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Sábado, 8 de abril de 2006

TEATRO › LORENZO QUINTEROS ESTRENA UNA PERSONAL VERSION DE “EL BALCON”, DE JEAN GENET

“La verdad es darse cuenta de que vivimos de mentiras”

El director y actor dice que la obra, que transcurre en un burdel donde se dirimen luchas simbólicas, “es pesimista, pero quizá sirva para que tomemos conciencia de que somos más esclavos de lo que creemos”.

 Por Hilda Cabrera

Quizá pueda calificarse a El balcón, de Jean Genet, de obra que tuerce el orden de la sociedad burguesa y exalta al marginal. La pregunta es si ese rechazo social implica el rechazo del mundo real. Y así parece, pues Genet trasmuta allí realidades y fundamenta de esa manera no sólo la existencia de sus personajes, sino la propia trasgresión: la de un autor cuyo deseo es corromper el lenguaje y afinar su irreverencia frente a las instituciones de orden político, eclesiástico, militar y judicial. Como en otras obras, este novelista, dramaturgo, ensayista y poeta –que dejó a su muerte el manuscrito de Un cautivo enamorado, novela en apoyo de los resistentes palestinos en contra de Israel– elabora en El balcón, escrita en 1956 y estrenada al año siguiente en Londres por Zadek, una dramaturgia que enlaza con su trajinada vida y su compromiso con una postura “antisocial” sin recurrir a formas satíricas ni preocuparse por explicitar a través de sus obras una actitud política. Un ejemplo es Los biombos donde, a través de la historia de un argelino que traiciona a los suyos, critica el colonialismo francés en Argelia. Consciente de que se halla ante un texto difícil de asir, a un teatro de choque, “especie de rompecabezas”, el director Lorenzo Quinteros estrena una personal versión de El balcón en la Sala Solidaridad del Centro Cultural de la Cooperación.

La acción transcurre en un burdel, El Gran Balcón, donde la madama Irma será reina y nuevamente madama. Pero este burdel no es un convencional prostíbulo, sino centro del mundo (o de una ciudad en la que se produce una revuelta). “Una gran casa de ilusiones –propone Quinteros–. Y quizá más que otra cosa, un territorio donde se dirimen luchas simbólicas y los arquetipos sociales adquieren fuerza. No importa si esos territorios son ocupados por delincuentes.”

–¿Qué se juega en ese lugar?

–Ilusiones y símbolos. La lucha es también contra ese poder de la representación que atrapa a toda sociedad débil ante lo aparente y falso. Una sociedad que no tiene escapatoria: cautiva en la imagen de la imagen.

–Se ha comparado la obra con un sistema de espejos que convierte a los personajes en reflejo de lo que ellos quieren construir. ¿Cómo se manifiesta hoy el poder de la imagen reflejada?

–Genet es un adelantado. Esto que aparece aquí eclosiona en la sociedad con la introducción masiva de la televisión, y después con el uso de Internet. En El balcón los fotógrafos forman parte de ese poder. Aquellos que viven la farsa que se cuenta serán legitimados por la foto. Esto nos está diciendo que algo es verdad y mentira al mismo tiempo, que estar en el encuadre nos coloca en una zona simbólica de representación que se toma como verdad.

–¿Esa apropiación nos vuelve manejables, nos quita contenido?

–Sí, claro, ¿acaso no nos manejan? Pero no sé si podemos hablar de manera tajante de forma y contenido. Ahora recuerdo que en un programa de Susana Giménez, donde ella le hacía un reportaje a una mujer que vivía en una villa, sin agua ni cloacas, la forma y el contenido parecían una sola cosa. En la pantalla dividida, se veía a Susana y a esa señora desdentada de la villa, mal vestida y sonriendo sin importarle la falta de dientes, porque, era notorio, estaba hablando con una diosa. Pertenecen a realidades que no se tocan nunca, pero allí, en la pantalla, parecen pegadas. Uno podría atreverse a jugar con esas mismas imágenes y superponer a la mujer desdentada con Susana Giménez.

–Como sobreimprimir textos diferentes...

–Diría que es un cambalache en una sociedad donde no existen ejes y se actúa según valores simbólicos.

–¿Qué resulta de esto?

–La venta de algo que no se sabe si es verdad o mentira, porque el valor de lo que se vende surge de mostrar un look, de fabricarse un arquetipo.

–Genet introduce en la obra personajes rebeldes. Al burdel llegan noticias de la revuelta que se inicia en las calles. ¿También esos personajes son arquetipos?

–En principio, y en esta puesta, no me tomo ese mundo demasiado en serio.

–¿Lo dice desde un punto de vista personal o desde su papel de director?

–Como director. En esto sigo la línea que ha marcado Genet. Su visión es a veces patética y trágica y otras farsesca. No dirime entre opuestos, sino que superpone. En la obra se da la unidad de los contrarios de la que hablaba Sartre refiriéndose a la poesía de Genet. El bien contiene al mal, y el mal al bien. En nuestro mundo dualista, tratamos de que todo se explique, de que las cosas sean buenas o malas. Genet se ha liberado de ese dualismo.

–¿Cómo se sostiene esa ambigüedad? ¿Y qué dice de la necesidad de opinar y tomar partido?

–La obra es ambigua, y sé que eso va a generar polémica. No quise intelectualizar: suprimí la retórica y los discursos para los entendidos. Mi intención es que el público se pregunte dónde estamos parados hoy dentro de esta cultura de las representaciones.

–¿Y de la manipulación?

–Somos gente manipulada.

–¿Dónde queda la rebeldía?

–En cualquier discusión sobre política, deporte o lo que sea, la gente dice lo que ya se dice. El discurso está absolutamente guiado. ¿Cuántos piensan por sí mismos?

–¿Cuál sería ese discurso?

–El que circula, adornado de alegorías. Así se va construyendo el lenguaje cotidiano, y un ejemplo es ese diálogo que mencioné entre Susana Giménez y la señora desdentada. Trabajando en El balcón, comprobé que esas construcciones son comunes en sociedades como la nuestra, que adoran la grandilocuencia y tienen anhelo de dioses a nivel cotidiano. Esto contribuye a la necesidad general de que perdure el cambalache. En El balcón, el personaje de El Juez sustenta códigos que bien puede compartir con el autor de algún recetario de comidas.

–¿Ese cambalache acaba con la aspiración de justicia?

–Hay sacrificios.

–¿Sirven de algo?

–Respondo por la obra: allí hay sacrificados, pero aclaro que no son inocentes. Uno de ellos se autocastra por venganza, sin entender que se destruye a sí mismo. En El balcón no existe la relación causa-efecto, por lo tanto el sacrificio no recompensa.

–¿Cuál es el poder mayor en esa sociedad-burdel?

–El poder de policía.

–¿Quiso subrayarlo?

–Toda puesta es una recreación a partir de cómo uno lee y vive un texto. La obra es pesimista, pero quizá sirva para que tomemos conciencia de que somos más esclavos de lo que creemos.

–¿El pesimismo implica renunciar a la búsqueda de la verdad?

–Uno siempre busca la verdad, pero en este caso, y haciendo un paralelo con nuestra sociedad, creo que la verdad es darse cuenta de que vivimos de mentiras, creando también nosotros mentiras y aceptando oírlas de otros.

–¿Se puede aspirar a un cambio?

–No puedo predecir el futuro. Si me baso en mi percepción, diría que hoy estamos peor, que venimos de años de ilusiones tronchados por una dictadura militar que nos dejó muertos y desaparecidos, y que ahora nos encontramos en un período en el que todos hablan y hasta se escuchandiscursos esperanzadores, pero lo cierto es que el 80 por ciento de la población vive en la mierda.

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“Mi intención es que el público se pregunte dónde estamos parados hoy”, señala Quinteros.
 
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