Sábado, 14 de enero de 2012 | Hoy
TEATRO › DANIEL SUAREZ MARZAL ESTRENA EL ARCO DE TRIUNFO, DE PACHO O’DONNELL
El director montará una pieza teatral que tendrá como protagonista a una familia de clase media. La crisis de 2001, el exilio en busca de progreso y el regreso marcan el clima de esta obra que, según Suárez Marzal, habla sobre “la idealización del lugar que no es de uno”.
Por Cecilia Hopkins
Escrita recientemente por Pacho O’Donnell, El arco de triunfo es la primera obra de este autor que dirige Daniel Suárez Marzal. La pieza, que se estrena el jueves próximo en el Teatro Regina (Santa Fe 1235), desarrolla en tono cotidiano una intriga que tiene por protagonista a una familia de clase media de barrio. Un matrimonio recibe de visita al hijo que se marchó a Francia. Y a pesar de los logros económicos que el visitante parece haber obtenido en su autoexilio, en plena crisis del 2001, los padres piensan que ya es el momento de que el hijo vuelva. La ex novia también está en condiciones de hacer lo que sea para motivarlo a que cambie Europa por sus antiguos amores: Boca Juniors, la barra de amigos, ella misma. De modo que en conjunto todos elaboran un plan para conseguir el cambio de residencia. Para Suárez Marzal, la obra habla acerca de “la idealización del lugar que no es de uno”, además de ofrecer un motivo de reflexión: “¿Qué pasó con aquellos que no encontraron fuera del país una especie de Arcadia, un lugar ideal donde los estaban esperando con los brazos abiertos y ofertas de trabajo?”. El elenco está integrado por Nacho Galano, Victoria Onetto, Miguel Jordán, Ana María Castel y Ariel Pérez de María.
Suárez Marzal conoce bien los riesgos de vivir en Europa: de muy joven desarrolló en Austria su carrera de cantante lírico, más tarde vivió doce años en España, de donde regresó en 2000. Si bien la crisis europea por entonces parecía imposible, al menos para los ciudadanos comunes, Suárez Marzal afirma que cualquier persona curtida, como él, en las sucesivas crisis financieras que sufrió este país, podía adivinar que algo no andaba bien: “Yo veía que la gente gastaba muchísimo dinero, compraba una segunda y hasta una tercera casa y eso me parecía muy extraño”, recuerda y señala: “Ya se veía que la Comunidad Económica Europea estaba creando una ilusión... había mucho dinero de prestado”, afirma.
Desde hace años, Suárez Marzal es régisseur de ópera. Fue, incluso, director del Teatro Argentino de La Plata entre 2002 y 2003. Tal vez sea por eso que sus puestas teatrales suelen otorgarle un lugar especial a lo visual. Sin embargo, ésta es la primera vez que realiza una escenografía. “Aquí debuto como escenógrafo”, confirma el director y explica: “quise salir del living que plantea la obra y para romper con esa imagen multipliqué espacios”. De este modo, la mesa y la cama que se ven en escena aparecen duplicados en cuadros ubicados a distintas alturas. Hacia un costado, una cortina confeccionada con lámparas led aporta una cuota festiva: “Se va a encender alternadamente con los colores de Francia, de Argentina y de Boca”, adelanta el director “y de algún modo van a aportar un clima de cabaret que puede asociarse al carácter crítico que tienen los personajes, una característica que creo sigue siendo muy argentina”.
–¿Cuál es el eje de El arco...?
–Esta obra está basada en un pensamiento muy de este país: los argentinos tenemos que irnos afuera para, de algún modo, completarnos. Todos tienen o hemos tenido la idea de que hay que ir a Europa para nutrirse. Pero acá hay, además, otra cosa...
–Claro, porque ése no es el caso del personaje de El arco... que se va a Francia.
–La obra hace referencia al 2001, un momento de gran desazón en el cual hubo una intención de escape generalizada. La obra se pregunta: ¿qué pasó con aquellos que no encontraron fuera del país una especie de Arcadia, un lugar ideal en el que los estuvieran esperando con los brazos abiertos y ofertas de trabajo?
–¿Cómo trabajó esta comedia? ¿Tuvo algún modelo?
–Trabajé pensando en que la risa es curativa. Y encontré en el texto una línea goldoniana. Porque la obra plantea los acontecimientos y luego los desarticula dejando una moraleja. Como en Goldoni.
–¿Cuáles son esas moralejas?
–Una tiene que ver con la familia, según uno de los personajes, “el amor familiar es un revoltijo de engaños, mentiras y disimulos”. Otra, con el amor: “Si llegamos a mentirnos bien, tal vez podríamos ser felices”. Esto prueba que hay formas de adecuarse a las circunstancias que no tienen que ver con la verdad.
–¿Hay un rescate del ocultamiento?
–Sí, un poco como en ese libro maravilloso que escribió José Ingenieros, La simulación en la lucha por la vida. El autor afirma allí que sin simular, la vida humana es imposible. Por eso cree que la mentira integra las relaciones que los hombres establecen entre sí. Como la verdad es algo que no siempre puede decirse, hay ciertas mentiras que se hacen necesarias, como formas de salir del paso. Claro que a esta familia se le va un poco la mano...
–¿Qué humor está presente en su puesta?
–Al leerla le fui encontrando rastros del grotesco y hasta del sainete. Y esto me dio herramientas para trabajar la puesta, como la decisión de cargar las tintas sobre lo oscuro.
–¿Eso expresa una característica argentina?
–El pueblo argentino ha madurado mucho, pero sigue siendo muy visceral, a veces exageradamente. Tendemos al blanco o al negro. Tenemos una capacidad de análisis que no terminamos de desarrollar. De todas formas, sin ser conformista, soy más optimista que antes. Hay más sectores que participan del deseo de trabajar para que nos instalemos como país.
–¿A qué se refiere?
–A que dejemos de ser un país de inmigrantes. Eso tuvo su costado positivo, pero ya no. Otros países latinoamericanos que también recibieron inmigración, como Perú, han sabido jerarquizar su cultura de manera inteligente. Aquí las vertientes culturales del norte del país, por ejemplo, no han sido tenidas en cuenta.
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