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Lunes, 29 de agosto de 2005

TEATRO › “ENRIQUE IV”, DE LUIGI PIRANDELLO, EN EL SAN MARTIN

Los disfraces de la identidad

En la puesta de Rubén Szuchmacher vuelve a cobrar sentido, con humor y tristeza, “la extrañeza de vivir la locura con lucidez”.

 Por Hilda Cabrera

En un amplio, claro y aséptico recinto dispuesto a la manera de una marmórea sala de palacio, un grupo de jóvenes contratados para actuar de servidores cuenta la malhadada historia del aristócrata que en una mascarada cayó del caballo que montaba y a consecuencia de un golpe en la nuca adoptó otra personalidad. Tomó para sí el personaje de su disfraz: el de Enrique IV de Alemania, que en puja de poderes se enfrentó al papa Gregorio VII, quien lo excomulgó. Protagonista de la denominada Guerra de las Investiduras, aquel emperador, el Grande, murió desterrado en Lieja, en 1106. En el fragmentado prolegómeno de los servidores se informa al espectador de modo enrevesado e incluso pueril sobre los preparativos destinados a lograr que “el olvidado de sí” recupere la cordura, y con ésta acaso su identidad. El rescate es impulsado por un médico y apoyado con reticencias por amigos, conocidos y contratados. Todo es falso en ese itinerario teatral que combina la farsa con el lirismo que subyace en el mito de la locura. Recomponiendo aquella mascarada se crean situaciones de humor y tristeza, enlace nada extraño en las obras y novelas de Luigi Pirandello, sobre todo aquellas que exploran el delirio y la contradicción de mimetizarse en la sociedad o enfrentarse a ella. Asuntos que el autor, nacido en Agrigento en 1867 y fallecido en Roma en 1936, desarrolló filosóficamente en El difunto Matías Pascal, relato de 1904.
En Enrique IV, pieza de 1922, el contrapunto entre la realidad (siempre aparente) y el disfraz permite esos saltos repentinos de la ficción al guiño cómplice, que en la cuidada puesta de Rubén Szuchmacher se logra a través de una escenografía y un vestuario que sorprenden y del excelente desempeño de algunos intérpretes. Mesurado en su protagonismo, Alfredo Alcón extrae materia viva del texto, multiplica climas con su privilegiada voz y deja huellas en el ánimo y el pensamiento de un público sensible a su trabajo. Su Enrique IV expresa en profundidad “la extrañeza de vivir la locura con lucidez”.
No falta en este montaje la broma asociada a la reflexión. Los ejemplos más logrados se hallan en las coloridas secuencias de la nueva mascarada que el director sitúa aparentemente en la época de escritura de la obra, y en la que se destaca el trabajo de Elena Tasisto. Sin dejar de utilizar rasgos de actuación que los identifican, Horacio Peña, Roberto Castro, Osvaldo Bonet y Analía Couceyro enriquecen el empeño de sus personajes de “representar para un loco”, que a su vez representa su papel en serio. De ahí que, aun “hechizado”, le resulte imposible a este Enrique IV ser humilde delante de quien no merece esa humildad.
El miedo al loco transforma en asustados bufones a los otros, y esto divierte melancólicamente al personaje que aquí juega a ser el emperador humillado por Gregorio VII. Ese desdoblamiento de la propia imagen pone el lente sobre las ideas relativistas de Pirandello respecto del yo, observables en otros personajes de otras obras, como el amnésico de Como tú me deseas (1930) o los que aspiran a ser criaturas de ficción en Seis personajes en busca de autor (1921-1925). La dualidad no es la única característica que comparten los textos del autor siciliano premiado con el Nobel en 1934. Tampoco el juego teatral como ilusión de la realidad. Otra gran incógnita en las creaciones de Pirandello es el enfrentamiento con una verdad cambiante, pues lo que parece ser ahora puede parecer otra cosa mañana. Metido en la farsa, por propia decisión o por la simulación de esos otros que dicen querer curarlo, este falso Enrique IV acaba adueñándose de la acción y marcando los pasos a seguir en una representación que es al mismo tiempo refugio y mentira, en tanto transforma realidades y encubre la dificultad de ser, en sentido ontológico.


8-ENRIQUE IV
De Luigi Pirandello.
Intérpretes: Alfredo Alcón, Elena Tasisto, Horacio Peña, Roberto Castro, Osvaldo Bonet, Analía Couceyro, Pablo Messiez, Francisco Civit, Pablo Caramelo, Javier Rodríguez y Lautaro Vilo.
Escenografía y vestuario: Jorge Ferrari.
Iluminación: Gonzalo Córdova.
Traducción: Daniel Brarda e Ingrid Pelicori.
Dirección: Rubén Szuchmacher.
Lugar: Sala Casacuberta del TSM, Av. Corrientes 1530, de miércoles a domingo a las 20. Duración: 90 minutos.

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Alfredo Alcón luce mesurado en su protagonismo.
 
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