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Sábado, 7 de diciembre de 2013

CHICOS › VICENTE MULEIRO Y SU NOVELA FUTBOLERA LOS OLIMPICOS

Campeones, pero entre amigos

El escritor y periodista salta del ensayo a la novelística y de ahí a la dramaturgia o la literatura para chicos. Aquí se centró en los valores del fútbol como formador y socializador de los más chicos, a contrapelo de la presión que suele verse en las ligas infantiles.

 Por Karina Micheletto

Los Olímpicos han hecho un pacto: juntos serán campeones del mundo en 2016. Para lograrlo deberán seguir jugando al fútbol, juntos, siempre. No los detendrá ningún traspié, ni siquiera el enterarse de que no pueden competir en el torneo de Fútbol Infantil Asociado, porque una de sus jugadoras es mujer. Juntos es “nosotros”, y ese “nosotros” es la voz que eligió Vicente Muleiro para narrar esta historia con trazos de ternura y humor. Desde la literatura, el escritor y periodista logra reflejar un mundo muy real, el del fútbol y en particular el fútbol infantil, con toda su dimensión socializadora como juego de equipo, pero también como un fenómeno muy contemporáneo: el de la presión que suele ejercerse sobre los chicos que “pintan bien”, en un intento por insertarlos en un mercado que aparece como salvador.

La esfera de producción de Muleiro es bien amplia, y abarca desde el ensayo –hace poco publicó Los garcas, en coautoría con su hermano Hugo–, la dramaturgia –el año próximo reestrenará Vidé/la cuenta fija, con dirección de Norman Briski–, la poesía –se apresta a publicar El bar flotante– y la novelística. Para chicos, ha escrito ya Don Perro de Mendoza, que lleva varias reediciones, Los cuentos de Don Vicente Nario y Los Guerreros de French, entre otros. Con Los Olímpicos, el escritor y periodista pone el foco en el fútbol, pero sobre todo en los chicos que lo juegan, en ese lazo poderoso que es el de los primeros amigos de la vida y también el de los primeros amores.

Los Olímpicos se desarrolla en un pueblo imaginario, Santa Lucía; así se llama el equipo que han formado un grupo de amigos provenientes de diferentes lugares de ese pueblo y, por ende, de diferentes clases sociales. Entre los personajes de la novela aparece uno que va cobrando volumen a medida que avanzan las páginas, El Rayo, un vagabundo que alguna vez fue ingeniero y que aplica sus conocimientos como director técnico para llevar a Los Olímpicos a la victoria. Y aparece también La Incubadora: un centro de entrenamiento que prácticamente rapta a los chicos para transformarlos en deportistas profesionales y venderlos a clubes de Europa, ayudados por padres dispuestos a no mirar la letra chica del contrato en el entusiasmo por acceder al pase “salvador”.

Los Olímpicos nació, cuenta Muleiro, de una nota periodística publicada en el suplemento Zona de Clarín. “Se llamaba ‘El sueño del Diego propio’ y exploraba ese mundo del fútbol infantil. Yo ya venía con cierta idea de cómo era, porque mi hijo jugaba al fútbol. Me pareció muy ilustrativo lo que me dijo el director técnico de las inferiores de Huracán, que en ese entonces estaban coordinadas por Claudio Morresi: el equipo de fútbol infantil ideal sería un equipo de huérfanos. La presión de los padres sobre los chicos era tremenda: por qué te dejás marcar por ese petiso, marcá vos fuerte ahí, bajalo a ese gordo... Una discriminación y presión angustiante para los pibes. He visto pibes retados por los padres, que salen de la cancha lloriqueando, cosas feas.”

–Los Olímpicos son lo contrario: se divierten jugando al fútbol.

–Se me ocurrió hacer una especie de contrafigura de esa escena tan fuerte y angustiante que había encontrado. Pensé en rescatar los otros elementos del fútbol: un deporte de equipo, un gran socializador y formador para los pibes.

–Y está también La Incubadora. ¿Eso sí nació inspirado en la realidad?

–Claro: esta idea de que todos los destinos conducen a Europa. Alejandro Apo me dijo que era una metáfora de la FIFA. Esta presión que se ejerce sobre los chicos, esta meta que genera tanta angustia... Padres que quieren que su hijo juegue al fútbol como una reivindicación personal, lo cual sería bastante humano y hasta comprensible, pero es más que eso: es la obligación de entrar al gran mercado, “rendir” para lograrlo.

–La literatura infantil y juvenil está pasando por un gran momento, con una cantidad de autores nuevos y ediciones independientes. ¿A qué cree que se debe?

–María Elena Walsh fue la gran figura que liberó ese campo: trabajó el disparate, el juego con el lenguaje, salió de lo pedagógico. Después vinieron Laura Devetach, Gustavo Roldán y Elsa Borneman, entre otros. Ellos siguieron esa impronta muy fuerte en el tratamiento del lenguaje, más libre, más lúdico, oponiéndose a contrabandear mensajes pedagógicos y trabajando núcleos temáticos nuevos. Y les siguieron Ricardo Mariño, Oche Califa, Silvia Schujer y muchos más, un grupo de escritores muy buenos que frecuenta el género. Ese buen momento se debe a los buenos autores que tenemos en la Argentina.

–En su caso, comenzó a escribir para chicos y jóvenes en medio de una producción muy diversa. ¿Qué encuentra en esta literatura?

–Yo salto: frecuento el ensayo periodístico, la novelística, la dramaturgia... Cada género implica una exploración, y así cuando ya estás dominando un registro, lo podés romper y seguir a otro, no te esclerosás. Cuando estoy inmerso en la narrativa, cuando puse mucho esfuerzo en eso, me gusta después pasar a escribir teatro. Y cuando vengo de un trabajo muy denso de ensayo, de muchas horas silla dedicadas a eso, me da mucho aire pasar a escribir para chicos, entro en una etapa muy placentera. Esos “saltos”, como me gusta llamarlos, me vivifican, siento que así no estoy en un punto establecido, es como cantar por primera vez. Como decía María Elena Walsh: “Soy lo que se me ocurre cuando canto, no tengo ganas de tener destino”.

–¿Pero cuál sería la especificidad de la literatura infantil y juvenil, el trabajo diferente que implica como escritor?

–La literatura infantil y juvenil plantea algo a tener en cuenta, los niveles del lenguaje. Es difícil llenar un texto de esdrújulas, trabajar sobre una región que está dada por la edad del lector que imaginás. Pero al mismo tiempo te da la ventaja del género, el escritor también vive lo lúdico: me siento más chisporroteante cuando escribo para chicos. Como escritor, uno se encuentra con un terreno de posibilidades, pude huir de la dimensión trágica, por lo menos en los finales. En la dramaturgia y en la novelística el peso de lo trágico es inevitable. Borges decía que la felicidad no es para la literatura. Bueno, para la literatura para chicos, sí.

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“He visto pibes retados por los padres que salen de la cancha lloriqueando, cosas feas”, dice Muleiro.
 
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