eso quedó en manos de Time For Fun (T4F), con sede central en Brasil y presencia en la Argentina y Chile. La empresa fue la responsable de traer recientemente El fantasma de la Opera y Cabaret, y ahora tiene en cartel La bella y la bestia y, próximamente, estrenará Quidam, otro espectáculo del Cirque du Soleil. Claro que T4F tiene sus competidores locales: DG, de Daniel Grinbank (Frankie & Johnny, Sweet Charity, Chicago), Romay Producciones (Víctor Victoria, Mi bella dama, El violinista en el tejado, Fiebre de sábado por la noche), Pablo Kompel y el Grupo La Plaza (El joven Frankenstein, Los productores, Hairspray) y ahora también Cris Morena, que ha decidido apostar por un musical foráneo, comprando los derechos de Despertar de primavera.

Entre clásicos

La primera incógnita de este negocio que constituyen los musicales es: ¿son realmente rentables estas megaproducciones millonarias en Argentina? Ezequiel Frascarelli, gerente de marketing de T4F, aclara el panorama: “En la Argentina devaluada el cambio no es favorable, entonces el margen de ganancias es menor. De todos modos, el proyecto es rentable si montamos una buena estrategia de comunicación y si hacemos alianzas con empresas que funcionan como sponsors. Además, necesitamos que la obra se mantenga en cartel durante seis meses para recuperar la inversión”, asegura. Por eso, compañías como ésta apuestan a los clásicos del género, aquellos cuyos nombres suenan conocidos y que asombran con sus cifras: La bella y la bestia, por ejemplo, fue vista por 34 millones de espectadores, 200 mil de los cuales fueron argentinos que la vieron en 1998 en Buenos Aires. Además, fue una de las obras con más permanencia en Broadway, recibió nueve nominaciones a los Tony y toda su magnificencia se traduce en números: 200 cambios de vestuario, 300 pares de zapatos, 250 pelucas de cabello natural y 32 cambios de escenografía.

“La elección de traer La bella... por segunda vez tiene que ver, en primer lugar, con que hubo un recambio generacional: la gente que la vio la primera vez tal vez ya tenga hijos y quiera volver a verla. Pero también tiene que ver con una estrategia a largo plazo de la empresa: queremos tener un musical constantemente en Buenos Aires, del nivel de Broadway o Londres –explica Frascarelli–. Si nos comparamos con México, allá el negocio es mayor porque la población es más grande, pero en niveles porcentuales estamos a la par. Nuestro objetivo es continuar trayendo novedades dentro de los clásicos, como La novicia rebelde o Mamma Mia!.” Claro que las negociaciones para ello no son sencillas: las empresas foráneas son muy estrictas y no venden sus derechos sin ton ni son. Musicales como La bella... no sólo evalúan la capacidad y trayectoria de los productores locales, sino también envían el vestuario, la escenografía y hasta los directores, coreógrafos y técnicos para asegurarse de que el montaje sea exactamente idéntico al original. La bella... es una pieza de relojería: la obra se prepara en ocho meses, de los cuales cinco se dedican a las audiciones y tres a ensayar y acondicionar el teatro. El desafío es aún mayor si se tiene en cuenta que La bella... no sólo se ocupó del escenario, sino de todo el teatro, incluyendo la fachada del antiguo Opera: “Hicimos una alianza con Citibank –cuenta Frascarelli–; ellos invirtieron para revivir el teatro, respetando la arquitectura art déco original”.

La nueva escuela

“Hace unos años que Broadway está sacando musicales más chicos, con menos cantidad de actores, más parecidos a una obra de texto, pues se centran más en los conflictos y la profundidad de los personajes y sus relaciones y menos en el despliegue o el show. Desde que Estados Unidos está pasando por una crisis económica, aparecieron una gran cantidad de musicales con menos presupuesto. El año pasado, God of carnaje ganó varios premios Tony, incluyendo el de Mejor Musical: es la primera vez que Broadway le da tanta bolilla a una obra tan chica.” Así explica Juan Alvarez Prado el fenómeno al que se ha denominado “la Nueva Escuela de Broadway”. Prado, un joven formado en Estados Unidos que ahora tiene una pequeña escuela de comedia musical en Buenos Aires, es el director y miembro de la producción de la versión local de Los últimos cinco años, creación de un joven escritor y compositor norteamericano llamado Jason Robert Brown y ejemplar de la Nueva Escuela. Los últimos... es una pieza intimista, una historia de amor contada por dos personajes –un novelista y una actriz que fueron pareja–- desde puntos de vista inversos: uno narra los hechos cronológicamente y el otro lo hace retrospectivamente, encontrándose solamente en un único punto, intermedio, del relato. Varios instrumentos de cuerda y un piano acompañan a estos monólogos cantados.

Lo interesante de esta producción es que está interpretada por los dos actores que recientemente tuvieron a su cargo la potente versión porteña de Hedwig and the Angry Inch: Germán Tripel y Melania Lenoir. Ese musical, también de bajo presupuesto, demostró que dos cantantes y un banda en escena pueden ser más efectivos que millones de dólares invertidos en un despliegue efectista. Una cantante travesti con delirios de fama, iracunda, provocadora, cautivante, melancólica o degenerada, se llevó por delante el mundo y el escenario e hizo pasar a sus espectadores de las risas a las lágrimas. Debajo de esas polleras estaba, aunque irreconocible, Tripel, ese popstar bonito, en su más impecable performance desde que decidió embarcarse en la actuación cuando lo convocaron, hace dos años, para ser el chico con HIV de Rent.

Negocio teen

Entre los clásicos despampanantes de tres horas de duración y las obras cortas de bajo presupuesto hay otro tipo de musical, que responde a una clasificación diferente: la ópera rock, que puede seguir los lineamientos del musical tradicional o de la Nueva Escuela, pero lo hace con melodías rockeras, puestas irreverentes y, muchas veces, con bandas en escena. Muchas de ellas se han animado a hablar de temas candentes para la juventud: sexo, sida, homosexualidad. “Sorprende la cantidad de fans que tienen los musicales –apunta el gerente de T4F–. Hay muchos jóvenes de entre 15 y 25 años que los siguen, una franja que hace unos años no era tenida en cuenta en el mercado de espectáculos teatrales.” Quien sin duda vio el negocio hace tiempo fue Cris Morena y, esta vez, decidió invertir en Despertar de primavera, de Steven Sater, cuya música, de Duncan Sheik, recibió tres premios Tony y un Grammy. Sin embargo, su director, Ariel del Mastro, afirma que no se trata de “un show de teens ni un family show; es una historia profunda, en la que hay un aborto, un suicidio, padres que les pegan a sus hijos”. Aun así, la versión local parece más light que la original. “Allá los actores tenían entre 25 y 27 años y nosotros decidimos que los chicos fueran cinco años menores que aquellos, para que la problemática de la obra les fuera más cercana”, explica Del Mastro. La decisión de llenar el escenario de adolescentes –a pesar de que muchos están muy bien en su rol, especialmente Florencia Otero– le dio a la obra una imagen todavía más juvenil, que poca identificación produce en el espectador adulto. Por otro lado, el guión tiene sus falencias: Despertar... cuenta la historia de un grupo de jóvenes en la Alemania del siglo XIX, sojuzgados por una sociedad que les impide explorar o simplemente pronunciar su sexualidad. Pero si otras obras que hablaban de la infancia y la juventud –desde La novicia rebelde hasta Billy Elliot, o la misma Rent– enmarcaban la problemática dentro de un contexto político y social que le otorgaba densidad, Despertar... parecería obnubilarse y obstinarse con la prohibición de la primera vez. Lo poco del espíritu romántico del joven Werther que se cuela ella enseguida se desvanece cuando los rebeldes teenagers con trenzas se embarcan en una protesta pop contra un mundo adulto estereotipado.

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La bella y la bestia volvió a la cartelera porteña diez años después de su estreno.
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