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Sábado, 19 de agosto de 2006

CHICOS › TEATRO EN EL HOSPITAL DE PEDIATRIA

Un camino en el que se juntan arte y medicina

 Por Facundo Garcia

Entre las butacas hay títeres y sueros. Jonathan –doce años, silla de ruedas y ojitos corajudos– espera cerca del escenario para presenciar la segunda función teatral de su vida. Acaba de decirle a su mamá que quiere salir por un rato de la sala de internación para ver las obras que se presentan en la Sala Pepe Biondi del Hospital de Pediatría Ricardo Gutiérrez. Desde hace tres fines de semana se reúnen en el lugar chicos que están internados en alguna de las trescientas camas del edificio ubicado en Sánchez de Bustamante y Paraguay, en Capital. Asisten asimismo pibes que han tenido que ir a la guardia para resolver urgencias y por supuesto los familiares, que también precisan de la risa como si fuera oxígeno.

Mientras suenan las primeras carcajadas en la tarde helada del domingo, Jonathan se pasa despacito a la butaca y empieza a susurrar en voz baja, para no interrumpir: “Vine la vez pasada. Hoy volví porque me sentía bien y me parece que si me río va a ser mejor todavía”. Pocos días atrás el chico pidió a los médicos que evaluaran la posibilidad de cortarle una pierna que le está trayendo muchos problemas. La junta de profesionales aseguró a la madre que ésa podía ser una solución. “La decisión fue mía —cuenta– aunque no fue fácil. Entonces vengo acá y dejo afuera un montón de cosas de las que mejor ni acordarme.”

El proyecto de la Sala Pepe Biondi empezó a tomar fuerza cuando a fines de 2004 la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires sancionó la Ley 1458, que establece la puesta en marcha de un espacio cultural en el aula magna del hospital. El Centro Cultural San Martín aportó algunos insumos y la programación y equipamiento quedó a cargo del Programa Cultural en Barrios del Gobierno de la Ciudad. Aunque las obras se concretaron recién en julio de este año, hoy el escenario contribuye a aplacar las angustias de decenas de pacientes infantiles, que a veces pasan varios meses dentro de las instalaciones. En temporada invernal se suma la presencia de los cientos de niños que concurren a la guardia. Según la doctora María Cristina Galoppo, subdirectora a cargo del hospital, el emprendimiento se justifica porque “el desafío es plantear no sólo una recuperación física y psicológica del paciente, sino también luchar por su reinserción social. En esa tarea el arte viene a llenar un espacio importantísimo”.

Muchos chicos que llegan al hospital vienen de zonas humildes de la provincia de Buenos Aires. Viajan hasta tres horas junto a sus padres para esquivar las esperas interminables y los problemas sanitarios que encuentran en los centros de salud de la provincia. Por eso, muchos no han ido nunca antes al teatro. Es el caso de Marcos, que abraza a su mamá, Eva, con toda la fuerza que se puede tener a los tres años. Los dos son de José C. Paz, y aunque parezca una broma, conocieron lo que significa una puesta teatral a partir de la colestasis hepática de Marcos, que lo obliga a visitar el Gutiérrez con frecuencia. “Mi hijo pasó un año viviendo acá adentro –comenta Eva–. Después de ese tiempo les tenía miedo a todos los desconocidos y hasta a los globos. Muchas veces, en estos lugares, los nenes se sienten muy solos y son ‘desconectados del mundo’ por el simple hecho de estar enfermos, así que está muy bien que hagan algo que no los deje caer en esa desconfianza hacia todo lo que está afuera”, señala.

Se encienden las luces y los chicos se van con su trajín de juguetes y barbijos. Quedan los actores acomodando todo. Los titiriteros del Grupo Goyo y los Andariegos llevan sus mil personajes por colegios y villas; pero saben que la función que acaban de hacer es diferente. “Algunos nenes son enfermos terminales, y con esto podemos llevarles un poco de liberación. Y eso... me hace sentir útil como artista”, se emociona Goyo, que desarma el retablo por el que hace instantes pululaban los protagonistas de la obra El amor en tiempos de fantasmas. Luego se anima a compartir algunos pensamientos que lo persiguen desde que se propuso llevar su escenario a los sectores más vulnerables: “El arte debería formar parte del recetario médico, no solamente a través del hecho aislado de venir a ver un espectáculo, sino también provocando una reflexión extendida sobre qué fue lo que pasó durante esta hora en la que estuvimos todos juntos. Y sería interesante que la gente de afuera del hospital que se entera de este tipo de proyectos saliera de la ‘situación de espectador’ y empezara a participar más”.

En el siglo XIX, Friedrich Nietzsche vaticinó que algún día arte y medicina iban a dejar de considerarse disciplinas separadas. Sin haber leído ninguno de sus libros, el montón de personitas que vuelve a la cama lentamente parece tener la certeza de que, junto con los treinta o cuarenta minutos alegres que les dio la fantasía, se llevan un poco más de salud.

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Cada fin de semana, los niños internados y los que acuden a la guardia disfrutan la función.
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