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Martes, 7 de julio de 2009

DANZA › UN RECORRIDO POR LA DANZA CONTEMPORáNEA EN BUENOS AIRES

Para moverse cuando pase la gripe

Desde los maestros célebres como Noemí Coelho, Rodolfo Olguín y Mónica Fracchia, hasta quienes dan sus primeros pasos, pasando por aquellos que reformularon su carrera, decenas de propuestas intentan cautivar a los “balletómanos”. Repaso y actualización de una disciplina que no pierde el tiempo.

 Por Alina Mazzaferro

Cada año, con la llegada del invierno, se multiplican las propuestas de danza contemporánea que ofrecen las compañías independientes. Porque, para esta época, bailarines y coreógrafos ya tienen bien cocinado aquello que vienen preparando desde el retorno de las vacaciones de verano. Si para este receso de julio hay una gran incertidumbre respecto de lo que sucederá con los lugares públicos, los que permanezcan abiertos seguirán siendo los tradicionales refugios del frío que albergan a miles de espectadores –esta vez con barbijo y bien abrigados– y, para ellos, el menú en el campo de la danza autónoma será amplio y variado. Porque desde los maestros célebres como Noemí Coelho, Rodolfo Olguín, Mónica Fracchia, Roxana Grinstein o Gabriela Romero, hasta quienes recién comienzan a poner “las manos en la masa” –Marina Gubbay, Juan Onofri Barbato–, pasando por aquellos que han cambiado las recetas en los últimos años –Luciana Acuña, Fernando Tur, Luis Biasotto (tres miembros del diseminado grupo Krapp), Luis Garay–, todos pretenden deleitar al balletómano gourmet.

Para quien se anime a realizar una completa degustación de la cartelera porteña, he aquí un posible recorrido por el extenso menú de julio y agosto. El aperitivo: las propuestas experimentales e innovadoras de los jóvenes bailarines que, en los últimos tiempos, se han lanzado como coreógrafos. Marina Gubbay estrenó recientemente Derivada (ver aparte días, horarios y lugares de todas las obras); más que una pieza acabada, este unipersonal se presenta como un interesante ejercicio sobre el cuerpo: la intérprete Vanina Goldstein explora sus posibilidades musculares y motrices, utilizando movimientos cotidianos y familiares extrapolados de su contexto de origen, con algunos guiños de humor. Mayor repercusión ha tenido la propuesta de Juan Onofri Barbato. Este egresado del Taller de Danza Contemporánea del Teatro San Martín e intérprete de distintas obras de Luis Garay, Luis Biasotto y Exequiel Barreras, se destacó el año pasado en la dirección de Tualet. La pieza, que se repuso recientemente, fue una propuesta arriesgada, especialmente desde el punto de vista de la producción: dispositivos de video, techos y paredes móviles; en medio de ese espacio inestable y vertiginoso, dos bailarines –Sergio Maximiliano Villalba y Nicolás Poggi– despliegan un lenguaje físico igualmente extremo. Tualet obtuvo el premio Prodanza y fue seleccionada para participar próximamente en el VII Festival Internacional de Buenos Aires.

Para quienes deseen pasar directamente al plato principal, hay varias opciones de reconocidos coreógrafos dentro de este sabroso menú. En primer lugar, dos espectáculos que este año han tenido excelentes repercusiones: Maneries, de Luis Garay, y 124, de Fernando Tur. El colombiano Luis Garay es uno de los coreógrafos más célebres en el campo de la danza contemporánea de los últimos tiempos (Parto, Mein Liebster); en esta oportunidad se arriesga en un unipersonal en el que deja al desnudo –literalmente– a Florencia Vecino. Despojada de todo, en la puesta de Garay “no hay vestuarios, no hay objetos, no hay textos, no hay videos. Ahora, sólo necesitamos un cuerpo”, asegura el coreógrafo. Mientras tanto, Fernando Tur, compositor y miembro del grupo Krapp (responsable de la célebre Mendiolaza y la más reciente Olympica), es parte de una generación que renovó los aires de la danza contemporánea local. Ahora, independizado del grupo en el cual se formó, interpreta y dirige junto a tres actores –Cecilia Blanco, Javier Drolas, Agustín Repetto– 124, una obra de teatro-danza en la que se emplean una vez más los recursos de Krapp –el dinamismo, los cuerpos arrojados a situaciones absurdas–.

Otra ex Krapp también tiene su proyecto propio en cartel: en B, un basquetbolista profesional, un actor que jugó al básquet hasta los 17 años y ella, que jamás practicó ese deporte, se encuentran para batirse frente a un aro. Asimismo, se destacan una promesa, una reposición y un estreno: en primer lugar, habrá que seguir las andanzas de otro chico Krapp, Luis Biasotto, que posiblemente reponga Octubre (que acaba de bajar de cartel) en una nueva sala, mientras cocina un nuevo proyecto junto a Acuña. El regreso es el de Saña –nominada al premio Trinidad Guevara 2008–, el cierre de la trilogía que Carlos Trunsky inició con Incandescente y Voraz, con el objetivo de investigar acerca de la violencia en los vínculos entre el hombre y la mujer. Romina Mancini, María Kuhmichel, Emanuel Ludueña, Ramiro Soñez e Ignacio Monná forman parte de esta batalla coreográfica, creación de este joven iniciado en las filas del ballet estable del Colón que, paradójicamente, es en la actualidad uno de los principales referentes de la danza contemporánea local.

Mientras tanto, el estreno esperado es el de Roxana Grinstein, que desde 2005 no lanzaba ningún espectáculo nuevo con El Escote “porque estuve trabajando en Prodanza y coreografié para la compañía del San Martín y la de Tucumán”, enumera ella. Y si bien El Escote estuvo de gira por Berlín y San Pablo en los últimos tiempos, Grinstein confiesa que ya tenía muchas ganas de quedarse en casa para amasar algo nuevo en la propia cocina. “Al ras es una obra absolutamente de movimiento, con una música con olor a ciertas melodías judaicas, inspirada en un lema: ‘No vale que corras cuando el incendio va contigo’”, anticipa la coreógrafa.

Para terminar el recorrido, qué mejor que elegir aquello que tienta a cualquier goloso de la danza: un espectáculo con muchos intérpretes en escena y gran despliegue coreográfico (lo que en la época del auge de la danza-teatro y de la escasez de recursos cada vez se ve menos), de esos que contagian las ganas de bailar y se disfrutan con seguridad, como las propuestas de Mónica Fracchia o de Noemí Coelho y Rodolfo Olguín. Fracchia, ex miembro del primer ballet del TGSM fundado en 1977 y directora de la compañía Castadiva, que creó en 1998, viene hace tiempo trabajando en una línea que cruza la danza con la problemática social: en Sudakas tematizó la cuestión latinoamericana, en Febo Asoma se inmiscuyó en la “argentinidad”, en Fechas Patrias desplegó su mirada sobre la historia nacional, haciendo foco en la última dictadura militar. En esta oportunidad, la coreógrafa estrena Ramos Generales, “una suerte de manifiesto ecologista –dice– donde la basura tecnológica es reciclada para su utilización artística. Todo el material empleado en la puesta escénica, vestuario, escenografía, utilería, ha sido dado de baja para su función específica. De esta manera, reinventamos la funcionalidad del desperdicio electrónico. Proponemos un espacio escénico donde la tecnología en desuso, obsoleta, es reciclada para el arte”. Entre heladeras, cocinas, tablas de planchar, monitores de computadoras o viejos televisores, lavarropas y demás electrodomésticos (que, además, serán utilizados a modo de instrumentos musicales por los intérpretes), la compañía de Fracchia despliega su potencial, siempre en un código coreográfico heredero de la escuela de Jennifer Müller.

Una última propuesta cierra esta carta de manjares coreográficos: Noemí Coelho y Rodolfo Olguín, los más antiguos maestros de este suculento menú, de esos que se formaban primero en el Instituto Superior del Teatro Colón y luego conocían la danza moderna en contextos internacionales, regresan con su Modern Jazz Ballet, para presentar tres números: Recuerdos, de Coelho, con música de Astor Piazzolla; La piel del amor, de Olguín, ambas estructuradas a partir de una temática común –las relaciones afectivas entre el hombre y la mujer–, y finalmente We dance jazz, compuesta por el dúo sobre música de Courtney Pine y Mile Davis, un homenaje a este género abandonado en la escena coreográfica local.

Claro que el menú no es fijo, y quien así lo quiera podrá armar su propio combo: Senderos de la corteza, de Gabriela Romero, presentada en el último festival Cocoa, se repuso el domingo y ahora está sujeta a las restricciones generales. También Alejandro Ibarra, egresado del taller de danza del TGSM, perfeccionado en Estados Unidos en comedia musical y ganador en 2008 de la beca de jóvenes coreógrafos de la Fundación Julio Bocca, regresa con Feliz. Una propuesta atractiva es la del grupo No se llama: en Aspera y sensible se invita al espectador a recorrer una casona de Parque Lezama, eligiendo dónde, cómo y qué contemplar. Las jóvenes Soledad Gutiérrez y Milena Burnell tendrán la oportunidad de presentar Tris, su tesis de graduación en la Licenciatura de Composición Coreográfica, en un programa compartido con Silvina Linzuain, a cargo de Proyecto vacío. Obras picantes y otras con menos condimento, recetas infalibles versus menjunjes arriesgados, algunas más digeribles que otras, algunas que tienen sabor a poco y otras que dejan al espectador con ganas de más. Lo importante es que, una vez más, en materia de danza, la cartelera porteña se engrosa cuando llega al frío. Y coreógrafos y bailarines que copan las salas de la ciudad esperan para este invierno, si la gripe lo permite, una audiencia bien hambrienta de cultura, que devore espectáculos autogestivos e independientes.

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El Modern Jazz Ballet presenta tres números.
 
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