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Lunes, 12 de julio de 2010

TEATRO › EL BULULú, DE JOSé MARíA VILCHES, EN EL CERVANTES

Un encuentro con fantasmas reales

Dirigido por Mauricio Dayub, el actor Osqui Guzmán da cuenta de su atracción por textos de autores del Siglo de Oro español, al tiempo que rescata episodios de su niñez, en los que tomó conciencia de su ascendencia boliviana. Una interpretación sentida y visceral.

 Por Hilda Cabrera

El actor no parece haber acallado aún las emociones que lo llevaron a relacionar experiencias personales con el impacto que años atrás le produjo lo grabado en un casete por el actor y director español José María Vilches. Lo maravilló el arte que ese artista desplegaba en El Bululú. Su admiración lo confundía, y por razones que no eran nuevas. Lo remontaba a los años de su festiva atracción por los textos de los autores del Siglo de Oro español, y a los de su niñez, en los que tomó conciencia de su ascendencia boliviana. Y con un agregado, pues aquella Edad Dorada de la cultura española le recordaba a ese otro oro que en el siglo XVI los españoles extrajeron de las minas de Potosí, llevándolo a Europa. Con ese bagaje, Osqui Guzmán enlazó ficciones y realidades hasta lograr esta versión de El Bululú, que es también homenaje a la memoria de Vilches, quien falleció el 16 de octubre de 1984 en un accidente de auto, estando de gira por la provincia de Buenos Aires. Se trata de un rescate de las poesías y los entremeses que el actor español transmitió en su momento, renovando el imaginario sobre “el comediante de la legua”; el “bululú” caminante que componía personajes bien diferenciados, confiando en que el ocasional espectador “lo perdonara si algo salía mal”.

Intentando vestir ese mundo de Vilches con ropaje propio, e incorporando a sus ancestros, Guzmán aporta calor y sentimiento a la impresión que le dejó el descubrimiento de El Bululú. Trae recuerdos de su infancia y adolescencia, unidos al sonido de la máquina de coser de sus padres, y a la lectura de textos y poemas de autores cercanos, como el granadino Federico García Lorca. El recitado de Prendimiento de Antoñito el Camborio y Romance de la luna, luna conforman un clima de “pena negra” que el actor colorea con elementos de la cultura boliviana, golpeando el parche a ritmo de baguala. Esos lazos, tan sentidos, le siguen generando “confusiones”, y lo explicita: La conquista española trajo enfrentamientos, y muy duros, “confusamente encontrados en mí”, dice, en tanto rescata de modo poético el sentimiento de pertenencia al pueblo de sus padres.

Estos señalamientos, dosificados en esta versión, realizada en forma conjunta con Leticia González de Lellis, no significan dejarle terreno libre a la melancolía. Guzmán la equilibra a través de acotaciones chispeantes y con el distanciamiento que caracteriza al espectáculo del bululú. Con una interesante formación actoral, especialista en improvisaciones y creación de climas, ofrece un teatro visceral, donde, a solas con el público, emplea todo tipo de recursos para poblar la escena de “fantasmas reales”. Situación que lo obliga a mantenerse alerta e imaginar entradas y salidas vigorosas, amparado por un biombo en escena. En este ejercicio de volcar su memoria emocional a la recreación de personajes, demuestra el gusto por aquellos textos que lo marcaron y por el andar en la ciudad como un bululú urbano que “a veces no se siente bien, pero qué importa”. En la interpretación de alguna secuencia referida a la mujer fea, o en otra que reúne al alguacil, la charlatana y el perseguido (beneficiado momentáneamente por aquello de que “la necesidad carece de leyes”), demuestra versatilidad para la composición veloz y destreza para conjugar elementos propios del mimodrama y el circo.

Este no es el bululú, “trovador ambulante que anda solo y hace de todo”, sino un actor que –habiendo egresado hace tiempo del Conservatorio de Arte Dramático, “cuando se hacía teatro argentino: Shakespeare, Molière, Arthur Miller y ningún sudamericano”– es apoyado por un importante equipo artístico y técnico, donde Graciela Galán se ocupa de la escenografía e iluminación; el coreógrafo Pablo Rotemberg del movimiento escénico, y Mauricio Dayub es el artífice de una dirección que se proyecta con vitalidad. Expresando anhelos en los cuales los espectadores se reconocen con simpatía, transforma en cómicas las escenas de pérdida: el insecto que aletea en la mano del mimo Guzmán (rutina que recuerda el mimodrama La mariposa, de Marcel Marceau) debe ser eliminado o desaparecer digerido por el actor.

Cuando se refiere a la existencia del oro boliviano y a la adhesión de los bolivianos a la cultura del trabajo condensa otros tributos a sus padres y episodios que no olvida: “Mi padre me vio hacer estos versos en el Conservatorio. Lo recuerdo aplaudiendo y llorando”, cuenta el actor, metido en ese mundo a un tiempo real y ficcional del teatro, donde caben la representación y el público, y donde, también él, como un bululú viajero, pide que no le regateen aplausos.

8-EL BULULU

de José María Vilches (1936-1984)

Intérprete: Osqui Guzmán

Versión: Osqui Guzmán y Leticia González de Lellis

Escenografía e iluminación: Graciela Galán

Vestuario: Gabriela Aurora Fernández

Música: Javier López Del Carril

Diseño de movimiento: Pablo Rotemberg

Asistencia de dirección: Leticia González de Lellis

Producción del TNC: Lucero Margulis

Dirección: Mauricio Dayub

Lugar: Sala Luisa Vehil del Teatro Nacional Cervantes, Libertad 815

Funciones: viernes y sábados a las 19,

y domingos a las 18:30. Localidades: 30 pesos.

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Osqui Guzmán se luce en esta versión que también funciona como homenaje a la memoria de Vilches.
 
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