Durante décadas, fue toda una figura como actor, director de cine, teatro y televisión, y también como régisseur de ópera y funcionario cultural. Pero los primeros cables que dieron cuenta de la muerte de Sergio Renán –a los 82 años, de un cáncer de laringe, en la madrugada del viernes para el sábado– destacaron básicamente dos hitos: la candidatura al Oscar de Hollywood por La tregua (1974), la primera del cine nacional, y la controvertida realización del documental La fiesta de todos (1979), sobre el Mundial ’78, filmado en plena dictadura militar, un estigma del cual nunca se pudo desprender. Entre ambos extremos, Renán fue autor de una obra tan amplia, compleja y contradictoria como lo pudo ser la de un hombre que abarcó diversas disciplinas artísticas y que durante buena parte de su vida le tocó trabajar, como tantos, bajo dictaduras militares y democracias fugaces, tuteladas o precarias.

Tenía poco más 18 años cuando empezó a tomar clases de actuación con la legendaria Hedy Crilla, que según el mismo Renán contaba no le veía mucho futuro como actor, porque “pensaba demasiado”. Nacido el 30 de enero de 1933 como Samuel Kohan, hijo de gauchos judíos llegados a Entre Ríos, ya de chico era un lector voraz y fue adquiriendo una vastísima cultura. Pese a la opinión de su maestra, empezó a frecuentar los escenarios y a comienzos de los años ‘60 hizo sus primeros protagónicos como actor de cine, notoriamente en El perseguidor (1962), de Osías Wilenski, sobre el cuento de Julio Cortázar inspirado en Charlie Parker, y La cifra impar (1962) y Circe (1964), de Manuel Antín, los tres títulos clave del nuevo cine argentino de aquel momento. Por aquella época también trabajó en papeles secundarios para Leopoldo Torre Nilsson, quien en 1973 le confió el famoso rufián melancólico de su versión de Los siete locos de Arlt, un personaje con el que siempre quedaría asociado.

Para entonces, Renán ya era también un reconocido director de teatro, desde su recordada puesta, en 1970, de Las criadas, de Jean Genet, a las que le siguieron, entre muchas otras, Casa de muñecas, de Ibsen, Sabor a miel, de Shelagh Delaney, Ha llegado un inspector, de Priestley, Variaciones enigmáticas, de Eric-Emmanuel Schmitt, La profesión de la señora Warren, de Shaw, y Un enemigo del pueblo, de Ibsen. En su doble condición de actor y director, pueden mencionarse sus creaciones de La vuelta al hogar, de Harold Pinter, Hijos del silencio, de Mark Medoff, y su versión del Drácula de Bram Stoker. En 2013, Incendios, que revisaba la guerra civil en el Líbano a partir de la vida del escritor Wajdi Mouawad, fue su última puesta teatral.

En 1974, Renán debutó como director de cine con La tregua, basada en la novela de Mario Benedetti, que él mismo adaptó junto a Aída Bortnik, y para la cual convocó a un elenco integrado por grandes figuras de la época: Héctor Alterio, Ana María Picchio, Marilina Ross, Luis Brandoni, Oscar Martínez, Walter Vidarte, Cipe Lincovsky y Carlos Carella. La película tuvo más de dos millones de espectadores, fue candidata al Oscar al mejor film extranjero y perdió contra Amarcord, de Federico Fellini, lo que no puede considerarse un deshonor, precisamente.

Nada más volver de Hollywood, sin embargo, Renán se enteró de que estaba amenazado de muerte por la tristemente célebre Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), pero igualmente decidió quedarse en el país. Es más, su siguiente película fue Crecer de golpe, filmada en 1976 y estrenada en 1977, en plena dictadura militar, lo que resulta paradójico, considerando que se trataba de una adaptación de la novela Alrededor de una jaula, de Haroldo Conti, el gran escritor argentino secuestrado y desaparecido en Buenos Aires el 5 de mayo de 1976. Su siguiente película no tardó en llegar y fue el documental La fiesta de todos (1979), donde se veía a Videla y compañía celebrar los goles de Kempes en el Mundial ’78 (ver recuadro aparte).

En 1980 dirigió Sentimental, sobre la novela Los desangelados, de Geno Díaz, donde el propio Renán se reservó el papel protagónico, junto a Leonor Manso y Alicia Bruzzo. Y ya de nuevo en democracia, estrenó otra adaptación de Benedetti, Gracias por el fuego (1984), con Víctor Laplace, Lautaro Murúa y Dora Baret, y Tacos altos (1985), sobre cuentos de Bernardo Kordon, con Susú Pecoraro, quizá su mejor película y de las menos recordadas. Entre 1989 y 1996, dirigió el Teatro Colón (ver aparte) y para cuando volvió al cine, con su adaptación de El sueño de los héroes (1997), basado en la novela de Adolfo Bioy Casares, ya todo había cambiado. De ese mismo año es Pizza, birra, faso, la película que dio certificado de nacimiento oficial al llamado Nuevo Cine Argentino, y la obra de Renán en ese campo quedó descolocada y anacrónica. No ayudaron tampoco sus dos últimos largometrajes, La soledad era esto (2001) y Tres de corazones (2007).

Aunque la televisión no fue el medio en el que más se desarrolló, es recordada su labor como director del ciclo Las grandes novelas, que se vio por Canal 7, teatralizando a grandes autores de la literatura universal como Chéjov, Balzac, Dostoievski, Dickens, Flaubert, Tolstoi, Zola, Stendhal y Wilde. Durante el último Bafici, en abril pasado, y aunque su estado de salud era delicado, Renán participó del lanzamiento de la versión restaurada de La tregua a cuarenta años de su estreno, por iniciativa de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina. “Nunca imaginé que algo así podía suceder alguna vez”, confesó sobre la restauración y el homenaje.