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Martes, 19 de octubre de 2010

TEATRO › SANTIAGO LOZA Y LISANDRO RODRíGUEZ HABLAN DE ELEFANTE CLUB DE TEATRO

Cuando la sala es parte del espectáculo

El dramaturgo y cineasta y el actor y director son dos de los cuatro artífices de la usina creativa que funciona en una ex ferretería de Soler al 3900. “Acá jugamos de locales y algo del pulso del lugar se traslada a las obras”, aseguran.

 Por Carolina Prieto

Buena música, luz baja, vino, café, algunos sillones. Una pequeña antesala con muebles viejos, estantes con discos de vinilo, libros y objetos kitsch. Todo tipo de elefantes descansan sobre una repisa: diminutos, medianos y grandes. Así luce Elefante Club de Teatro, un espacio cálido que cuatro amigos teatreros abrieron hace dos años y que en poco tiempo se convirtió en uno de los espacios más concurridos del off, donde se recibe al espectador como a un amigo que viene de visita. Esta ex ferretería devenida sala teatral es el laboratorio de una dupla creadora de obras intimistas que suceden a centímetros de distancia de la platea (apenas una treintena de sillas por función), suerte de micromundos potentes que estallan frente a las narices del público. Sus artífices son Santiago Loza, dramaturgo y cineasta, y Lisandro Rodríguez, actor, autor y director. Juntos estrenaron Sencilla, escrita a dúo, Asco y La vida terrenal, ambas firmadas por Loza y todas con dirección de Rodríguez. Son tres piezas cargadas de matices, con personajes desolados y más o menos desesperados y un clima de extrañamiento en el que el mundo cotidiano se revela tan dolorosamente reconocible como alterado.

Se conocieron estudiando Dramaturgia en la Escuela Municipal de Arte Dramático y al poco tiempo surgieron las ganas de concretar proyectos juntos. Así fue como hace dos años, y junto a los actores José Escobar y Mariano Villamarin, alquilaron el local ubicado en Soler al 3900, que funciona como una usina de creación. Imaginan, escriben, ensayan, prueban y pulen las puestas sin necesidad de tener que salir a buscar sala ni depender de decisiones y ritmos ajenos. En Sencilla, dos empleadas domésticas se encuentran en la soledad nocturna de una plaza. Los actores son hombres y sus criaturas, aunque disímiles, comparten un mismo vacío interior. Una es dulce, introvertida, ingenua; la otra, enrevesada, manipuladora y expansiva; las dos, solas por igual. Todo transcurre detrás de una reja con aires de cárcel, en la quietud y el silencio de una noche en la que ellas intentan salir del aislamiento sin lograrlo. Los mecanismos que una de ellas utiliza para boicotear la comunicación son demoledores. En Asco, un portero comparte la noche en vela con un vecino insomne que baja al hall para no estar solo y matar las horas. Casi no pronuncia palabras, todo lo dice el encargado, magistralmente interpretado por Mucio Mancini, que vomita su mundo interno, grotesco y feroz. Es un trabajador sometido al desierto de las noches y a la actividad frenética de su cabeza, que no para un minuto. Por eso, la presencia del otro es la excusa para que largue todo, sin filtros: deseos, enfermedades, pensamientos, fantasías sexuales. Lo que se le cruza por la cabeza lo pone en palabras y lo pasa por su cuerpo. En La vida terrenal, una joven dice pertenecer a otro mundo, se distancia de los humanos y cuenta ciertos momentos de su vida en este planeta: la relación con su madre, con su propio cuerpo, con los demás.

–¿La soledad es el hilo que conecta los tres trabajos?

Santiago Loza: –Recorre los tres materiales, pero aparece de distintas formas. Sobre todo en Sencilla y Asco, donde está la necesidad de la compañía, de acompañarse como sea. Igualmente, la primera tiene mucho más humor, mientras que en Asco los personajes están unidos en la desesperación. El vecino y el portero son dos caras distintas de lo mismo. Es una obra entregada a su tragedia, a su oscuridad, a cómo salen los dos tipos de ese pozo en el que están esa noche. En ese sentido, puede ser perturbadora. La obra toma ciertos elementos de la masculinidad y de cierto fascismo ramplón que me resultan ajenos, pero también tiene una zona de vértigo, de fobias nocturnas, de pánico, que comparto y en las que me siento muy expuesto.

–También comparten una atmósfera que se corre de lo cotidiano, como extrañada, y que abre el sentido. ¿Esto fue pensado previamente?

Lisandro Rodríguez: –Me meto en los ensayos sin tener idea de por dónde ir, y en general aparecen algunas puntas para probar. El proceso es ir encontrando pequeñas hipótesis que permitan avanzar y armar algo diferente de lo que uno pudo haber imaginado en algún momento. Me interesa correrme de lo coloquial desde el registro actoral. Me atrae la intensidad de los personajes, las capas que uno puede imaginar y que hacen que la obra tenga un pulso fuerte, más allá de que el movimiento físico no sea mucho. Y los textos también van en esa línea: no son charlas de café o conversaciones convencionales. Más bien, como si hubiera algo que está corrido, distanciado en relación con lo coloquial. Por eso es clave el trabajo con Mariana Tiran-tte en la escenografía, tanto como el texto. El hall del edificio de Asco, por ejemplo, podría ser una remisería del conurbano venida a menos o un set de filmación.

S. L.: –No me interesa que los personajes hablen como en la vida porque no sé lo que eso significa. Pero hay algo de lo que estoy seguro: el teatro no puede ofrecer el mismo registro que da la tele. Es lamentable la pauperización del lenguaje televisivo. Me interesa una escritura que trabaje con el lenguaje, que tome lo coloquial, lo extreme, lo empuje aún más. Yo puteo contra la zona híbrida de la tele, la no elección, la deshonestidad de hacer creer a la gente que está viendo algo que se parece a la vida.

–¿Qué potencialidades y qué limitaciones supone trabajar en un espacio chico?

S. L.: –Nos interesa un teatro de palabra y, en ese sentido, es un lujo tener un lugar donde podemos hacer este tipo de obras y, venga mucha o poca gente, igual sucede el rito, el encuentro. Nos empuja a condensar, a generar mundos sintéticos.

L. R.: –Tenemos limitaciones técnicas y espaciales, pero acá estamos de locales. Conocemos todo, y algo del pulso del lugar se traslada a la obra. Podemos probar la escenografía muchas veces, corregir y cambiar, no como sucede en general, en que hay un solo día para armar y listo. Para nosotros, hacer una obra es todo: es el lugar, es cómo llegar a la gente, cómo recibimos al público. Por eso cada obra empieza tres horas antes de la función, en cuanto a la preparación del espacio. La sala en sí ya es parte del espectáculo.

Loza y Rodríguez ya están trabajando en dos obras nuevas que piensan mostrar ante de fin de año. He nacido para verte sonreír es el título provisorio del monólogo de una mujer que prepara el bolso de su hijo de 20 años para llevarlo a internarse en un psiquiátrico. La segunda, El corazón del mundo, marca un cambio de dirección en relación con lo que generaron: “No hay personajes ni es un texto narrativo”, adelanta Loza. Según el autor, ambas tocan el tema de la locura y del estallido, presentes de alguna manera en Asco. “¿Qué pasa cuando alguien estalla? ¿Qué sería volverse loco? ¿Qué es dejar de ser un ser sociable para entrar en esa otra zona? ¿Qué es lo que se rompe?”, se pregunta. Y, desde su perspectiva, sus criaturas son parte de un mismo árbol genealógico: “Como si tuvieran un mismo color que los une, una cierta melancolía o pérdida, como si algo se hubiera perdido o estuviera roto”, desliza.

Así, la costurera de Nada de amor me produce envidia puede ser la tía vieja del portero de Asco y la madre de He nacido para verte sonreír también puede vivir en ese edificio. Loza está tan entusiasmado que, si bien disfruta mucho haciendo cine (ya comenzó a pensar su próximo film, en clave de docu-ficción), no se imagina sin este motor productivo que es Elefante Club de Teatro. Para Rodríguez, Loza es la mirada externa que le falta. Está tan metido en varias obras en forma simultánea que muchas veces se siente perdido. “Pero cuando él me dice que vamos bien, me relajo”, confiesa, y aclara que los textos de Loza suelen conmoverlo en una primera lectura, al tiempo que le plantean el desafío de cómo llevar a escena diálogos o monólogos de casi treinta hojas. Conversan mucho, pero Loza no se instala en los ensayos, prefiere ir solamente en determinados momentos para ver cómo avanza el trabajo. Está confiado: “Hay una zona peligrosa que sería quedarse en lo poético de los textos, hacer pie sólo en la palabra. Pero Lisandro no se queda ahí, toma la palabra, pero busca la teatralidad, la acción”, advierte.

La ficha

Santiago Loza nació en Córdoba en 1971, donde comenzó a estudiar cine y letras. Es autor y director de los largos Cuatro mujeres descalzas y Extraño y fue coguionista de Parapalos, el film de Ana Poliak ganador del premio mayor del Bafici. También estrenó Artico; el documental Rosa patria, sobre Néstor Perlongher, y La invención de la carne. Su última película, Los labios, escrita y dirigida con Iván Fund, ganó este año el premio a la mejor película argentina en el Bafici y fue seleccionada para competir en el Festival de Cannes 2010, donde las dos protagonistas resultaron elegidas mejores actrices de la sección Otra Mirada. Para teatro escribió Amarás de noche, Pequeña cruel bonita y Nada del amor me produce envidia.

Lisandro Rodríguez nació en Quilmes en 1980. Se formó como actor con Agustín Alezzo, Lizardo Laphitz, Julio Chávez y Javier Daulte. Trabajó en obras de Francisco Lumerman (De cómo duermen los hermanos Moretti, El festejo) y de Maruja Bustamante (Mayoría, Hacer sapito). Con ella creó Suiza, el ciclo de pequeños actos teatrales, de performances realizadas en las madrugadas de los sábados durante dos años. Escribió y dirigió Felicidad doméstica y Díptico. Abrió su primer espacio teatral en el Abasto, donde comenzó a probar sus proyectos antes de contar con la sala actual. Es una suerte de hombre orquesta que actúa, escribe y dirige, además hace música (las versiones que se oyen en las obras son suyas) y pinta.

Sencilla puede verse los jueves a las 21, con las actuaciones de José Escobar y Mariano Villamarin. Mucio Mancini y Tuilio Gómez Alzaga son el portero y el vecino de Asco, los viernes a las 21 y los domingos a las 19; Verónica Hassan protagoniza La vida terrenal los viernes a las 23. Todas las obras están cartel en Elefante Club de Teatro, Soler 3964.

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“Nos interesa un teatro de palabra”, aseguran Santiago Loza y Lisandro Rodríguez.
Imagen: Rafael Yohai
 
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