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Viernes, 14 de diciembre de 2012

CULTURA › EL EMOCIONANTE CONCIERTO QUE CERRO LA MUESTRA SPINETTA. LOS LIBROS DE LA BUENA MEMORIA

Banda efímera para canciones eternas

La explanada de la Biblioteca desbordó de gente que, imposibilitada de acceder a la sala Borges, asistió al desfile al que convocaron Claudio Cardone y el Mono Fontana, y en el que prestaron sus instrumentos varios músicos que pasaron por las bandas del Flaco.

 Por Cristian Vitale

No habrá palabras esta vez. No las habrá, excepto las atinadas de Eduardo Martí que, hacia el final de la jornada y con una yunta de quince monstruos de la música rodeándolo, resalta el trabajo de Claudio Cardone y el Mono Fontana. “Se calzaron una mochila terrible, estuvieron laburando a full, y eso demuestra dos cosas: el amor que sienten por Luis y el respeto que tienen por su música”, dice el fotógrafo curador de Los libros de la buena memoria, la muestra homenaje a Luis Alberto Spinetta que convocó a más de 20 mil personas en la Biblioteca Nacional, y que el miércoles llegó a su fin. Esa “mochila terrible”, entonces, no representa más que el trabajo de arreglos y dirección que ambos tecladistas hicieron sobre obras de Luis de todos los tiempos, la muy cuidada intervención del dúo en las canciones que sonaron (reproducidas por varios de los músicos que orbitaron en torno del planeta Spinetta en sus diferentes fases) para los árboles, las estrellas, el cosmos y la gente, la mucha gente que desbordó el auditorio Borges (hubo que repetir el concierto) y la inmensa explanada Saer.

Una “mochila terrible” que una banda poblada e itinerante fue abriendo, puliendo y vaciando en un devenir imparable de sonidos con piezas que sucedieron imbricadas, deformadas o calcadas. Largas, medianas o cortas. Apenas fragmentos, a veces, como en la secuencia “Algo flota en la laguna” (Desatormentándonos, Pescado Rabioso)-“Cristálida”-“Madre selva”-“Credulidad” (Pescado II) que Leo Sujatovich en las teclas, Martín García Reinoso en guitarra, Gustavo Spinetta en batería, Machi Rufino en bajo, Javier Malosetti en guitarra-bajo y el tándem Cardone-Fontana entregan en honor a Pescado Rabioso, en no más de cuatro minutos. U otros fragmentos tan breves como flechas de belleza clavadas en el corazón, que había que cazar al vuelo antes que una melodía se imbricara en otra, como “Por” (Artaud)-“Durazno Sangrando” (Invisible). O pasajes más desarrollados, intensos, como la tremenda recreación de “Parvas”, lejana gema de Almendra II con Rodolfo García en batería y Machi Rufino al bajo.

Una especie de cabecita calesita musical, al cabo, de la que todos los músicos suben y bajan sin solución de continuidad. Como ocurre en otro pasaje, por caso, con la irrupción de Lito Epumer en guitarra y Héctor “Pomo” Lorenzo en batería para jazzear a morir bajo los ejes abismales de “Con la sombra de tu aliado” (Alma de diamante, Jade), la preciosa melodía de “Era de uranio” (Bajo Belgrano, Jade), o “Ludmila”, que Epumer tenía atada desde que Luis lo participó de Madre en años luz, último disco de aquella banda tan clave como todas en el largo día del vivir spinetteano. Momento alto, además, en el que el descendiente de ranqueles hace chillar la viola como un Hendrix jazzero y motiva calurosísimos aplausos, justo al momento del crepúsculo.

La dinámica de rotación típica de las jam session no da descanso al ojo ni al oído. Las melodías se sugieren, entrelazan y desenlazan. A veces aparece la voz de Luis y se esfuma rápidamente. De repente se baja Pomo. Se bajan Sujatovich y Epumer. Y suben Jota Morelli, Guille Arrom y Fito Páez y, a tres teclas –Páez/Fontana/Cardone– emerge, tras una efímera y hermosa secuencia de “Un niño nace” (La La La), una tan reformada como excelente versión de “Jabalíes Conejines”, pieza también sublime del disco doble grabado por Spinetta-Páez. Ya sin Fito, sucede “Ropa Violeta” (Privé) revestida con un fulminante ataque de viola a cargo de Ulises Butrón, guitarrista original de aquel disco, del cual también suena un rato de “Pobre amor, llamenló” hasta que un 2, 3, 4 en la voz de Spinetta –que el Mono lanza desde su sinte– se ofrece de separador para empalmar con “Tres llaves” (Téster de violencia) y una sosegada visita a “Cielo de ti” (Pelusón of milk), que Malosetti abrillanta sentado con su bajo-guitarra de doble mango. Enseguida, con foco en Marcelo Torres y su bajo, el péndulo spinetteano se corre hacia Los Socios del Desierto en Estrelicia (“Tu nombre sobre mi nombre”, “Mi sueño de hoy”) y, otra vez con Sujatovich al teclado, Epumer, el incendiario Baltasar Comotto en guitarra y Sergio Verdinelli, baterista del último Spinetta –más todos los demás músicos– ocurre la extensa y contundente estocada final: “La herida de París”, una apoteótica zapada en llamas del clásico de Los niños que escriben en el cielo (Jade), que deja a todos extasiados.

“Esta no es una banda eterna, es una banda que va a desaparecer esta noche, es la banda más efímera del mundo”, había dicho Martí, en otro fugaz pasaje hablado –el del inicio– y los músicos cumplieron largamente con la idea. El epílogo fue un cenit de belleza: “Quedándote o yéndote” (Kamikaze), coreada por todo el público, el de adentro y el de afuera, y con el eco retumbando en un legado que el devenir del arte se hará cargo de mantener por siempre presente. Esa “voz que responde por ti, por mí”. Por todos.

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El concierto instrumental abarcó todas las etapas de la larga carrera de Spinetta, desde 1969.
Imagen: Luciana Granovsky
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