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Jueves, 10 de julio de 2014

TEATRO › IDOMENEO, DE MOZART, CON PUESTA DE JORGE LAVELLI

Con sencillez y máxima efectividad

El director argentino eligió un dispositivo escénico simple e íntimo, con telas que se desplazan y caen, para crear espacios definidos dentro del escenario. El resto fue actuación algo despareja, con algunas performances aplaudidas, pero con problemas de afinación.

 Por Diego Fischerman

La soledad de los dos personajes que se confiesan su amor, al comienzo del segundo acto, y la intimidad creada para ellos por Jorge Lavelli, en la puesta de Idomeneo de Mozart que acaba de estrenarse en el Colón, bien podrían ser una síntesis. Nada hay allí salvo el hijo del rey, condenado sin saberlo por un pacto anudado por su padre, y la hija de su enemigo, Ilia, que ya al comienzo de la ópera había cantado: “ante la primera mirada del valiente Idamante, que me rescató de las olas, depuse el odio y mi corazón fue esclavo, antes de advertir que era prisionera”. Y en esa escena de despojamiento extremo, la entrega de los amantes se potencia y brilla plena de sentido teatral.

Más allá de los contenidos más o menos convencionales –la historia mitológica, la ira de Neptuno, el monstruo que amenaza a Creta–, en el libreto afloran algunos de los grandes temas mozartianos, lo que revela hasta qué punto metía mano en la dramaturgia. El rey, atormentado entre su promesa al dios y la devoción por su hijo, a quien deberá sacrificar, Ilia, dividida entre el sentimiento hacia Idamante y la memoria de su padre, que fue vencido por él, tejen una trama en la que, finalmente, el dios –tan parecido al Sarastro de La flauta mágica y al emperador de La clemenza de Tito– aceptará al amor como único soberano. Ya había una ópera con este tema, escrita por el francés André Campra, y de hecho el libreto de ésta es casi una copia. Pero las diferencias, entre ellas el final, son tan importantes como las similitudes. Y, según prueban las cartas del compositor a su padre, se deben en su totalidad a la voluntad –y sabiduría– de Mozart.

Para esta puesta, Lavelli eligió un dispositivo de extrema sencillez y máxima efectividad. Unas telas que caen o se desplazan, creando espacios definidos dentro del escenario, y muy poco más. El resto es actuación y allí corren distinta suerte el dúo de amantes –Verónica Cangemi y Jurgita Adamoyté, que toma el papel de Idamante, originalmente concebido para un castrado– y el Idomeneo de Richard Croft y, sobre todo, un coro que debió realizar algunos movimientos en escena –unas rondas, alguna acción como agacharse o levantar los brazos– y que, más allá de su impecable actuación vocal, no pudo haber mostrado peor disposición escénica. Croft, que en su aria del segundo acto dio una verdadera lección de canto mozartiano, exacto en la coloratura, liviano y ágil, y expresivo en el fraseo, tampoco se mostró como un actor muy cómplice con el drama. Cangemi y Adamoyté, en cambio, resultaron tan convincentes como conmovedoras. En lo musical, ambas tuvieron actuaciones destacadísimas, pero pusieron en evidencia, en todo caso, la incomodidad de los teatros modernos –y de sus gigantescas dimensiones– para con un repertorio que pide intimidad y voces más gráciles que estentóreas. Perfectas en el estilo, y, en el caso de Adamoyté, capaces de ornamentar con sapiencia y buen gusto en las repeticiones de las arias, sus voces resultaron poco audibles desde ciertos lugares de la sala, quizá no muy ayudadas por el sesgo que Ira Levin dio a la orquesta, precisa pero con más peso que liviandad o frescura.

La voz que mejor se escuchó fue, paradójicamente, la que más fuera de estilo estuvo. Emma Bell, como una Elektra que tampoco descolló en lo teatral, utilizó un vibrato excesivo, incorporado a la emisión en lugar de usado como adorno, con claros problemas de afinación y dificultades en los agudos. En todo caso, y más allá de los gustos –su actuación fue la más ovacionada por el público–, mostró un estilo de canto totalmente distinto al del resto del elenco y tal heterogeneidad debería ser evitada en los repartos. La orquesta, solvente como conjunto y notable en la mayoría de los solos y pasajes expuestos, y un muy buen trabajo de iluminación, a cargo de Roberto Traferri y el propio Lavelli, junto al dispositivo escenográfico de Ricardo Sánchez Cuerda y el funcional vestuario de Francesco Zito, colaboraron con un muy buen espectáculo donde, de todas maneras, llamaron la atención ciertas desprolijidades en la terminación de la escenografía y en la resolución técnica de sus movimientos, con inoportunas arrugas en las telas donde debió haber habido tersura e indeseables chirridos cuando fueron izadas.

8-IDOMENEO

Opera de Wolfgang

Amadeus Mozart.

Libreto de Giambattista Varesco, basado en el texto francés de Antoine Danchet.

Dirección Musical: Ira Levin

Concepción y Dirección de Escena: Jorge Lavelli.

Colaboración artística: Dominique Poulange.

Dispositivo Escenográfico: Ricardo Sánchez Cuerda

Diseño de Vestuario: Francesco Zito

Diseño de Iluminación: Roberto Traferri y Jorge Lavelli

Orquesta Estable del Teatro Colón (dirigido por Miguel Martínez)

Reparto: Verónica Cangemi, Jurgitta Adamoyté, Richard Croft, Emma Bell, Santiago Ballerini, Iván Maier y Mario De Salvo.

Teatro Colón. Martes 8

Nuevas funciones: viernes 11, sábado 12 (con otro elenco, encabezado por Marisú Pavón, Gustavo López Manzitti y Florencia Machado), domingo 13 y martes 15.

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En el libreto de Idomeneo afloran algunos de los grandes temas mozartianos.
Imagen: Maximo Parpagnoli
 
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