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Viernes, 22 de septiembre de 2006

TEATRO › “OREJITAS PERFUMADAS”, EN EL TEATRO PRESIDENTE ALVEAR

En presencia de un escritor

La puesta de Roberto Saiz, ambientada en un club de barrio y con la presencia en vivo del Tata Cedrón, propone un collage de textos y personajes de Roberto Arlt, con el color del sainete.

 Por Hilda Cabrera

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OREJITAS PERFUMADAS

Textos de Roberto Arlt y Mario Paoletti

Intérpretes: Walter Santa Ana, Claudio Da Passano, Jana Purita, Alejandra Perlusky, Carlos Durañona y Alberto Rusjan.
Músicos: Juan “Tata” Cedrón (canto y guitarra), Miguel Praino (viola), Jorge Sarraute (contrabajo) y Facundo Torres (bandoneón).
Invitado: Roger Helou (piano).
Selección de textos: Roberto Saiz, Jana Purita, Carlos Durañona y Alberto Rusjan.
Música y dirección musical: Juan Tata Cedrón.
Escenografía y vestuario: Daniel Santoro.
Iluminación: Jorge Merzaris.
Coreografía: Miguel Angel Elías.
Dirección: Roberto Saiz.
Lugar: Teatro Presidente Alvear, Av. Corrientes 1659.
Funciones: de miércoles a domingo a las 21.
Entradas: 15, 12 y 8 pesos.
Miércoles: 8 pesos. Sala con amplificador de aro magnético para hipoacúsicos (donación de la Mutual Argentina de Hipoacúsicos).

¿Por qué abrigar ambiciones de felicidad, y asombrarse y creer que existe realmente lo que se inventa? Los espectáculos que se montan en base a textos de Roberto Arlt generan interrogantes de este tipo. Porque algo queda en esos homenajes, casi siempre melancólicos, de la mezcla de realidad e invento que hacen del Astrólogo, de Haffner, Esther Primavera, Elsa, Erdosain, Ergueta e Hipólita seres alucinantes. Personajes que aparecen en esta Orejitas perfumadas, especie de collage armado con elementos arrebatados a Arlt y otros inspirados en su obra y figura. Las miradas sobre este territorio invadido parten básicamente de un grupo “filodramático” que propone un tributo al creador de Los siete locos, y del Cuarteto Cedrón, aquí con cinco instrumentistas. El invitado es Roger Helou (piano). El espectáculo toma el color del sainete y se tiñe de nostalgia por lo perdido; incorpora fragmentos de textos de Arlt (adaptados) y poemas y enlaces del narrador y ensayista Mario Paoletti. La acción se inicia en la terraza de un club de barrio, aun cuando las pintadas torres de la escenografía sugieren, por su estilo, una zona del centro. Lo cierto es que, sonrientes y amistosas, las parejas se trenzan allí en un baile de movimientos desmañados, propiciando entre gestos pudorosos el encuentro y la fiesta. Los poemas cantados son sencillos. No hay alarde pero sí entusiasmo en el fraseo del Tata Cedrón cuando desgrana A Don Roberto, sobre música de tango. “Con amor pintaste a los perdedores;/ Al vago, al suicida y al bizco celoso,/ los vendetutti, la silla en la vereda,/ la vitrolera, las fieras de Devoto”, enumera.

Los actores no demoran en aportar clima, y a veces conmueven, como Walter Santa Ana rescatando la imagen del ataúd de Arlt colgando de sogas y poleas. Se conoce aquella historia del féretro armado en su habitación que debió ser desalojado por la ventana. Un hecho periódicamente rescatado por escritores y estudiosos. Santa Ana modula con sobriedad. Su voz, caudalosa pero contenida, será el contrapunto más claro de las otras voces, sentimentales o desbordadas como la de Carlos Durañona cuando compone al Erdosain que pone palabras a su tormento de chico castigado por el padre. Guarda su estilo, como los demás intérpretes, y no molesta ni satura. Las buenas actuaciones del elenco, emotivas por momentos, facilitan el disfrute, a pesar de los asuntos amargos. Esto puede llevar a enojo a quienes deben fidelidad absoluta a Arlt. También que se incluya tango, por no ser –se dice– una música que interesó al escritor.

La puesta es celebratoria, y eso queda en claro. Se impone sin artificios, logrando que tanto los músicos como los actores y actrices tuerzan una secuencia sin por eso entorpecer el trabajo del compañero. El ejemplo mayor lo ofrece Claudio Da Passano en su papel de Relator, enlazando historias y fragmentos musicales. Personaje indiscreto, hábil para distanciarse o introducirse en la trama, está en condiciones de comprender el entorno y opinar sin caer en el discurso. Da Passano acierta en ese trabajo e inquieta con las composiciones de Haffner y El, sobre todo en un pasaje junto a Jana Purita. “Esther Primavera, la única criatura que he ofendido atrozmente”, dirá el hombre que practica el juego del amor sin adornos. En esta puesta, Purita es Esther y Elsa, la que abandona y decide unirse al Capitán, papel a cargo de Alberto Rusjan. Los personajes femeninos, actuados por Purita y Alejandra Perlusky (Hipólita), traducen el estremecimiento de los anhelos no cumplidos, la conmoción que produce el maltrato y el amor no correspondido.

En este montaje, cuidado en sus rubros técnicos, se concede gran atención a la poesía de las palabras y a la música. Se sugiere incluso la posibilidad de una sobrevivencia a través del bailongo, un disparate quizá para los ortodoxos de Arlt. De la fraternidad de este espectáculo respecto del escritor no se duda. Lo demuestran los textos de Paoletti y la ajustada dirección de Roberto Saiz, fundador e integrante del grupo Los Volatineros en la década del ’70, y director, entre otros trabajos, del musical Tangos canallas, estrenado en 1999. Saiz concentra y ordena temas y personajes, seres melancólicos o rebeldes, cínicos sobrevivientes de innumerables descalabros, inventores de mundos personales que deciden vivir sin ilusiones y sin tristeza.

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Las buenas actuaciones del elenco, emotivas por momentos, facilitan el disfrute a pesar de los asuntos amargos.
 
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