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Miércoles, 14 de enero de 2015

CULTURA › DIEGO GOLOMBEK HABLA DE SU LIBRO LAS NEURONAS DE DIOS

Una mirada científica sobre la religión

El biólogo y divulgador científico publicó un trabajo destinado a estudiar las religiones más que a subestimarlas. “Al ser las creencias un fenómeno tan universal, vale la hipótesis de que tengan un origen biológico”, plantea.

 Por Cristian Vitale

Ríos de tinta –y sangre, claro– han corrido en la historia del hombre sobre un dilema que, planteado en blanco y negro, difícilmente pueda ser zanjado: ciencia versus religión. Lo primero que hace Diego Golombek para desmarcarse de tal dicotomía, y tornar más liviano el devenir de Las neuronas de Dios (Siglo Veintiuno) es plantearlas como irreconciliables, tan agua y aceite como la fe y la razón. “En general, no se tocan”, afirma en la introducción y luego desarrolla ante Página/12: “En lugar de sumarme a la moda de enfrentar ciencia y religión, quise contar una ciencia ‘de’ la religión, que me parece más interesante y fructífero”, enmarca él, sobre las 212 páginas que engloban un interesante trabajo científico –con todo el rigor que ello implica– destinado precisamente a estudiar las religiones, más que a subestimarlas. A preguntarse –por caso– por qué, en pleno siglo XXI, la gran mayoría de la gente sigue creyendo en algo o alguien superior.

“Me interesa contar la ciencia de la vida cotidiana, y está claro que para la enorme mayoría de la gente la religión es un fenómeno cotidiano y que se da por hecho sin cuestionamientos. Al ser las creencias un fenómeno tan universal, vale la hipótesis de que no solamente se basen en un fenómeno cultural, sino que también tengan un origen biológico, específicamente relacionado con la activación de áreas del cerebro”, se adentra este biólogo (de los que divulgan) nacido hace cincuenta años en Buenos Aires y entreverado en una infinidad de quehaceres, entre la docencia en la Universidad de Quilmes, la investigación del Conicet o la conducción de programas de tv como El cerebro y yo, en Canal Encuentro.

–La ciencia y la religión no se chocan, y eso no se discute, entonces...

–Cuando se chocan, suele no ser para bien, porque se basan en preceptos completamente opuestos: la evidencia y la fe, que son irreconciliables. Sí pueden mirarse y creo que es lo de más saludable. De hecho, en el libro intento una mirada científica sobre el fenómeno religioso.

–El título lo dice todo, en este sentido.

–Es un juego que no remite a las neuronas “de” un posible dios (de cuya existencia no trato en absoluto en el texto), sino de nuestras neuronas que se activan frente a la creencia en lo sobrenatural y la idea de dios o algo superior.

–Cita de la página 47: “Nuestro cerebro construye la realidad”. Como fuere, y con toda tolerancia posible, el sustrato de su análisis da una especie de determinismo biológico. ¿Podría salir de ahí e imaginar una refutación “seria” a tal posición o es algo totalmente inviable?

–Como diría el gran divulgador español Jorge Wagensberg, he aquí dos buenas hipótesis: la realidad existe y yo soy capaz de comprenderla. Y sobre esas hipótesis se construye toda la ciencia moderna. La realidad está allí, pero la única forma que tenemos de percibirla es a través de nuestros sentidos y nuestro cerebro, que resulta que en muchas ocasiones son bastante poco fiables y filtran la información de diversas maneras. Hay tantas realidades subjetivas como cerebros y sentidos. En cuanto al determinismo, me parece que está claro que somos la mezcla de dos cosas: lo que traemos de fábrica, lo biológico y, en cierta forma, predeterminado, y lo que hacemos con lo que traemos de fábrica: el ambiente, la cultura, lo que comemos, etc. No tiene sentido entendernos sólo desde uno de estos aspectos.

–¿Es un axioma que las neuronas estén en el origen de las creencias religiosas o puede ser, aún hoy, terreno de debate?

–Debemos separar el tema de las creencias en lo sobrenatural, que sí parecen ser un fenómeno biológico y, más aún, neuronal, del de la religión, que es la organización social/cultural de las creencias. La parte religiosa, junto con sus jerarquías, sus preceptos éticos y demás, es y debe ser terreno de debate. La base neurocientífica de las creencias no es terreno de debate, sino de investigación. Lo interesante aquí es que, si creer es natural, ¿qué pasa con los ateos? En este sentido, la no creencia debiera ser un fenómeno cultural, algo que se aprende y que debe sobrepasar nuestra tendencia innata.

–Pero lo sobrenatural y la religión sí se tocan.

–Tienen en común la idea de “creer”, que tendría una base común en la actividad cerebral. En la base de las creencias religiosas está la idea de lo sobrenatural, a lo que se suman los rituales, actividades devocionales y organización jerárquica propias de cada religión en particular.

–¿Usted fue o es creyente?

–Si la creencia en lo sobrenatural es efectivamente un fenómeno innato y hereditario, es obvio que todos los niños deberían ser creyentes, y yo no era la excepción. Como corresponde, hablaba con mi dios personal, y con héroes y monstruos, para no ser menos.

Al rigor científico, Golombek le incorpora un factor “rockero” que torna dinámico y entretenido su análisis. Cita títulos o frases de canciones del palo. “Superstición: siempre soñar, nunca creer, eso es lo que mata tu amor” (de Luis Alberto Spinetta) para abordar las ilusiones, por caso, u “Hoy paso el tiempo, demoliendo genes” (jueguito de palabras sobre el clásico de Charly García) para hablar de lo hereditario de la religiosidad. “Se trata de ‘desacralizar’ la presentación de un tema científico sin perder el rigor. Algo así como endurecerse pero sin perder la ternura. Una vez que el rigor científico esté asegurado, viene la literatura. Y como me gusta mucho el rock argentino, y lo considero muy cercano, es un lindo recurso para que la ciencia se pueda leer de manera apasionada, espero”, explica Golombek, que acaba de recibir un premio IgNobel por un trabajo sobre viagra y hamsters, y prepara el regreso de Proyecto G para la próxima temporada de Encuentro.

–En varios lugares del libro hace hincapié en la utilidad de religiones y creencias para una mejor “adaptación” humana.

–Seguramente la creencia en lo sobrenatural resultó adaptativa en dos sentidos. Por un lado, una especie de “creer por las dudas” y salir corriendo si era necesario. Por otro, está claro que la religión es un factor de cohesión comunitaria, que da un sentido de pertenencia, de solidaridad y poder social.

–Incluso en el sentido de la felicidad y el bienestar.

–A diferencia de la ciencia, que suele llenarnos de preguntas, las religiones se especializan en dar respuestas, lo cual indudablemente nos resulta más cómodo, y ayuda a disipar angustias existenciales, entre las que se destaca el miedo a la muerte, claro. Hay evidencias de que las personas religiosas tienen índices más altos de felicidad e, incluso, que podrían vivir más, aunque obviamente para esta afirmación temeraria se requieren muchos más datos.

–Cita de la página 59: “El asunto es que algunos aspectos de la moral también parecen venir de fábrica; tenemos algún sentido innato de lo que está bien y lo que está mal”. ¿Cómo se entendería esto, por ejemplo, en un marco histórico como el de las sociedades andinas prehispánicas que sacrificaban niños en las alturas para agradecer o pedirles cosas a los dioses?

–Al enfatizar el aspecto biológico de algunas de nuestras acciones o cualidades no intento negar sus bases culturales o históricas. Pero en experimentos con bebés está claro que hay un sentido del “bien” y del “mal” que parece preceder a la cultura. Observaciones en animales, especialmente en simios, también dan cuenta de esta propensión innata y evolutiva a un sentido moral.

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“La base neurocientífica de las creencias no es terreno de debate, sino de investigación”, afirma Golombek.
 
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