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Martes, 29 de abril de 2008

TEATRO › ENTREVISTA AL DRAMATURGO RAúL BRAMBILLA

“Las culturas deben reinventarse”

Dirige en el Teatro del Abasto Transilvania, los fantasmas de la guerra, una obra que, en un tono afín al humor negro y el absurdo, retrata un estado de las cosas caótico, en un territorio en descomposición.

 Por Cecilia Hopkins

“Una pieza supone una pregunta, más que una respuesta, un cuestionamiento, más que una aseveración”, afirma Raúl Brambilla, autor de Transilvania, los fantasmas de la guerra, obra que, bajo su dirección, está presentándose en el Teatro del Abasto (Humahuaca 3549). El elenco está integrado por Rafael Bruza, Fernando Caride, Eduardo Jaime, Adhelma Lago, Carlos Lanari, Luciano Linardi, Alicia Mezza, Emiliano Pandelo, Victoria Roland, Carlos Silva y Claudia Zima. Además de actor y actual director ejecutivo del Instituto Nacional del Teatro, Brambilla comenzó a escribir cuentos (incluso tiene algunos premiados) para luego abocarse al guión cinematográfico, dada su pasión por el cine. Cuando la escuela de cine donde comenzó a estudiar cerró tras el golpe militar, apareció el teatro en su horizonte de intereses. Con varias piezas estrenadas en su haber, Brambilla afirma que no hay formatos recurrentes en su obra pero sí tal vez alguna temática que lo impulsa a la escritura. “Me interesa retratar al hombre, con sus sueños y sus necesidades, inserto en un sistema contra el cual debe luchar”, define el dramaturgo en una entrevista con Página/12. Sin embargo, el humor está siempre presente a modo de contrapunto. “Una pieza es, para mí, una metáfora y, como tal, dispara múltiples fantasmas e imágenes. Así, cada espectador verá una parte que siempre tendrá que ver desde su propia experiencia. Pero cuando termino una obra no sé definir el objetivo que tenía en mente cuando comencé a escribir.”

En Transilavania... la acción ocurre durante la primera gran guerra, en una ciudad cuyos habitantes, a pesar de vivir agobiados por los bombardeos, intentan continuar con el ritmo de sus vidas, aun cuando debieron buscar refugio en los destartalados galpones del ferrocarril. Dos familias, los Cotescu y los Popovici, se reúnen para arreglar el casamiento de sus hijos: “No obstante un territorio en descomposición y un estado de cosas caótico –apunta Brambilla–, esta gente pretende seguir viviendo con los esquemas y valores de una sociedad moribunda, perpetuando así los rituales propios de aquellas convenciones”. En un tono afín al humor negro y el absurdo, la obra desarrolla trasmutaciones varias, hasta que abreva en el tema del vampirismo, para establecer la visión de una humanidad que lucha a favor de su propia destrucción.

–Aunque tiene raíces literarias se puede imaginar que eligió el tema del vampirismo en razón de su amor al cine. ¿Fue así?

–No, la idea del vampirismo vino después. Yo necesitaba primero encontrar un territorio en descomposición porque quería hablar de la identidad y la supervivencia. Buscaba un hecho histórico para ser leído desde mis propias licencias poéticas. Así llegué a interesarme en la primera guerra, un conflicto que involucró por primera vez a todo el mundo, en el que, también por primera vez, se probaron armas químicas y aparecían crueldades impensables. A partir de allí quise encontrar un territorio donde la idea de desmembramiento fuese central y así llegué al imperio austrohúngaro, que sufrió múltiples transformaciones. Incluso, en cine, tuvo visiones románticas, como Sissy, y terribles, como Vicios privados, virtudes públicas.

–¿Cree que es posible realizar un traslado en tiempo y espacio de esa historia para referirse a nuestra realidad?

–Entiendo que eso debe hacerlo el espectador. Yo quise contar una historia inquietante, que tuviese el valor de referirse no a un lugar o a una época determinada. Me interesa que una obra tenga una resonancia amplia. Hemos creado una civilización canibalesca, caótica, confusa, donde los valores se pulverizan en segundos, como dice uno de los personajes.

–¿Cuáles son los valores que deberían cambiar?

–Me parece que las culturas deben reinventarse; las civilizaciones tienen que revisar su sistema de valores para detectar cuáles han perdido vigencia y cuáles conforman nuevos paradigmas de pensamiento. Hoy debería existir otra mirada sobre los géneros, por ejemplo, o diferentes puntos de vista sobre las convenciones sociales en general. Hay valores muy amenazados, en cambio, que merecen ser defendidos, como la honra o el honor. Sin conducta ni palabra no hay contrato social.

–¿El profesor –un personaje tan vulnerable y lleno de carencias– representa en la obra al saber, en general?

–Es un personaje que no funciona como un paradigma. Sin embargo, a partir de él se puede pensar que el saber hace a la persona más vulnerable, y también más responsable, porque es más permeable a la realidad que lo circunda y entiende las necesidades y problemas de los demás. Creo que siempre es mejor saber más: los pueblos que más saben son los que menos pueden ser manipulados y ser objeto de demagogia. Por esto es que la educación y la cultura son fundamentales. Entre todas las formas de pensamiento, el científico es uno de los factores de supervivencia del hombre en el planeta. El otro es el arte.

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Brambilla es el actual director ejecutivo del Instituto Nacional del Teatro.
 
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