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Lunes, 22 de agosto de 2011

CULTURA › JORGE COSCIA PRESENTA MAñANA LA ENCRUCIJADA DEL BICENTENARIO, SU NUEVO LIBRO

“Valoro el coraje de artistas que defienden este proyecto”

El secretario de Cultura de la Nación habla del libro que continúa la serie de Del estallido a la esperanza y La esperanza sitiada, pero también analiza el modo en que el proceso cultural diferencia al kirchnerismo del peronismo clásico.

 Por Cristian Vitale

Jorge Coscia se sienta y cruza las piernas. Tiene el rostro de Perón dibujado en un plato que lo mira por izquierda, y una moderada cantidad de adornos delante, en la oficina de la Secretaría de Cultura de la Nación que dirige desde hace dos años. Es mediodía, llovizna y el cineasta y ex diputado nacional está en los prolegómenos de presentar en público, mañana en el bar de la librería Ateneo (Santa Fe 1860), su tercer libro: La encrucijada del Bicentenario (Ediciones Continente), un compendio sistematizado de intervenciones públicas en seminarios, conferencias, mesas de debate y presentaciones de programas, que realizó durante lo breve e intenso de su gestión hasta hoy, más el valor agregado que implica poner todo en proyección histórica. “Es como incorporar aportes del pensamiento nacional, en constante actualización”, resume él, en foco con su sino. La encrucijada del Bicentenario representa también la tercera parte de una trilogía que comenzó en 2005 con Del estallido a la esperanza y prosiguió con La esperanza sitiada, basado en una serie de debates y ensayos breves sobre el período que va de 2005 hasta la crisis agraria que intentó poner en jaque al gobierno nacional. “Por suerte eso no pasó y no resultó necesario volver a mencionar la palabra esperanza”, dice.

–¿Qué fue lo necesario, entonces?

–Diría que es un libro histórico político que plantea la existencia de una encrucijada, un cruce de caminos con dobles alternativas y opciones contradictorias. Lo planteo en perspectiva histórica porque en Argentina no se vive todo el tiempo en encrucijadas, sólo en algunos momentos: las primeras elecciones libres en 1916, el golpe de 1930, el 17 de octubre del ’45, el ’55, el ’76, ¿no?, son dilemas, algunos más intensos que otros.

–Aunque matizada por el último resultado electoral, esta etapa entra dentro de lo que usted plantea como encrucijada. ¿Cuál es su nivel de intensidad?

–Intensa (risas). Lo planteo así, entendiendo que la política es el último tramo de la historia, y que la historia es el tramo más amplio de la política. La encrucijada está planteada en el proceso electoral, porque lo interesante del período es que es el más pacífico de la historia Argentina, el menos violento. Hay una encrucijada que no se está resolviendo en términos violentos.

–¿Lo piensa como efecto de un contexto internacional que no incita un estado de violencia reaccionaria en Argentina, o por canales institucionales internos que están funcionando “al revés” que en períodos anteriores?

–Porque la política de derechos humanos se expande a la política de Estado. Uno mira hacia atrás y nuestra historia ha sido dolorosa: dictaduras, represión, fusilamientos, bombardeos, de manera que es valorable que exista un período tan poco violento como parte de una política pública.

–No hay violencia explícita pero sí sutil, mediática. Tal vez una transformación en la estrategia de los sectores que se resisten a una Argentina inclusiva.

–Son otras herramientas, pero estoy seguro de que el proyecto de las cien mil familias puede no vacilar, se expresa en los discursos de la Sociedad Rural cada vez que hay una dictadura o un gobierno popular. O en el silencio. O en el respaldo a determinados modelos económicos que afectan a la mayoría de la población. A ver, si analizamos lo que caracteriza esta etapa es que es conflictiva. Hay una conflictividad permanente, porque no hay sociedad sin conflicto. Y es algo que el kirchnerismo ha asumido, ¿no?, porque muchas veces, y esto viene del discurso único y del fin de la historia, se soñó con una sociedad sin conflictos, donde el mundo estaba bajo la hegemonía plena del mercado y de los poderes económicos financieros. Esa utopía del discurso único era la anulación del conflicto y lo que estamos viviendo en Argentina hoy es lo contrario: es un asumir los conflictos, ponerlos en la superficie e intentar resolverlos. Ahí aparecen derechos humanos, asignación universal, ley de medios audiovisuales, FMI, fondos de pensión, políticas sociales aplicadas o políticas de seguridad que no plantean la represión. El Gobierno no ha asumido el conflicto aparente, ha asumido el conflicto de fondo que genera al aparente. Hubo otros gobiernos que soñaron con una sociedad sin conflictos ¿y qué pasó...? Fue como querer tapar un volcán con las manos.

–¿Cómo se acompaña este proceso de visibilización de la conflictividad desde el área que le compete?

–El área cultural tiene muchas facetas, tal vez sea el área de gobierno con mayor diversidad: elencos estables, coros, orquestas sinfónicas, museos, institutos... en fin, en lo central uno debe cohabitar con el viejo modelo que fue el que construyó el 90 por ciento de los espacios culturales al norte de la avenida Santa Fe. Claro, para nosotros es un valor, ¡no vamos a cerrar el Museo de Bellas Artes...! eso responde a un diseño de décadas, el de la construcción de la cultura a partir de la hegemonía cultural de una elite, que era la de las 100 mil familias que mandaron en el país durante mucho tiempo. Nosotros creemos que, además de mantener funcionando esas estructuras, hay que ampliar al campo popular. Nos planteamos con mucho vigor la inclusión del modelo de la cultura popular, con sentido social. Por ejemplo, abrir una casa del Bicentenario en la villa XXI, o en varios pueblos de las provincias. El eje es tomar la cultura como un derecho humano esencial, porque la salud, la vivienda y la educación configuran un piso, pero los seres humanos no vivimos sólo para saber leer y escribir, estar sanos o habitar en espacios dignos... estamos para más, porque somos el único animal cultural del planeta.

–En el libro trata, en perspectiva histórica, la conexión entre peronismo y cultura, algo que la reacción intentó instalar en el imaginario como un oxímoron.

–Es un tema que me ha obsesionado siempre. Yo creo que el peronismo generó una revolución que tiene una naturaleza cultural, porque interviene en el cambio de vida social. Establece derechos humanos esenciales como el del salario digno, el trabajo, las vacaciones, la voluntad soberana, un montón de paradigmas que van a contramano de la Argentina de las minorías. Establece el acceso a la cultura de sectores que eran invisibles antes del ‘45, en suma. Ahora, hay una contradicción en las políticas culturales de ese peronismo.

–Lo marcó Jauretche en su momento.

–Sí, por eso haríamos mal en hacer una reivindicación plena. Las políticas culturales de fondo del peronismo estuvieron más ligadas a las políticas sociales y económicas, pero ojo, también hay que ser benévolos por la época. El peronismo tuvo referentes culturales que fueron excepción, porque la mayor parte del establishment cultural de la época fue antiperonista. Tardás un minuto en nombrar a Marechal, Scalabrini, Jauretche, Discépolo, Manzi, Del Carril, referentes magníficos a quienes les tocó una etapa muy difícil... son hombres que pusieron el cuerpo y la pasaron mal por defender un proyecto y que, incluso, no fueron bien tratados por la burocracia del peronismo. El mismo Perón no logra comprender la formidable herramienta que hubiera sido una política cultural más abierta, pero era muy difícil.

–Tal vez porque esa idea de cultura “iluminada”, elitista, era una de las banderas de la oposición. Visto en perspectiva, tal vez no se podía construir una alternativa a esa hegemonía “europea y civilizada”, aún...

–Jauretche le había dicho a Perón que el hueso más duro de roer iban a ser los sectores medios, que estaban colonizados pedagógicamente. Yo siempre digo que el mayor éxito de las 20 mil familias hegemónicas ha sido tener millones de tipos de su lado que no tienen nada que ver con ellas, económicamente. Hay que sacarse el sombrero con bronca ante eso: la marcha de la Constitución y la libertad en septiembre del ’45, la plaza llena del ’55, en fin, a Perón le toca una Argentina en la que está muy arraigado en los sectores altos el modelo del “dice La Nación”, “dice La Prensa”. Jauretche ve esto y lo tiene claro porque está en la vanguardia de ese debate, ya conoce el medio pelo y una Universidad isla, contraria a los intereses populares.

–En los antípodas de las demandas o el sentir del movimiento obrero.

–La izquierda, que controlaba la FUBA, tenía una política claramente ligada al Pacto de Yalta. Excepto ciertos grupos trotskistas independientes, que después adherirían a la izquierda nacional, la izquierda tradicional les decía a los obreros de los frigoríficos que no jodieran, porque había que mandarles carne a las fuerzas de la libertad que luchaban en Europa, y los estudiantes confunden a Perón con Mussolini, cuando Mussolini y Franco se dedicaban a reprimir y matar obreros. Esa gran confusión histórico cultural le costó mucho al país.

–Se abrieron muchos frentes: lo económico y lo social, que ese primer peronismo privilegió ante otros... digamos que, revisionistas de por medio, el peronismo kirchnerista tiene una ventaja de 60 años.

–El kirchnerismo es una etapa superadora, sí, pero, cuando uno habla de peronismo, lo tiene que comparar con los gobiernos de esos tiempos: Stalin y sus millones de muertos, Franco y EE.UU., la supuesta democracia ejemplar, donde los negros no podían viajar con los blancos y McCarthy que reprimía cualquier expresión de izquierda: ¿dónde estaba la democracia? Perón era un león vegetariano comparado con los demás liderazgos de la época. Es curioso que tipos que acusaban a Perón de dictador apoyaran a Stalin, a la Francia represora o al Estados Unidos discriminador. Apoyaban, en definitiva, una idea de libertad inexistente en el planeta... una gran falencia.

Coscia nació en Flores. Tenía tres años cuando bombardearon Plaza de Mayo, en 1955. Mucho antes de egresar del Centro de Experimentación y Realización Cinematográfica, tuvo su primera experiencia militante en el FIP, el Frente de Izquierda Popular que motorizaba Jorge Abelardo Ramos. Y lo relee con la memoria: “Creo que le debemos al Colorado el hecho de haber ordenado la historia argentina proponiendo un revisionismo superador del revisionismo clásico. No entra en el peronismo porque tiene la utopía de la construcción del partido de la clase obrera, pero aporta claridad a un movimiento que es como una casa contenedora, ¿no?, con una amplitud de la que se desprenden algunas ramas que, por estar lejos de la raíz, terminan secándose. Algunos dicen que son peronistas y defienden a la Sociedad Rural, bueno, no entienden nada, ¡vayan a los libros!, esa idea del Perón conciliador no va... Perón es un hombre conflictivo, tal vez el más del siglo XX”.

–Basta con revisar, además de las afrentas permanentes de su primer gobierno, la correspondencia que envía a sus representantes en el país entre el ’56 y el ’72...

–Sí. Y cuando vuelve al país parece conciliador porque tiene más del 60 por ciento de los votos. Repara en esos votos y dice “arreglemos”, pero todo su primer gobierno es muy conflictivo y tuvo una tolerancia admirable: los atentados contra su persona, la bomba en el subte de Plaza de Mayo, el intento de golpe de Menéndez... si un represor es un tipo que no fusiló a nadie con la violencia que se ejerció contra él y el pueblo, bueno, no se entiende nada.

–¿Cómo fue procesando esta historia que cuenta, a través del lente de un director de cine? Usted plantea el relato como una película, un guión.

–Yo primero hice política y después cine, y cuando hice cine siempre tuve una obsesión. En todas mis películas, aun en su diversidad, está la identidad, lo difícil que es la construcción de identidad en Argentina: Mirta de Liniers a Estambul, Canción desesperada, Luca vive, en fin, todos fenómenos exóticos de identidad en permanente construcción, ¿no? como los santiagueños, que tomaron tres bases musicales distintas (españolas, indias y negras) y generaron esa maravilla que es la chacarera. Me parece que esa es la verdadera identidad, no la de una de tradición congelada y muerta.

–Tal vez sea una paradoja, pero uno de sus colegas en ese cine que observa, indaga y busca una identidad en medio de cambios permanentes y que incursionó en política, Pino Solanas, se para en lo antípodas del proyecto que usted apoya. Sus películas, además, han contribuido enormemente a mantener en el imaginario la idea de una emancipación nacional y popular. ¿Cómo lo entiende?

–Yo amo El exilio de Gardel, La hora de los hornos y Los hijos de Fierro. No voy a responder específicamente sobre él, pero digo que las polémicas no se dan siempre uno contra otro, a veces los hombres polemizan consigo mismos... es una idea absurda pensar que todos los hombres piensan igual toda la vida: Alberdi pasó de ser un liberal a enfrentar a Mitre en la guerra de la triple alianza; Perón, de ser un soldado obediente del ejército de Justo a convaertirse en el hombre más revolucionario del siglo, hemos visto a Lugones transformarse de socialista en ultramontano que avaló la hora de la espada.

–Y engendró al creador de la picana...

–Y tuvo una nieta montonera. Creo que le puede pasar a cualquiera y me parece que Pino cree que no ha cambiado... me parece que se está perdiendo la oportunidad de acompañar, porque puede no acompañarse un proyecto incondicionalmente, pero sí críticamente... es una pena que no haya entendido que entre blanco y negro hay una gama de colores, y no soy yo para develar las razones. El va a ser recordado siempre por su magnífico cine. Si le perdonamos a Borges actitudes reaccionarias en nombre de su prosa, bueno...

–Al revés que Marechal. Su caso es paradigmático porque fue un escritor que, pese a su erudición, su conocimiento del lenguaje, la filosofía y la sociedad y su imaginación literaria estaba sin dudas a la altura de Borges, los “hegemónicos” lo borraron de la escena después del golpe del ’55.

–El poeta depuesto, sí. Sigue siendo así. Si un escritor, por ejemplo, se atreve a adherir a este proyecto, seguramente no va a ser muy bien tratado por ciertas páginas literarias. Yo valoro el coraje de los artistas que defienden este proyecto sabiendo el riesgo que corren, que pueden pagar un precio muy alto. El lugar más cómodo en la cultura es estar con el establishment cultural...

–Tal vez más solapado, hoy.

–Nosotros empezamos un proyecto inclusivo. No vamos a excluir a nadie. No nos planteamos que Sarlo o Aguinis dejen de escribir... no tenemos el dedo largo, sólo queremos incluir a los que han estado excluidos durante mucho tiempo. Hay una desnacionalización de las editoriales, hay una concentración de la comunicación que asfixia nuevas vertientes y somete al juicio de muy pocos la valoración del arte... nosotros somos la inclusión: dedo corto y mano abierta para empujar. Nos gustan la diferencia, el debate y la diversidad, e incluso hemos leído a Borges mejor que muchos otros.

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“El área cultural tiene muchas facetas, tal vez sea el área de gobierno con mayor diversidad”, sostiene Coscia.
Imagen: Bernardino Avila
 
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