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Lunes, 19 de marzo de 2007

TEATRO › “BENGALA”, O EL MUNDO DE LOS BOXEADORES SEGUN ALFREDO MEGNA

La lucha deportiva como metáfora

 Por Cecilia Hopkins

Escrita hace tres años con la intención de interpretarla él mismo, Alfredo Megna (autor de Azucena sin guipiur y Acerca del gato de Bukowski, entre otras), se propuso en Bengala “desmitificar la imagen embrutecida y primitiva de los boxeadores”. Y para conseguirlo, pensó en la posibilidad de que su único personaje –un púgil cuarentón, arteramente engañado por quienes lo rodean– tuviese la posibilidad de acceder, en plena pelea, a un verdadero estallido de conciencia. Recientemente estrenada en el Teatro IFT (Boulogne Sur Mer 547), bajo la dirección de Armando Saire y Leonardo Odierna y la actuación de Néstor Navarría, la pieza se interna en el mundo del boxeo, a modo de “metáfora de nuestro propio mundo y de nuestras propias marginalidades y exclusiones”, según afirma el autor en la entrevista con Página/12, en tanto propone a un solo actor que asuma una serie de personajes para que interactúen con el protagonista. Será éste el primero de los estrenos de Megna en el año: en poco más de un mes, en el Centro Cultural de la Cooperación, Héctor Malamud concretará la puesta de su obra Tres ratones ciegos, “thriller tragicómico”, según propia definición, sobre la vida de los Tres Chiflados.

–¿Qué particularidades presenta esta pieza en relación a su obra anterior?

–Con independencia de mi voluntad, todas las obras que escribo tienen nexos que las hermanan. Pero también sufren furiosas pulsiones tendientes a diferenciarse las unas de las otras. Bengala reincide en mi estilo, basado en un lenguaje que mixtura lo popular con lo poético. En un tono dramático que se entremezcla con la ternura del protagonista y con su comicidad. Y con una estética de una especie de realismo poético. Desde lo dramatúrgico, y en particular respecto de la estructura, la pieza tiene cierta influencia de Magnolia, esa genial película (dirigida por Paul Thomas Anderson) en la que se trabaja una multiplicidad de historias y personajes desde una centralización y descentralización que se inicia desde costados aparentemente desconectados y que, con el desarrollo de la pieza, se van armando al modo de un verdadero rompecabezas.

–¿Qué actuó como disparador principal de la escritura de la obra?

–El disparador se relaciona con las ganas que tenía desde hace mucho tiempo de abordar en teatro el mundo del boxeador. En Bengala, la lucidez aparece como una alternativa de conciencia, y esto no necesariamente se traduce a través de un proceso intelectual-racional sino, por el contrario, mediante el “estallido” de una iluminación que le permita al protagonista “ver” lo que la vida le oscureció.

–¿Su conocimiento del boxeo proviene de la literatura o el cine, únicamente?

–En la familia de mi viejo hubo varios boxeadores amateurs, algo bastante frecuente por entonces. Muchos años después de comenzar a escribir, estrené Orestes, el super, obra que se presentó en el Teatro San Martín, en 1988, sobre la vida de un luchador de catch. Creo que ése fue un primer intento de aproximación a estos mundos marginales.

–¿Se puede escribir en forma muy diferenciada cuando se trata un mismo tema, en este caso, la lucha sobre el ring?

–En esa pieza, aunque también trabajaba con la metáfora deportiva desde el catch, lo hacía desde un ángulo más ingenuo o idílico. El catch es, en sí mismo, una parodia de deporte competitivo. Bengala se apoya en un deporte hiperrealista y competitivo como el boxeo.

–¿Por qué insiste en hablar en términos de metáfora?

–Los artistas seguimos teniendo una ventaja histórica. En general, las personas no creen en la metáfora como una herramienta concreta para describir situaciones y mecanismos de funcionamiento, porque la piensan a modo de un juego poético, meramente estético. Esto permite que nos apoyemos en nuestro arte para incidir en la realidad. El deporte, a nivel social, funciona como una metáfora potentísima de los comportamientos humanos, de la esencia de los seres. Y el boxeo, denostado, despreciado por buena parte de la sociedad por su carácter marginal, nos permite iluminarnos, como la bengala a la que alude la pieza.

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