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Lunes, 10 de abril de 2006

TEATRO › ENTREVISTA CON MARCELO ALLASINO, DIRECTOR DE “KILOMETRO DOS VEINTIOCHO”

La identidad como conflicto permanente

 Por Cecilia Hopkins

Creador de La Brusarola, desbocado grotesco que retrató las obsesiones familiares de una comunidad de origen piamontés, Marcelo Allasino, director y bailarín residente en Rafaela, Santa Fe, está nuevamente en Buenos Aires al frente del Grupo Punto T con Kilómetro Dos Veintiocho, su última producción, obra concebida a partir del aporte creativo de sus 7 intérpretes. Las funciones tienen lugar en Espacio Ecléctico (Humberto Primo 730), los sábados y domingos. La pieza está centrada en las vivencias de una mujer que, al costado de una ruta, espera a un colectivo que no llega, mientras traba relación con personajes de diverso grado de marginalidad. Si bien el director admite que “el Km 228 ubica a Rafaela en la Ruta 34, que nos conecta con toda América del Sur”, advierte también que la obra no está dedicada a su ciudad natal, ya que intenta abordar problemáticas más ligadas al país en su conjunto: “en lugar de revisar ciertos tópicos vinculados a la cultura heredada por nuestros ancestros piamonteses, como lo hacíamos en La Brusarola, este nuevo espectáculo cuestiona valores del ser nacional”, afirma. Los intérpretes son Santiago Alassia, Marcela Bailetti, Marcelo Gieco, Oscar Godoy, María Eugenia Meyer, Gustavo Mondino y Silvia Ruiz.

–¿A qué valores del ser nacional se refiere, concretamente?

–El espectáculo se permite cuestionar algunos signos que nos otorgan identidad como individuos y como proyecto de país. Aparecen entonces interrogantes acerca de la familia como célula madre de la construcción social, y también, acerca de signos como lo son nuestros símbolos patrios, la música folklórica, ciertos proyectos políticos –como el peronismo– y algunas figuras míticas de la historia argentina. Pero no son el eje de la obra, sino que funcionan como un contexto que me permite situar los conflictos de identidad de estos personajes.

–Leyendo la obra se advierte que existió en su escritura grupal una necesidad de expresarse desde la agresión, el feísmo, la desesperación. ¿Cuáles fueron los temas que movieron al grupo?

–La obra partió de un trabajo de investigacion profundo con los intérpretes en el que busqué, como director y creador, el modo de entrar en sintonía con sus intereses personales. Los temas hacia los cuales fui llevando el aporte creativo del elenco, tienen que ver con el deseo y la muerte, con la angustia existencial y la desconfianza en los proyectos colectivos filiales y sociales.

–¿A qué proyectos colectivos se refiere?

–Al vínculo materno como representación del amor más puro y absoluto, a la familia como centro de construcción de la identidad, al país como proyecto social que nos contiene a cada uno de nosotros. Pero junto a la desconfianza, siento una necesidad de creer en todo eso: esta dicotomía de sensaciones e ideas encontradas también refuerzan el carácter ambiguo de la obra. Por otra parte, la atomización y la fragmentación de su estructura tiene que ver con su fuerte raíz psicológica, casi psicoanalítica.

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