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Sábado, 23 de abril de 2011

TEATRO › ENTREVISTA AL DRAMATURGO Y DIRECTOR EDUARDO ROVNER

“Hacer y descubrir da placer”

Multifacético, acaba de estrenar Te voy a matar, mamá y Sócrates, el encantador de almas, en Ciudad Cultural Konex. Premiado y con experiencia institucional y académica, disfruta también de la reposición de Don Arturo Illia, que se ofrece en el Teatro de la Comedia.

 Por Hilda Cabrera

Admira a los autores que se instalan en un lenguaje y lo transmiten con naturalidad, aun el más arcaico. Quizás esa forma de expresión surja en una próxima obra, que se sumaría a las cuarenta que ha creado, incluidas versiones para comedia musical y ópera. Sus textos no quedan arrumbados: se lo estrena en la Argentina y en el exterior. Dramaturgo e ingeniero electrónico, psicólogo social –egresado de la Escuela de Enrique Pichón Rivière– y músico, con estudios de violín, Eduardo Rovner acaba de estrenar Te voy a matar, mamá (sábados a las 21 y domingos a las 19) y Sócrates, el encantador de almas (sábados a las 22.30 y domingos a las 20.30), en Ciudad Cultural Konex, Sarmiento 3131. Premiado y con experiencia institucional y académica, disfruta de la reposición de Don Arturo Illia (miércoles, jueves y viernes a las 21; sábados 20 y 22 y domingos a las 19), que se ofrece en el Teatro de la Comedia, Rodríguez Peña 1062, con protagónico de Luis Brandoni y dirección de Héctor Gióvine, donde –a diferencia de la versión de 2009 (Illia, ¿quién va a pagar todo esto?)– domina lo teatral sobre lo narrativo. La pieza enlaza la política y la cotidianidad de quien fue presidente entre 1963 y 1966, derrocado tras el golpe militar del 28 de junio que lideró Juan Carlos Onganía.

No son las únicas puestas que se verán este año. Rovner anticipa otros títulos: El otro y su sombra, que dirigirá Christian Barrientos, en el Teatro Tadron, donde en el mes de julio se realizará una versión de Volvió una noche. A partir de mayo subirán a escena Viejas ilusiones y El padre, el hijo y el espíritu volátil, con dirección de Liliana Malkin, y El tren de soñar, una puesta de Corina Fiorillo. La doble tarea de ocuparse de la dramaturgia y la dirección lo acompaña desde la presentación de La mosca blanca, en 2000, antes de recibir frecuentes invitaciones de “lugares exóticos”. En junio, artistas polacos estrenarán La mosca... en Cracovia y Varsovia. Será invitado de honor en Praga, donde se ofrece desde temporadas atrás Volvió una noche, Compañía, Cuarteto y ahora La mosca.... En diálogo con Página/12, Rovner atribuye esa difusión “al éxito brutal de Volvió..., que entusiasmó a los programadores, siempre a la búsqueda de obras”. El trámite fue sencillo: “Me pidieron el texto, preguntaron por los derechos, les interesó y siguieron con las siguientes. Esto pasó hace ya ocho años”, resume.

–En Volvió... mostró el conflicto entre un hijo que no cumple los mandatos y su idische mame. ¿Qué diferencia hay entre la rebeldía del hijo varón respecto de la madre y el cuestionamiento que suele hacer una hija?

–A diferencia del varón, la mujer puede ser normalmente incoherente cuando atraviesa una situación crítica, “un momento de nervios”. Entonces, si lo normal es la incoherencia, es posible ingresar a esa zona que llamaría “el fluir de lo inconsciente”, donde prevalece lo arbitrario, que en Te voy a matar, mamá se conecta con el sufrimiento. La protagonista queda sola. Esto produce un vuelco en su vida. En su repaso, ella culpa a su madre por lo que sufre.

–En el universo de las relaciones, ¿cómo caracterizaría al femenino?

–El mundo femenino es, en mi opinión, mucho más interesante que el de los varones. Desde un punto de vista cultural, la figura del hombre está asociada a lo racional y, en muchos casos, al héroe. La mujer es menos lineal, sus contradicciones son numerosas, y no por debilidad. La mujer vive, todavía, en un mundo que no la considera como debiera. Por eso, una de las obras que me tienta dirigir es Noche de ronda, que todavía no estrené, donde los personajes son tres mujeres.

–¿Por qué esta necesidad de hurgar en los conflictos familiares?

–No es lo único que me atrae. En mi teatro hay varias vetas, una pasa por las relaciones familiares y otras por la política y el teatro poético. Sobre lo político puedo nombrar Concierto de aniversario, Cuarteto, Don Arturo Illia –que tuvo varias versiones y nombres– y Sócrates, el encantador..., incluido su componente filosófico. Lo poético está en La mosca... Aclaro que en Te voy a matar... me importa indagar en la imagen que una hija tiene respecto de su madre. Esto no significa que esa imagen se ajuste a la real.

–¿Establece relaciones entre sus obras?

–Una es la que tiene al ex presidente Arturo Illia como personaje y otra, la que se desarrolla en torno de Sócrates. Las dos nacieron durante el “menemato”. Mi intención con Illia... era mostrar que aun entonces era posible aspirar a otra forma de vida. Algo parecido intenté en Sócrates.... Era el momento en que se tomaban como “normal” la corrupción y la ostentación, pero había lugar para seguir luchando por modificar ese estado de cosas. Me cansa el hábito de los que critican y no aportan. La sociedad acaba por tomar como natural tanto la corrupción como la crítica.

–¿Ejemplos de esto serían la crítica convertida en show y la crítica sin autocrítica?

–Claro, esos comportamientos sociales cierran las puertas al cambio. Durante el gobierno de Illia se abrió la posibilidad de llevar adelante un proyecto de política nacional, con un presidente honesto. Pero no pudo ser. Illia sufrió embates de todo tipo. Murió humildemente en un hospital de Córdoba. Los medios fueron feroces con él. Esto lo contamos en mi obra, porque la gente olvida fácilmente. Ramiro de Casasbellas, director en esa época de Primera Plana, publicación que apoyó el golpe, escribió una carta en esa revista, arrepintiéndose de lo que había hecho. Cuando empecé Sócrates..., estábamos viviendo el momento en que los políticos se pasaban de bando sin ningún pudor para alcanzar más poder y obtener un cargo o más dinero. Daba lo mismo pertenecer a uno u otro partido. Sócrates se me aparecía como una figura de gran coherencia. En mi opinión es un personaje dramático importantísimo. Galileo, otra figura interesante, termina cediendo, Sócrates no, aun cuando al condenarlo la Asamblea ateniense le dio opciones: años de cárcel, multa, arrepentimiento, destierro...

–Que a veces era tan duro como la muerte...

–Pero podía ir a otra ciudad, como el griego Anaxágoras (presocrático), también condenado. Claro que, exiliado, se dice que Anaxágoras se dejó morir de hambre. Sócrates no quiso desdecirse ni ser prisionero de esos magistrados, tampoco tenía dinero para pagar la multa. Decidió tomar la cicuta.

–¿Por qué lo califica de encantador de almas?

–Como sabemos, a Sócrates se lo llamó “el tábano de Atenas”. Se defendió dialogando y debatiendo, porque no dejó escritos. Lo acusaron de corromper a la juventud con sus ideas, pero la juventud estaba, como diríamos hoy, encantada. La juventud tiende a cuestionar, y Sócrates cuestionaba.

–Viniendo de la dramaturgia, ¿cuál es su idea de dirección?

–Las teorías surgen con la práctica. La mosca blanca fue mi primera dirección, y quise darle tono poético. Cuando uno desarrolla una dramaturgia escénica se da cuenta de que tiene que tener menos celo respecto de lo escrito. No tengo problema en sacar escenas e inventar otras. Ese es un acto creativo similar a la escritura más convencional. Uno descubre imágenes y formas nuevas, y la obra se modifica. En esta etapa de mi vida, el deseo de ocupar imperiosamente un lugar va desapareciendo. Lo que pretendo es sentir placer, y estoy convencido de que hacer y descubrir genera placer.

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Rovner es, además de teatrista, ingeniero electrónico, psicólogo social y músico.
Imagen: Leandro Teysseire
 
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