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Miércoles, 6 de junio de 2007

TEATRO › ROMAN CARACCIOLO HABLA DE SU PUESTA “LA QUE NECESITA UNA BOCA”

“Intentamos dar su testimonio”

La obra que se presenta en el Espacio Ecléctico hace foco en la desgarradora historia de Juana de Aragón y Castilla.

 Por Hilda Cabrera

No han quedado testimonios directos de Juana de Aragón y Castilla, hija de los Reyes Católicos, a quien se estigmatizó con el apodo de La Loca. “Juana llevaba un diario, pero fue quemado. Lo guardaba el sacerdote Miguel de Moxica”, cuenta el director Román Caracciolo, quien junto a las actrices Vita Escardó y Victoria Egea decidió darle voz a esta reina que tras la muerte de su esposo Felipe de Austria (“el Hermoso”) se trastornó y acabó sus días recluida en Tordesillas. Juana murió en 1555, a los 76 años, después de sufrir un encierro de 47 años, llagado el cuerpo y olvidada de todos, incluido su hijo Carlos V de Alemania. Víctima de la disputa de poder entre su padre y su marido, su caso fue rescatado por la literatura, la pintura, el cine, y ahora, a nivel local, por el grupo de investigación artística que lideran Escardó y Egea. La obra que ofrecen todos los sábados en Espacio Ecléctico enuncia en el título el propósito del equipo que en esta ocasión dirige Caracciolo. La que necesita una boca parte de un libro de Ana Arzoumanian, Juana I, presentado hace más de un año por Vita y Victoria, quienes no pudieron sustraerse a los enigmas que plantea este episodio. “Juana, la reina que no pudo dejar testimonio, necesitaba una boca, y nosotros intentamos dársela a través de la obra”, sostiene el director.

–¿Responde a la necesidad de rescatar una vida tronchada?

–Esta investigación nos sirve, básicamente, para expresarnos. Juana nos resultó un personaje atractivo por su historia de amor y por la tremenda incomprensión de su época, por las contradicciones que surgen entre lo que se desea y lo que se puede o se debe hacer. Juana se jugó, y uno siente que está cerca de su figura cuando el ámbito que nos rodea es hostil e ingrato. Justamente, estoy leyendo un libro sobre la psicogenealogía y las constelaciones familiares. Trata de cómo las acciones de las generaciones anteriores influyen en lo que uno hace en el presente: hacerlas conscientes es una técnica terapéutica.

–¿Cómo se explica la locura de Juana?

–Uno tiende a creer que no estaba loca, aunque hay estudios psiquiátricos que tipifican los síntomas y se la encuadra en esquizofrenia. Me atrevo a pensar en un manejo político para sacarla del medio: no está mal recordar que hubo tres muertes en muy poco tiempo antes de que ella quedara en la línea de sucesión. Pienso, sin embargo, que su meta no era el poder: no había sido educada para reinar, sino para casarse y tener hijos.

–¿Qué tomaron del libro de Ana Arzoumanian?

–Juana I posee gran belleza y una original prosa poética. Una traslación totalmente fiel podía resultar hermética. Por eso recreamos un contexto: vimos las películas y leímos los libros y artículos que se publicaron sobre ella. Es probable que no estuviera loca sino que la hicieran pasar por loca. La persona que se despega de la realidad –por la razón que fuere– o actúa de manera diferente a lo que se espera de ella no está necesariamente loca. Nos preguntamos dónde está el límite entre la razón y la locura y si son los otros los que determinan quién está loco o cuerdo.

–¿Los otros se quedan siempre con la última palabra?

–No, porque uno es a veces varios personajes y se comporta diferente según quien lo mira. Quisimos que esta complejidad apareciera en el espectáculo, pero como reflexión dramática y no como discurso, aunque incluimos ensayos como Elogio de la locura (o Elogio de la estupidez), de Erasmo.

–¿Cuestión de convertir la reflexión en acción?

–Sí, por eso mientras las actrices disponen sus objetos, comentan el texto a la manera de los juglares que van de pueblo en pueblo. Esto es ficción dentro de la ficción.

–¿Ese recurso facilita el traslado a un tiempo anterior?

–Esto sucedió hace 500 años y nuestra intención no era escenificar una lección de historia. La ficción nos permitió alterar los tiempos, distanciarnos de los personajes reales y reflexionar sobre temas que están en el presente, como que se le apode loco a quien se intenta silenciar. Me pregunto qué hubiera pasado si la historia de las Madres de Plaza de Mayo se hubiese cerrado de manera despectiva: “Son las locas de la Plaza”.

–¿La locura de Juana es producto de un dolor extremo?

–Esa es otra posibilidad: Felipe de Austria muere imprevistamente, y ella traslada el ataúd por varias regiones españolas. Lo cuentan las crónicas. Se conoce también un cuadro del español Francisco Padilla Ortiz pintado hacia 1870, donde se ve a Juana velando el cadáver de su marido. La pintura impresiona. En su dolor, ella decía que mientras no enterraran a Felipe seguiría estando casada. Y uno se pregunta aquí si ese itinerario era para evitar que la casaran con otro.

–¿Por qué utilizaron títeres en esta obra?

–Fernando de Aragón (marido de Isabel de Castilla) y Felipe el Hermoso debían aparecer de algún modo en la obra. Imaginamos que estas dos actrices que viajan en un carro y arman un retablo en cada función podían armar un tríptico, donde se viera a cada lado la imagen de esos hombres que lucharon por obtener mayor poder. Entrenamos con la titiritera Florencia Svavrychevsky. Fue muy interesante interactuar con los muñecos: descubrimos otro mundo. Ensayamos el espectáculo durante un año, primero alquilando salas y después en Espacio Ecléctico, un lugar en el que se respeta a los artistas.

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“Es probable que Juana no estuviera loca”, sostiene Caracciolo.
 
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